El resfriado y la gripe inhiben el olfato y quitan el hambre precisamente cuando el enfermo debe comer bien, ya que para defenderse de las infecciones el organismo necesita la energía que proporcionan los alimentos.
En estas condiciones, es probable que el enfermo decaído, con la nariz tapada, e inapetente, acepte una polla de leche bien caliente cuyo vaporcillo ayuda a descongestionar la nariz por un momento, un chorrito de jerez que reanima el espíritu abatido, una pizca de canela para estimular el gusto embotado, y una yema o dos para alimentar el cuerpo.
La gente ha buscado remedios que alivien los agobios de la gripe y el resfriado, y eso ha dado como resultado los más increíbles cocimientos y cataplasmas, entre ellos caracoles cocidos en agua de cebada.
En la antigua Rusia se consideraba como un remedio infalible frotarse el pecho con grasa de cerdo, y los colonos de Nueva Inglaterra se envolvían el cuello con la piel de un gato negro para curar la irritación de garganta.
Hoy día contamos con diversos medicamentos para aliviar los síntomas del resfriado, pero lo mejor sigue siendo descansar, mantenerse abrigado, tomar muchos líquidos y comer alimentos ligeros que se digieran fácilmente.
Los virus resultan, en cierta forma, unos enemigos tan poco imponentes, que parece mentira que nos puedan causar tanto daño.
Comparados con las bacterias, que son otros de los principales agentes de las enfermedades humanas, los virus resultan insignificantes. Son unas diez veces más pequeños que ellas miden en promedio 0.0000025 molímetros de diámetro y tienen una estructura mucho más primitiva.
Los virus no se pueden reproducir fuera de las células, lo que tendría que ser un obstáculo para la propagación de las enfermedades virales, pero tienen en cambio una habilidad que contrarresta muchas de sus limitaciones: pueden penetrar en una célula y multiplicarse a expensas de su citoplasma.
Afortunadamente, el organismo no está inerme ante un ataque viral. En el aparato respiratorio penetran con mucha frecuencia virus del catarro y sólo de vez en cuando sucumbimos a ellos.
Los pelos de la nariz, los cilios ?filamentos microscópicos? de las células que tapizan las fosas nasales, y el moco evitan que los virus se introduzcan en las células.
Cada tipo de virus se especializa en una clase particular de células. Los del resfriado, por ejemplo, atacan exclusivamente a las células de la membrana mucosa que reviste el tracto respiratorio, y llegan allí principalmente a través de las aberturas nasales.
Es posible infectarse cuando alguien estornuda cerca de nosotros, pero es mucho más frecuente pescar un resfriado al tocar los objetos con los que ha estado en contacto una persona que se encuentra en las primeras etapas de esa enfermedad.
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