Un remanso de amor

La apacible orilla del lago Como de Italia fue el lugar perfecto para celebrar nuestra vida juntos.

“El agua es el sedante de Dios, suele decir mi esposa, Susan, citando a Diana Vreeland, la legendaria directora editorial de la revista Vogue. Jamás habíamos ansiado tener tranquilidad como ahora, y el lago Como, rodeado de soñolientos pueblos, elegantes villas de recreo y montañas nevadas, ofrecía la mezcla perfecta de ambiente, cultura y paisajes.

—Será fantástico —le dije a Susan mientras planificábamos el viaje—. Comer, mirar el lago, charlar, mirar el lago, pasear, mirar el lago. Al segundo día ya sólo miraremos el lago, y nos relajaremos como nunca.

Situado a una hora en auto del norte de Milán, el lago Como ha seducido a los visitantes desde la época de la antigua Roma, con sus bellos escenarios naturales al pie de los Alpes, su clima templado y, siglos después, sus villas turísticas. Íbamos a alojarnos
en la que quizá sea la más conocida de ellas, la lujosa Villa d’Este.

Y eso es lo primero que buscamos al entrar a Cernobbio, un pintoresco pueblo ubicado en la orilla suroeste del lago, cuyas aguas brillan bajo el sol de la tarde. Recorremos la Via Regina (“Camino de la reina”), pasamos la Villa Erba, que data del siglo XIX, y el centro histórico, y luego viramos al ver un cartel de la Villa d’Este.

De pronto vemos unos edificios y pabellones antiguos —entre ellos la suntuosa mansión principal, construida para un cardenal del siglo XVI— dispuestos frente al lago, rodeados de jardines repletos de cipreses, palmeras, plátanos y plantas con flores. Pronto, ya a pie, un olor a camelias nos lleva por sinuosos andadores hasta las cristalinas aguas del lago, a nuestra derecha, rodeado de montañas cubiertas de vegetación.

Tomo de la mano a mi esposa. Ella me sonríe, y apoya suavemente la cabeza sobre mi hombro.

—No hay un lugar más lleno de paz que éste —susurra—. Podría quedarme aquí para siempre.

Asiento con la cabeza, y sostengo su mano con fuerza.

Para Susan, siempre significa tan sólo unos meses. Llevamos más de 30 años de casados, y criamos dos hijos. Hemos tenido reveses, y muchos momentos magníficos. A lo largo del camino hemos logrado conservar lo que fuimos desde el principio: el mejor amigo el uno del otro.

La enfermedad de Susan (cáncer pulmonar en etapa 4) me paralizó. Me aislé, confundido y enojado. Siempre habíamos valorado la sinceridad y usado el humorismo para afrontar la adversidad. Pero, ¿nos bastaría con eso para sortear la terrible tempestad que se avecinaba?

—Hagamos un viaje —me había dicho Susan una mañana, mientras tomaba una docena de pastillas con un batido de frutas—. Quiero hacer un viaje más mientras pueda.

—¿Adónde te gustaría ir? —repuse.

—A algún sitio que me haga olvidar.

“¿Existe algún otro lugar de belleza tan suprema y perfecta?”, se preguntó el poeta estadounidense del siglo XIX Henry Wadsworth Longfellow después de visitar el lago Como. Este escenario inspiró también al compositor húngaro Franz Liszt, quien dijo: “Para escribir la historia de dos felices enamorados, el relato debe situarse a orillas del lago Como”.

Así que decidimos situar nuestra historia aquí. Susan, por supuesto, quiere aprovechar al máximo cada instante. Paseamos por los amplios jardines de Villa Carlotta, en Tremezzo, donde la exuberante y colorida vegetación y las esculturas de mármol parecen transportarnos a otro siglo. Cenamos en el restaurante Il Gatto Nero (“El gato negro”), el cual se halla en lo alto de una colina y tiene espléndidas vistas del lago. Se llama así porque está decorado con obras de arte de gatos.

En Varenna subimos a un ferry que cruza el lago en dirección oeste hasta Menaggio, y de allí se dirige al sur hasta Bellagio, “la perla del lago Como”. En Lenno probamos aceite de oliva Vanini, de producción local, y a continuación nos trasladamos a la vecina Mezzegra. Allí, subimos a lo alto de una ladera para contemplar una vista del lago que me deja sin aliento, al igual que el duro ascenso.

Visitamos la isla Comacina, y cenamos en el restaurante Locanda, al que algunos consideran uno de los mejores de Italia. Mientras subimos a una lancha para cruzar ese tramo de 400 metros, le cuento un poco a Susan sobre la historia de Comacina.

—Prácticamente nadie pisó la isla desde el siglo XII hasta la década de 1940 —señalo—, porque el obispo de Como la maldijo.

El restaurante ocupa la planta alta de una villa de dos pisos. Bebemos un fresco vino soave classico mientras saboreamos los platos de Benvenuto Puricelli, el dueño: jamón ahumado, trucha asada, pollo a la leña y rodajas de queso parmesano. Luego Puricelli sale de la cocina, vierte brandy y azúcar en un recipiente grande de cobre lleno de café fuerte, y nos dice que tomar una taza de su bebida especial es la única forma de dejar la isla sin llevar consigo la maldición.

Susan toma dos sorbos.

—Es demasiado fuerte para mi gusto —dice—, pero es bueno.

—Te lo vas a tomar todo, ¿verdad? —le pregunto después de terminar de beber mi taza.

Ella niega con la cabeza.

—Pero tienes que hacerlo, Susan —le digo—. Si no, la maldición te seguirá cuando dejes la isla.

El sol de media tarde parece flotar sobre los hombros de Susan, y las aguas azul marino del lago refulgen detrás de ella. Me doy cuenta de lo ridículo que soy al hablarle de una vieja maldición a una mujer que está muriendo. Ella se da vuelta y mira el lago en silencio. Finalmente, dice: “Estoy fuera del alcance de cualquier maldición”.

Los pueblos diseminados alrededor del lago han conformado uno de los mayores centros de producción de seda del mundo desde el siglo XVIII, gracias a la abundancia de agua (necesaria para hervir los capullos de los gusanos de seda y obtener las fibras) y de moreras, árboles de cuyas hojas se alimentan estas criaturas. Hoy día, la seda producida en el lago Como abastece a importantes marcas como Versace, Ungaro y Hermès.

—La seda ayudó a convertir esta región en un destino perfecto para quienes buscan descansar y relajarse —nos dice una tarde un visitante asiduo del lago, proveniente de Milán—. Supongo que debemos agradecer eso a un hombre en particular.

—¿A quién? —le pregunto.

—A Ralph Lauren. Él compraba la seda para sus prendas aquí, cuando empezó su negocio.

Una centenaria sedería local, Mantero, se ufana de ser “un sitio donde se tejen emociones”. Susan y yo acabamos de pasar por su sede y sala de exhibiciones en la Via Volta de Como, la capital provincial, situada al sur de Cernobbio. Los escaparates muestran un arco iris de pañuelos, corbatas y chales de seda. Estoy listo para entrar cuando Susan de pronto ve otra de las joyas de Como, la Basílica de San Fidel, del siglo XII. Ahora le llaman la atención los lugares que han resistido el paso del tiempo.

—Entremos a ver qué hay —me dice, tirándome del brazo.

El silencioso templo está decorado con frescos medievales de intensos colores. Se cree que bajo el altar de mármol reposan los restos de San Fidel, un soldado romano ejecutado cerca de aquí supuestamente por ayudar a liberar prisioneros cristianos. De pronto, Susan me dice que tenemos que hablar. Salimos del templo y caminamos hasta la plaza.

—Sentémonos un rato —propone, señalando una banca de madera. Una vez allí, me toma de la mano y dice—: Necesito que me prometas algo. No para ahora, para después.

Respiro hondo. Me cuesta mucho encontrar palabras, así que me limito a asentir con la cabeza.

—Quiero que hagas las cosas que siempre has deseado hacer —dice—. Tener una casa junto a un lago y comprarte un viñedo. Pero no dejes pasar mucho tiempo más sin hacerlo. Cada día es como un año, lo cual descubrí ya tarde. Y quiero que seas feliz, como yo lo he sido siempre.

—No quiero hacer nada de eso si no estás conmigo —respondo—. No significaría lo mismo.

—Tendrá que ser sin mí —replica—. Esa decisión ya fue tomada.

Se reclina sobre mi hombro y se queda mirando el lago.

—Prométeme eso —susurra—. Es una última promesa.

Le beso la cabeza y cierro los ojos.

—Te lo prometo —musito.

Nos quedamos sentados allí hasta que cae la tarde, olvidándonos por un rato de nuestros temores y preocupaciones, y al mismo tiempo reuniendo fuerzas para poder afrontar la triste realidad que nos espera.

El lago Como es el sitio perfecto para pasear cuando se está empezando algo nuevo en la vida —un nuevo romance, un matrimonio—, o tan sólo para disfrutar la compañía de alguien con quien uno ha compartido mucho. Es también, lo estoy descubriendo con cierto dolor, un lugar encantador para despedirse. Susan y yo hemos mirado el lago muchas veces, cautivados por sus aguas que cambian incesantemente de forma y de color. Nos quedamos en la orilla hasta el alba, con una taza de café caliente en las manos, viendo ondear el agua con la primera luz del día. Fue también un placer estar allí al caer el sol, cuando la nieve de las laderas parece derretirse y fluir hacia el lago, mientras la oscuridad va envolviendo poco a poco el paisaje.

También caminamos y conversamos mucho; evocamos la vida que hemos compartido, sonriendo al recordar los muchos buenos momentos, y meneamos la cabeza al lamentar los errores que hemos cometido a lo largo del camino. A no ser por la falta de aire, Susan no muestra señales de la batalla que está teniendo lugar dentro de su cuerpo. Parece que el lago le levanta el ánimo e infunde serenidad a su espíritu.

—Este momento se quedará conmigo para siempre —me dice en voz baja una noche—. Son muy afortunados quienes viven aquí y pueden llamar hogar a este paraíso. Despiertan y ven este hermoso escenario. Es una imagen que jamás olvidan.

Desearía haber alquilado otra lancha para dar una vuelta más alrededor del lago mágico, haber compartido otra comida en el Ristorante Navedano, adornado con flores, ver a Susan feliz con una copa de vino de la casa y un plato de sopa. Daría todo por un día más en la Villa d’Este, pero los dos sabemos que nos espera otra travesía.

Con todo, nada de eso importa mientras estemos junto a este lago que nos arraiga a la vida. Es como si el tiempo se hubiera detenido para nosotros. La mujer a la que amo estará por siempre a mi lado, mirando esas quietas aguas azules, hablando sobre sus esperanzas respecto a nuestros hijos, los planes que quiere materializar, y los rincones del lago Como que aún desea visitar.

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