Duda legítima
Mi hermana estaba esperando gemelos, y fue a visitarnos a la casa con las imágenes de la primera ecografía de los bebés. Tras verlas, mi hijo quedó muy confundido, así que mi hermana le explicó que los gemelos eran diminutos, como unos huevecillos.
El niño la miró muy asombrado, y luego me susurró al oído:
—Oye, mamá, ¿mi tía se convirtió en gallina?
Molly Burton, Reino Unido
Cierta vez mi hijo entró en mi habitación y, al verme sentada frente al tocador, preguntó:
—Mamá, ¿qué te estás poniendo?
—Una crema que es buenísima para las arrugas —le respondí.
—Pues sí funciona, ¡porque cada vez tienes más! —dijo con sinceridad.
Gabriela Ovalle, México
Mientras daba una clase de religión a un grupo de niños, le pregunté a uno de ellos cuántos años tenía, y él alzó cuatro dedos.
—¿Y cuándo vas a cumplir cinco? —quise saber.
—Cuando levante otro dedo —contestó el pequeño.
Stephanie Thomas, Reino Unido
Mi hijo, de seis años, está acostumbrado a ver cómo meto un par de pañuelos desechables dentro de mi brasier cuando estoy agripada y la ropa que llevo puesta no tiene mangas ni bolsillos.
En una ocasión, durante una fiesta en su escuela, con toda discreción saqué un pañuelo de mi escote, pero el niño gritó a todo pulmón:
—¡Mi mamá siempre se mete pañuelos abajo del brasier!
Deena Colworth, Reino Unido
Nos mudamos a un nuevo vecindario cuando mi hija estaba por cumplir tres años de edad. Aunque era una niña tímida, había logrado hacer una amiguita entre los niños del nuevo barrio. Con la intención de que esa amistad floreciera, le pedí permiso a la madre de esa niña para invitarla a almorzar a nuestra casa al día siguiente.
Después de explicarle a mi hija la importancia de hacer nuevas amistades, sonriendo añadí:
—Así que mañana en nuestro almuerzo estará Samantha.
Tras quedarse pensativa unos instantes, la niña exclamó horrorizada:
—¿Cómo? ¿Nos la vamos a comer?
Wendy Robinson, Canadá
Betty, una de mis vecinas, me contó una anécdota de cuando su hija tenía siete años.
Resulta que un día Betty decidió pintar las paredes del recibidor y las escaleras de su casa, así que se puso ropa vieja para trabajar. Como no quería mancharse el cabello, buscó con que cubrirse la cabeza. Encontró un pantalón que había usado cuando estaba embarazada, se envolvió la cabeza con él y ató los extremos de las perneras con ligas.
Luego se volvió hacia su hija y en son de broma le dijo:
—¡No quiero que nadie me vea con esto en la cabeza! Por favor, avísame si alguien llama a la puerta.
Entonces se puso a pintar, mientras la niña jugaba en la sala. Un rato después, sonó el timbre. Antes de que Betty pudiera bajar las escaleras, la pequeña abrió la puerta y anunció a voz en cuello:
—¡Mami, quítate los pantalones! ¡Es el lechero!
Rachel Sharples, Reino Unido
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