Una pausa breve
Un día, cuando mi hija Tere tenía cinco años, no dejaba de llorar. Pasaron dos horas y yo no lograba hacer que se calmara. De pronto no oí ningún ruido y fui a verla. Estaba sentada con las manos sobre
la cara. Me acerqué despacio a ella y le dije:
—¡Qué bueno que te callaste!
A lo que la niña, con mucho sentimiento, respondió:
—No me he callado. ¡Estoy descansando!
Josefina González, México
Un día, mientras llevaba a mi hija de tres años a la guardería en el auto antes de ir al trabajo, vi algunos conejos muertos a la orilla del camino. Aceleré para alejarme deprisa, con la esperanza de que la niña no los viera, pero fue en vano.
—Mami, ¿qué era eso? —preguntó.
—Supongo que a algún camión se le cayeron unos trozos de madera —mentí piadosamente.
—¡Vaya! —exclamó—. ¿Y eso fue lo que mató a todos esos conejos?
Tmmy Maas, Canadá
Cierta vez me jacté de mi habilidad para dibujar frente a mi hijo de cuatro años. Trazaba yo distintas cosas y le pedía que las identificara. El niño lo hizo bastante bien, hasta que dibujé una cara enojada y el pequeño gritó: “¡Es mi mamá!”
A mi esposa no le hizo ninguna gracia.
Abhishek Verma, Reino Unido
Mi nieto Wyatt, de tres años, iba a tomar un baño, y mi hija le pidió a su esposo que lo vigilara. El niño le dijo que era mejor que ella también se quedara. Riendo, su mamá le preguntó cuántos adultos hacían falta para vigilarlo, y Wyatt contestó:
—Dos. Uno que me vigile y otro que recoja las cosas que rompa.
Charmaine Huculak, Canadá
En una ocasión llevé a mi sobrino de cinco años a visitar a su abuela. Como estaba haciendo calor, ella no traía puestas las medias gruesas que acostumbraba usar. El pequeño abrió los ojos de par en par al ver las várices que la abuela tenía a lo largo de las piernas.
Preocupado, se acercó a ella y le susurró al oído:
—Abue, te has portado muy mal. Mamá te va a castigar cuando vea lo que hiciste con el marcador.
Margaret Fielder, Reino Unido
Mis dos hijos y yo estábamos esperando a que naciera el bebé de una amiga mía, así que cuando ella se fue al hospital a dar a luz, les dije a los niños que podríamos ir a visitarla el siguiente fin de semana.
—¡No, mamá! —replicó el menor de ellos, de cuatro años—. ¡Yo quiero ver cómo sale el bebé del cascarón!
Brenda Bishop, Canadá
Al consultorio de oftalmología donde trabajo llegó un niño de primer grado de primaria a hacerse un examen de la vista. Tras sentarlo en el banco, apagué las luces y encendí un proyector que mostró las letras F, Z y B en la pantalla. Entonces le pregunté al niño qué veía.
Sin dudarlo, él respondió:
—Puras consonantes.
Stephen Downing, Canadá
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