La risa: Una mujer sentada junto a un clérigo
En un avión, una mujer joven va sentada junto a un clérigo. —Reverendo —le dice—, ¿podría pedirle un favor? —Por supuesto, hija. —Acabo de comprar una costosa máquina de afeitar femenina, y no me...
En un avión, una mujer joven va sentada junto a un clérigo.
—Reverendo —le dice—, ¿podría pedirle un favor?
—Por supuesto, hija.
—Acabo de comprar una costosa máquina de afeitar femenina, y no me gustaría tener que pagar impuestos por ella. ¿Cree que podría usted esconderla bajo su sotana y pasarla por la revisión aduanal?
—Me gustaría ayudarte, pero sabes que no puedo mentir —responde y, tras una pausa, añade—: Bueno, estoy seguro de que algo se me ocurrirá.
La joven no queda muy convencida, pero le entrega la máquina de afeitar. Cuando el clérigo llega a la zona de inspección, un agente le pregunta si tiene algo que declarar.
—Hijo mío, de la cabeza a la cintura no tengo nada que declarar —asegura el reverendo.
—¿Y de la cintura hacia abajo?
—Allí llevo un aparato diseñado para las mujeres que nunca ha sido utilizado.
El agente suelta una carcajada y dice:
—¡El siguiente, por favor!
Un hombre le dice a su esposa:
—No soporto a los Turner. No entiendo por qué tenemos que ir a visitarlos a su casa.
—Lo mismo opino yo —contesta la mujer—. Lo cierto es que ellos tampoco nos soportan a nosotros. Imagínate lo contentos que se pondrían si no fuéramos.
—No lo había visto de ese modo —responde el marido—. ¡Vayamos a visitarlos!
Tom, Sid y Willie han sido amigos inseparables durante años.
Un día, Willie muere, y Tom y Sid están inconsolables. De pie junto a la tumba, Tom lanza un hermoso ramo de flores sobre el ataúd, y Sid, un pequeño paquete redondo.
—¿Qué hay allí dentro? —le pregunta Tom a su amigo.
—Dos albóndigas —contesta Sid—. A él siempre le gustaron mucho.
Meneando la cabeza, Tom señala:
—Qué cosa tan absurda. Willie ya no puede comerlas, ¿o sí?
—¿Y qué me dices de las flores? —responde Sid—. ¿Crees que él podrá ponerlas en un florero?
Lógica infantil
La semana pasada, mientras esperaba mi turno en el salón de belleza, oí a la peinadora preguntarle a una mujer que llevaba a su hijita, de unos cinco años, a que le cortaran el cabello:
—¿Qué tanto quiere que le corte?
—Sólo dos dedos —dijo la mamá.
—¡No! —exclamó la pequeña—. Y luego, ¿cómo voy a dibujar?
Una niña va con su padre a pescar en bote. Al volver a casa, su mamá nota que tiene un moretón en la mejilla, y entonces le pregunta:
—¿Qué te pasó, hijita?
—Fue sólo un mosquito —contesta la pequeña.
—¿Te picó?
—No, no me picó. ¡Papá lo mató con el remo!