Historias de Vida

Una visita a un tío que se volvió especial para mí

Tengo la costumbre de averiguar la etimología de las palabras antes de sentarme a escribir algo, así que cuando me disponía a redactar este artículo sobre mi tío Gutta y la bondad, aprendí que, en inglés, la palabra bondad está relacionada con la palabra parentesco.

Ser tratado con bondad significa que alguien nos trata como si fuéramos sus parientes, como parte de su familia. Se refiere a ser bienvenidos, a ser tomados en cuenta.

Es curioso que la bondad que deberíamos tener con los miembros de nuestra familia a menudo sea la más difícil de demostrar.

Las llamadas telefónicas del tío Gutta no siempre eran recibidas con entusiasmo, pero él, perseverante en su deseo de ganar el afecto de la familia, no dejaba de llamar.

Cada vez que su código de zona aparecía en nuestro identificador de llamadas, mis dos hermanas y yo nos pasábamos el teléfono de mano en mano como si fuera el juego de la papa caliente.

Decíamos: “¡Contesta tú!”, “¡Yo contesté la última vez!”, “¡Te toca a ti!”

No era que no quisiéramos al tío, sino que él no paraba de hablar. Contestar una llamada suya significaba ver cómo se disolvían 90 minutos de vida como copos de nieve en un río.

Un caluroso día de finales de julio el tío Gutta llamó. Yo sabía que era un mal momento del año para contestar el teléfono, ya que inevitablemente él nos pediría que hiciéramos el largo viaje en coche hasta su casa en Pensilvania para acompañarlo a la Feria del Renacimiento.

Pero luego de siete años de decir educadamente “Estaré muy ocupada los próximos 12 fines de semana”, me había quedado sin excusas. Aun así, tomé la llamada pensando en cómo zafarme:

—Hola, tío Gutta, ¿cómo estás?

—Lamento decirte… —dijo en un tono raro, como si tuviera un nudo en la garganta— …que Osado acaba de morir, inesperadamente.

—¡Ay, lo siento mucho! —repuse—. ¿Quién diablos era Osado?

—Era un gato que hacía honor a su nombre. Pero ya descansa en paz.

—Por supuesto, tío.

—Así que, ¿cuándo van a venir a mi casa? Les cuento que este sábado va a haber danza folclórica celta en la Feria del Renacimiento. ¿Qué les parece si vienen a verla?

—Sí, eso suena genial —contestó mi boca sin mi consentimiento.

—¿En serio? ¡Estupendo! Las veré el sábado, alrededor de las 8 de la mañana —dijo, y colgó antes de que pudiera yo cambiar de opinión.

El tío Gutta jamás había hecho una llamada tan breve.

El fin de semana siguiente, cuando mi hermana menor y yo subimos al auto para ir a la casa del tío, la temperatura era ya de 35 °C. El aire se sentía denso y húmedo, como una sandía pasada.

Miré a mi hermana, que iba en el asiento del copiloto. Casi la había obligado a acompañarme, así que su rostro irradiaba desprecio.

Dos horas después, entramos a la calle donde vivía el tío Gutta. Él estaba esperándonos en el porche de su casa.

Aquel fornido infante de Marina, de 1.83 metros de estatura y nueve dedos y medio en las manos, estaba vestido con una falda escocesa, una camiseta ceñida estampada con la bandera irlandesa, y un sable de 75 centímetros de largo.

No entendía yo si estaba disfrazado de “pirata” o de “guerrero renacentista”; era imposible distinguir la diferencia. Luego de abrazarnos, nos llevó al jardín trasero de su casa, que en parte era jardín encantado y en parte depósito de basura.

—Éste era el poste preferido de Osado para afilarse las uñas, aunque también le gustaba aquél —dijo, señalando un punto fuera de la casa, y mientras nos mostraba un hueco en el suelo añadió—: Y aquí es donde le encantaba hacer la siesta.

—Ésta es una piedra especial que le dediqué —continuó—. También le gustaba mucho tumbarse aquí. Y a este rincón vengo a rezar por nuestra familia… y por él.

Hizo una pausa, y echó la cabeza hacia atrás, como si esperara que sus ojos reabsorbieran las lágrimas que humedecían sus mejillas.

—Es un gran placer que hayan venido a visitarme, ¿saben? —dijo.

Ésa fue la única frase que lo oí decir en la vida sin ese tono de tío guasón que usaba. Y en ese momento me di cuenta de que ese hombre no sólo era nuestro tío, sino un tipo sencillo que vivía en un sitio alejado y extrañaba mucho a su adorado gato.

—Yo también me alegro de haber venido, tío Gutta —respondí, y en el instante en que mis labios articularon estas palabras, comprendí que eran sinceras.

—Yo también —terció mi hermana.

Y cuando me di vuelta para mirar su rostro, vi que también ella estaba conmovida.

El momento emotivo pasó, y entonces volvimos al asunto que nos había llevado allí. El tío Gutta ya había hecho un plan de actividades para nuestra visita a la feria: un espectáculo celta con los Tartan Terrors, justas medievales, danza folclórica irlandesa, una obra de la compañía teatral Her Majesty’s Royal Performers y al final los Tartan Terrors otra vez.

Esa tarde reímos mucho, participamos en torneos, comimos pavo y bailamos. Fue el día más divertido y libre que había pasado en mucho tiempo.

En el camino de regreso a casa, agotadas y soportando aún el calor, me puse a pensar en por qué, de todas las ocasiones que el tío Gutta nos había rogado que lo visitáramos, esta vez sí había aceptado yo.

Ser parte de una familia tal vez signifique darse cuenta, incluso inconscientemente, de que un pariente requiere más atención.

Llevamos un registro muy puntual de nuestra interacción con amigos, compañeros de trabajo y desconocidos, pero con los miembros de nuestra familia a menudo nos ponemos en piloto automático.

Dentro de nuestra familia, mostrar bondad no suele ser un acto deliberado; es más bien un acercamiento instintivo, el reconocimiento de una necesidad de uno de los nuestros que nos lleva a hacer todo lo posible para satisfacer esa necesidad, aun cuando lo hagamos quejándonos a gritos y pataleando.

Cuando mi hermana y yo volvimos a ver al tío Gutta, el Día de Acción de Gracias, a cada una le regaló un sable como el suyo. “¿Qué demonios van a hacer con esas cosas?”, dijo mamá al verlos.

Pero para el tío Gutta, los sables eran indispensables para la Feria del Renacimiento del año siguiente.

—Este año sólo entraron en calor, chicas —dijo—. El año que entra realmente van a sudar a mares.

Las dos le sonreímos, sabiendo que ésa era su manera de decir “Gracias por haber venido”.

¿Tienes algún tío o familiar con el que te haya pasado algo similar?

Tomado del blog Quest for Kindness

Staff

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