Familia

Una brillante idea para detener el bullying

Hace unas semanas fui a la escuela de mi hijo, Chase, para hablar con su maestra. Le había enviado un e-mail diciéndole: “Chase asegura que la tarea que le deja usted es de matemáticas, pero no sé si creerle o no.

¡Ayuda, por favor!” Ella me contestó: “¡No hay problema! Puedo darle clases de repaso a Chase en las tardes”. Y yo respondí: “No, no a él. A mí. Él entiende muy bien. Ayúdeme a mí”.

Así fue como terminé de pie frente a un pizarrón en un aula vacía de quinto grado, mientras la maestra de Chase, sentada detrás de mí y con voz afable, trataba de ayudarme a entender lo que llamó la “nueva forma de enseñar la división larga”.

Por fortuna, no tenía que desaprender mucho porque nunca había entendido realmente la “vieja forma de enseñar la división larga”. Tardé una hora en hacer una operación, pero me di cuenta de que de todos modos le había caído bien a la profesora.

Como madre y ferviente defensora de los niños que soy, creo que es la estrategia de combate más amorosa que he conocido.

Después, nos sentamos juntas algunos minutos y hablamos de la enseñanza de los niños, de por qué es un deber sagrado y una gran responsabilidad.

Coincidimos en que materias como las matemáticas y la lectura no son las cosas más importantes que se aprenden en la escuela.

Hablamos sobre cómo moldear pequeños corazones para convertirlos en contribuyentes de una comunidad, y discutimos nuestro anhelo mutuo de que las comunidades pudieran estar conformadas por individuos que ante todo fueran amables y valientes.

Entonces me contó esto:

Todos los viernes por la tarde les pide a sus alumnos que tomen una hoja de papel y escriban los nombres de cuatro niños con los que les gustaría sentarse la semana siguiente. Los chicos saben que ese deseo puede o no cumplirse.

También les pide que nombren al compañero que, en su opinión, tuvo un comportamiento ejemplar en el salón esa semana. Los niños luego le entregan las hojas sin revelar nada a los demás.

Y cada viernes por la tarde, una vez que los niños ya se han ido a casa, la maestra toma esas hojas, las pega en el pizarrón y las analiza, en busca de patrones. ¿A qué niño nadie menciona como compañero de asiento deseable?

¿Cuál no nombra a ninguno con el que quiera sentarse? ¿A qué alumno nadie lo elige nunca? ¿Quién tenía mil amigos la semana pasada y ninguno esta semana?

La maestra no está buscando una nueva forma de distribuir a los alumnos en el salón de clases ni a los que muestran un “comportamiento ejemplar”.

Lo que quiere es identificar a los niños solitarios, a los que tienen dificultades para vincularse con sus compañeros. De este modo descubre a los chicos que han caído en las grietas de la vida social del grupo, a aquellos cuyos dones pasan inadvertidos para sus condiscípulos y, ante todo, cuáles son víctimas de bullying y quiénes son los abusivos o acosadores.

Es como tomar una radiografía de un aula para traspasar la superficie de las cosas y ver el corazón de los alumnos.

Es como excavar una mina en busca de oro, y el oro son esos niños que requieren un poco de ayuda, que necesitan que los adultos intervengan y les enseñen cómo hacer amigos, cómo invitar a otros a jugar, cómo unirse a un grupo o cómo compartir sus dones.

Y es una forma de detener el bullying, porque todo maestro sabe que el acoso suele ocurrir fuera de su mirada y que a menudo los niños que lo padecen se sienten demasiado intimidados para contarlo.

Pero, como dijo la maestra de Chase, la verdad sale a relucir en esos trozos de papel confidenciales.

Es como excavar una mina en busca de oro, y el oro son esos niños que requieren un poco de ayuda, que necesitan que los adultos intervengan.

Cuando la maestra terminó de explicarme su idea sencilla e ingeniosa, muy admirada le pregunté:

—¿Y cuánto tiempo lleva usando ese método?

—Desde lo de Columbine —dijo—. Todos los viernes por la tarde desde lo de Columbine.

El 20 de abril de 1999, dos estudiantes del Bachillerato Columbine, en Littleton, Colorado, irrumpieron en la escuela con armas de fuego y mataron a 13 personas (12 alumnos y un profesor) e hirieron a más de 20.

Esta brillante mujer escuchó la noticia de la masacre sabiendo que toda la violencia empieza con la desvinculación, que todo el odio hacia el exterior comienza como soledad interior.

Observó la tragedia sabiendo que los chicos a los que nadie hace caso a la larga pueden hacerse notar por cualquier medio y a cualquier costo.

Así que decidió iniciar una lucha contra la violencia en el mundo que tenía a su alcance: con sus alumnos de primaria.

Lo que la maestra de Chase hace cuando se sienta en su salón vacío para analizar las listas de nombres escritas con mano temblorosa por niños de 11 años es salvar vidas. Estoy convencida de eso.

Y lo que esta matemática ha aprendido al usar su método es algo que en realidad ya sabía: que todo, incluso el amor, pertenecer a algo, tiene un patrón.

Ella identifica patrones en su aula, y mediante esas listas descifra los códigos de desvinculación. Luego da a los niños solitarios la ayuda que necesitan. Para ella, la matemática, es cuestión de matemáticas.

Todo es amor, hasta las matemáticas. Es increíble. La maestra de Chase se va a jubilar este año. ¡Qué manera de pasar una vida!: buscando patrones de amor y soledad, interviniendo todos los días y alterando la trayectoria de nuestro mundo.

¿Qué harías para evitar el bullying en un salón de clases? ¿Qué harías si tu hijo fuera víctima de bullying?

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