Categorías: Dramas

Un ciclista con un gran corazón: Visita a la tumba de su donador

Esta es la última publicación de esta historia real, puedes ver la primera parte y segunda en estos enlaces.

Respuesta a la mamá de la persona que le donó su corazón

Se tomó su tiempo antes de responderle a Christine: una semana para procesar su carta y otra para escribir la suya. Quería lograr el tono adecuado para expresar de manera acertada lo agradecido que se sentía por el órgano de James y lo resuelto que estaba a conservarlo latiendo durante muchos años. Comunicó su deseo de mantenerse en contacto con la familia del fallecido, si ellos así lo querían.

De las cuatro cartas que Christine mandó, obtuvo respuesta de dos. La primera era del hombre que recibió uno de los riñones y el páncreas. Le agradeció diciendo cómo los órganos le cambiaron la vida, que pudo volver a trabajar y proveer para su familia. Pero el texto insinuaba que ese agradecimiento era todo el contacto que deseaba tener.

La carta de Mike era un bálsamo para una herida que Christine creyó que nunca sanaría. Y así comenzaron los correos electrónicos y los mensajes de texto, que resultaron muy reconfortantes para ella. Incluso empezó a seguir con avidez las publicaciones de Mike en Instagram. “Saber que él estaba bien, en verdad me ayudó”, comenta.

¿Qué les esperaba para el recorrido?

Para septiembre de 2018, Mike estaba pedaleando y aumentando su kilometraje de nuevo. Los médicos estaban tan impresionados por su progreso y su forma precavida de actuar, que al final le dieron luz verde para el viaje por el país que planeaba hacer el año siguiente.

El recorrido debía ser lento para no sobrecargar su corazón ni su sistema inmunitario: máximo 4 horas de avance al día, manteniendo su ritmo debajo de los 150 latidos por minuto, por órdenes del doctor.

Mike reclutó a Dan (quien se había certificado como asistente médico para poder cuidarlo después de su primera cirugía a corazón abierto) para que lo acompañara en una casa rodante como apoyo. Después, le pidió a su amigo Seton Edgerton que viajara con él en bicicleta.

Iniciando en el pabellón de cardiología del hospital de San Diego que trató a Mike y finalizando en la tumba de James, calcularon que el trayecto tomaría poco menos de 2 meses. Irían en bicicleta la mayor parte y viajarían en la casa rodante solo a través de las carreteras más transitadas.

Cuando Mike anunció en redes sociales que viajaría a la última morada de su donador, la familia Cheers decidió que lo encontraría ahí.

Era apenas el primer día de un viaje en bicicleta de 2,300 kilómetros y, como ocurrió en su primer recorrido a través del país, su corazón no cooperaba. Tal vez no había comido lo suficiente o no se había hidratado de forma apropiada.

Fuera lo que fuera, en realidad no era trascendente. Lo importante era que debía mantener el ritmo cardiaco debajo de los 150 latidos por minuto, pero las inclinadas montañas de Cuyamaca, al este de San Diego, lo aumentaban hasta las nubes.

Seton se sincronizó con el monitor de Mike para poder ver la lectura de su corazón en la computadora colocada en el manubrio de su bicicleta al tiempo que avanzaban. Veía con impotencia cómo se incrementaban los latidos por minuto. Ambos hombres pensaban: Este es solo el primer día. ¿Deberíamos siquiera estar haciendo esto?

Pero siguieron adelante. A través de Arizona y luego por Texas, Mike y Seton, vestidos con camisetas azules iguales, pedaleaban con las dificultades del arduo primer día detrás de ellos, mientras el ritmo del nuevo órgano se calmaba.

En algún punto del desierto tomaron un giro equivocado y terminaron luchando a través de una profunda arena. En los primeros 1,600 kilómetros acumularon 24 llantas pinchadas.

Desde Florida, Christine y David los seguían por medio de las redes sociales, preocupándose por el tráfico, los perros y todo aquello que pudiera ocurrirle a un ciclista en medio de la nada.

Un par de veces, cuando Mike y Seton no pudieron encontrar caminos adecuados, se desviaron a una carretera interestatal, provocando que Christine se contrajera de dolor al pensar en las camionetas zumbando a toda velocidad cerca de esos muchachos… y de ese corazón. Si se hubiera tratado de su hijo, quizá lo habría llamado para regañarlo. Pero Mike no era su hijo; era un extraño con el corazón de su hijo.

El 20 de noviembre de 2019, los viajeros recorrieron los últimos kilómetros de su trayecto. Lo único en lo que Mike podía pensar era en el regalo que significaba estar sano. Había dudado de su cuerpo por mucho tiempo, pero ahora finalmente sentía que podía existir una vida normal en el futuro.

Rendir homenaje en persona

Mientras se acercaba al cementerio, empezó a ponerse nervioso, inseguro del tipo de emociones que surgirían al conocer a unos desconocidos que ya significaban tanto para él. “Es un momento muy intenso para compartirlo con alguien que no conoces”, comenta.

Christine y David Cheers llegaron al lugar de la tumba temprano. Querían un tiempo a solas con su hijo antes de que Mike llegara. Era un día perfecto: soleado y cálido. Entonces Mike y Seton entraron al cementerio y avanzaron hacia la pareja que se encontraba en la tumba.

Mike bajó de su bicicleta, se la entregó a su amigo y caminó hasta Christine. A falta de más palabras, logró un tenue “Hola”. En ese momento, a Christine la inundó una profunda calma, como si conociera a Mike de toda la vida. Se unieron en un fuerte abrazo. Luego llegaron las lágrimas.

No eran lágrimas de dolor. Eran lágrimas de alivio, de una madre que sabía que había hecho lo correcto por alguien a quien le tenía un gran amor, y de un hombre en deuda que fue aceptado por una familia cuyo peor día había sido el mejor de su vida.

Juntos caminaron los pocos pasos hasta la lápida de James. El ciclista se puso en cuclillas y respiró hondo, sintiendo el fuerte pulso de su corazón en el pecho. En silencio, le dijo a James lo agradecido que estaba por su sacrificio y cuánto sentía que nunca pudieron ser amigos. Prometió cuidar de su corazón.

Alguien corrió hasta la casa rodante para tomar el estetoscopio del botiquín de Dan. Christine deslizó la fría cabeza de metal debajo de la camiseta azul de Mike y escuchó. Movió el aparato hacia arriba, hacia abajo y un poco a la izquierda. Y ahí estaba, fuerte y claro. La mejor parte de su hijo, todavía con bastante vida.

Juan Carlos Ramirez

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