¿Una mujer en el trono papal?
Parece que en 855 sucedió en Roma algo increíble que las crónicas oficiales de la iglesia callan.
Durante una procesión que se dirige desde la Catedral de San Pedro hasta el Palacio de Letrán, el Papa, que va al frente, se cae del caballo… y poco después da a luz a un niño frente a los ojos de los fieles. ¡Porque el Santo Padre es una mujer!
No existen relatos contemporáneos al suceso: la mención a una jefa de la iglesia femenina aparece registrada por primera vez en forma escrita en el siglo XII.
El monje dominico Jean de Mailli habla de una papisa que habría sido descubierta en 1099. No da ningún nombre.
Martin de Opava, un fraile de su misma orden, que más tarde llegaría a ser arzobispo, completa más tarde ese dato y agrega algunos otros. En su ‘Crónica de los papas y emperadores’, publicada en 1277, nombra a una papisa Juana, aunque desplaza su pontificado al siglo IX.
Según él, Juana es una muchacha procedente de Maguncia o de Inglaterra. Vestida de hombre es llevada por su amante a Atenas, donde se pone a estudiar. Más tarde se dirige con su compañero hacia Roma.
Su talento la hace sobresalir de inmediato y comienza a ascender en la jerarquía eclesiástica. En el año 855, cuando el papa León IV muere, ella lo sucede rebautizada como Johannes Anglicus o Juan de Maguncia.
Bajo ese nombre, Juana gobierna durante dos años, siete meses y 11 días, hasta que la delata ese parto provocado por la caída y —aquí divergen las crónicas—, muere a causa de las secuelas, linchada por el populacho o desterrada en un convento.
Ya en el siglo XVI se dudaba acerca de la veracidad de esta leyenda. Pero las pruebas parecían incontestables: por ejemplo, a fines del siglo XV aparece registro de que, tras el episodio que puso en evidencia a Juana, cada nuevo papa era obligado a someterse a un examen en la sella stercoraria, un curioso asiento agujerado en el centro.
Según esta versión, un sacerdote examinaba la masculinidad del elegido palpándolo entre las piernas. Y solo lo proclamaba sucesor legítimo cuando exclamaba: “¡Habet!” (¡Tiene!).
Sin embargo, esa clase de sillas-retretes ya se usaban cien años antes de la supuesta papisa Juana. Los historiadores presumen que servían para ahorrarles a los papas ancianos en momento inoportunos el trabajoso camino al excusado.
Queda la vieja callejuela Vicus Papessa en la antigua Roma, que las procesiones de la iglesia evitan desde el escándalo. Pero quizá el nombre no se refiere a la Papisa, sino a la familia noble de los Pape, que en algún momento residió allí. Además, la callejuela era demasiado angosta para procesiones.
Pero, aunque los hechos hablan un lenguaje claro, la leyenda de una mujer en el trono papal aún persiste obstinadamente. Demasiado atractiva parece ser la idea de que una mujer haya logrado conquistar hace ya más de mil años uno de los últimos dominios masculinos.
Extraído del libro ‘Los misterios más sorprendentes del mundo. Grandes enigmas de la naturaleza, la historia y la ciencia‘, editado por Selecciones Reader’s Digest.