Un Papa para todos

Con un mensaje de misericordia, el pontífice está intentando transformar la Iglesia católica.

Casi un año y medio después de la investidura de Jorge Mario Bergoglio como el papa Francisco, unos 260 obispos, clérigos y laicos de todo el mundo se reunieron en Roma para debatir tres asuntos esenciales para la Iglesia católica: la vida familiar, el matrimonio y la moral sexual.

Los tradicionalistas, nerviosos por el nuevo papa, se enfrentaron a los progresistas, que deseaban que el pontífice impulsara grandes cambios. Entre los prelados conservadores se desató una guerra interna; molesto, un cardenal incluso dijo a la prensa que Francisco estaba sembrando las semillas de la confusión y que le debía una disculpa al mundo.

Al concluir la reunión, el papa dio una charla de 15 minutos que parece reflejar el espíritu de la Iglesia que desea dirigir. Ésta no debe sucumbir a una “rigidez hostil”, a un legalismo inflexible y carente de compasión, dijo, y añadió que la Iglesia debe rechazar “la rectitud destructiva”, una moral quisquillosa incapaz de llamar al pecado por su nombre. Su discurso suscitó una ovación de pie que duró cinco minutos, y a ella se sumaron los prelados que habían estado debatiendo ferozmente.

Francisco quiere que la primera impresión que la gente tenga del catolicismo sea no de juicio, sino de bienvenida; confía en que, sea cual sea el veredicto de la Iglesia, será mejor recibido si adopta la forma de un abrazo amoroso. Para lograrlo, el papa sabe que necesita el apoyo de todos los sectores ideológicos.

Conforme a las reglas seculares, no hay obispos liberales, que apoyarían el derecho al aborto y el matrimonio homosexual y reducirían el papel de la religión en la vida pública. Dentro de la Iglesia, un obispo liberal suele ser alguien comprometido con su doctrina, pero flexible en cuanto a la manera de aplicarla, mientras que uno conservador cree en establecer límites claros. La diferencia es más de actitud que de sustancia.

El sínodo de obispos de 2014 hizo patente la ambición del papa de llevar la Iglesia católica al centro de la política, a los confines geográficos y culturales del mundo y al corazón del evangelio cristiano mediante un mensaje de misericordia. Hay tres ejes principales en su afán reformador. En primer lugar, pretende reorientar el catolicismo. Les ha cortado las alas a los obispos de línea dura, y reclutado hombres como el nuevo cardenal de Colonia, Rainer Maria Woelki, quien se ganó elogios durante sus años en Berlín por haber abierto líneas de comunicación con los medios culturales de la ciudad, e incluso recibió el Premio del Respeto de la Alianza Alemana contra la Homofobia.

Pero el papa no es un radical: no ha cambiado ni una sola palabra del credo católico. Aun así, la doctrina oficial a menudo es menos importante que el modo en que se aplica, y es en ese nivel donde se aprecia el verdadero “efecto Francisco”.

En segundo lugar, el papa quiere que los católicos “salgan de la sacristía y vayan a las calles”. Se ha sentado a charlar con ateos y creyentes por igual, e incluso invitó a tres hombres indigentes a su desayuno de cumpleaños. Estos gestos reflejan su personalidad, pero también son símbolos conscientemente delineados de la Iglesia que desea dirigir.

Francisco es un convencido apóstol del “evangelio social”: se enfoca en la defensa de los pobres, se opone a la guerra, se preocupa por el medio ambiente y por la protección de las personas marginadas. Apenas tres días después de su elección, dijo que quería una “Iglesia pobre y para los pobres”.

Tercero, el papa está decidido a acabar con la influencia de una vieja guardia disfuncional y a veces descaradamente corrupta en el Vaticano. La elección como papa de alguien ajeno al Vaticano fue impulsada por la frustración que suscitó una serie de colapsos de liderazgo durante el papado de Benedicto XVI, entre ellos la fallida reacción ante la crisis de abusos sexuales en Europa.

Como parte de su plan de reformas, el pontífice ha propuesto transferir el poder de Roma a los templos locales. También desea fomentar un nuevo espíritu de humildad en el liderazgo. Cuando, poco después de su elección, visitó una prisión juvenil para lavar los pies de 12 internos en el Jueves Santo (entre ellos dos musulmanes y dos mujeres), ofreció un ejemplo palpable del carácter y alcance de su reforma.

No está claro si la postura flexible y moderada de Francisco respecto a la doctrina católica hará surgir la comunidad dinámica y atractiva que tiene en mente. La religión institucional ha ido en declive desde hace mucho tiempo, pero lo cierto es que el papado importa, independientemente de si uno es católico o no. El catolicismo afirma tener 1,200 millones de adeptos en todo el mundo, y el papado representa la investidura religiosa más notable en el orbe.

La cuestión no es si la figura papal importa, sino cómo el papa en funciones ejerce la influencia que su investidura le brinda. Una visita de Francisco a la iglesia de Santa Isabel y San Zacarías, en el límite norte de Roma, en mayo de 2013, proporcionó una pista clave al respecto. Estaba previsto que el papa llegara allí a las 9:30 de la mañana, pero el párroco Benoni Ambarus oyó el ruido del helicóptero papal casi media hora antes. “Sé que tengo que reunirme con los niños de la parroquia y oficiar la misa”, le dijo el pontífice a Ambarus, “pero, ¿está bien si también escucho algunas confesiones?”

Uno de los asistentes más cercanos del pontífice cuenta: “Su intención era que el mundo presenciara la celebración papal del principal rito de misericordia de la Iglesia”.

Francisco está consciente de que tiene que predicar tanto el juicio de Dios como la misericordia divina en un mundo en crisis. Su postura, sin embargo, parece ser que el mundo ha oído hablar mucho sobre el juicio de la Iglesia, y que ahora ha llegado el momento de atestiguar su misericordia. “En mi opinión, el mensaje más fuerte del Señor es la misericordia”, dijo en su primera homilía dominical como papa.

La misericordia es el fundamento de la moderación y la insistencia del papa Francisco de que las leyes están hechas para la gente, y no a la inversa. La misericordia es también la base de su campaña reformista, su convicción de que un buen gobierno consiste en hacer que una institución sirva al pueblo.

Los escépticos tienen motivos legítimos para dudar que la misericordia pueda ser el cimiento de una compleja organización religiosa multinacional. El drama de la era del papa Francisco, no obstante, reside en su empeño por hacer de la misericordia el aspecto clave, y en la duda de si el pontífice tendrá la fuerza y la tenacidad suficientes para conseguir que su mensaje sea escuchado.

 

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