¡Vaya fraternidad!
Cuando mi hijo Jorge y mi sobrino Luis tenían cinco años, todo el tiempo estaban juntos; se llevaban tan bien que hasta se llamaban “hermanitos”. Un día que tuvimos una reunión en casa con compañeros del trabajo y familiares, al ver llegar juntos a mi esposo y a mi cuñado, Jorge exclamó a voz en cuello:
—¡Mamá, ya llegó mi papá… y el papá de mi hermanito!
María del Carmen Espinosa de los Monteros, México
Me disponía a jugar un partido de futbol en un campeonato de Lima, en la categoría de mayores de 40 años, que tendría lugar en el Estadio de la Universidad Mayor de San Marcos, cuya capacidad es de 70,000 espectadores. Cuando empecé a calentar sólo había dos personas sentadas en las gradas, pero yo estaba muy emocionado porque era la primera vez que iba a jugar en un estadio tan grande.
Poco después estaba todo listo para que iniciara el encuentro, con cada jugador colocado en su respectiva posición. Sin embargo, nos dimos cuenta de que hacía falta un pequeño detalle: ni mis compañeros, ni el equipo rival, ni los organizadores ¡habían llevado un balón!
Ricardo Meza, Lima
A mi esposo no lo confundiría nadie con ningún chef famoso. Un día, antes de salir yo corriendo al trabajo, le di instrucciones detalladas para que preparara la cena. En la noche, cuando volví a casa, me topé con un pollo seco asándose en el horno junto a una taza llena de agua.
—¿Qué hace esa taza allí dentro? —le pregunté.
Visiblemente ofendido, mi esposo contestó:
—¡Dijiste que metiera el pollo en el horno con una taza de agua!
Pam Brennan, Estados Unidos
Durante una inspección, una oficial del Ejército le preguntó a un cabo, sumamente nervioso, cuál era su primera orden general.
—¡La primera orden general de este soldado es encargarse de su puesto y de toda propiedad del gobierno que esté a la vista, señor!
Fue una excelente respuesta, excepto por un detalle.
—Dígame, ¿parezco una señora o un señor? —preguntó la oficial.
Sorprendido, el cabo respondió:
—¡Es usted una señora, señor!
Matt Wakefield, Estados Unidos
Exceso de volumen
Cierta vez, cuando tenía yo nueve meses de embarazo y esperaba gemelos, fui al área de carnicería del supermercado a buscar una pieza para un asado. El carnicero apareció detrás del mostrador y me dijo:
—¿Puedo ayudarla?
—No, gracias —respondí—. Sólo estoy mirando.
Unos minutos después, el emplea-do volvió a asomarse.
—¿Necesita ayuda? —preguntó.
—Sólo estoy viendo —le repetí.
Al poco tiempo el hombre apareció una vez más y me hizo la misma pregunta fastidiosa.
—¡Sólo estoy mirando! —exclamé, ya muy enojada.
—Entonces, señora —dijo educadamente—, ¿podría hacerse un poco hacia atrás? Está presionando el timbre de servicio con el vientre.
Shirley Kraselsky, Estados Unidos
Un sábado por la mañana, cuando me disponía a entrar a una atestada tienda, vi que dos hombres se estaban disputando el último carrito de compras. Cada uno sujetaba un extremo y tiraba de él. Yo había oído hablar de la ira al volante, pero no imaginé llegar a ver algo así.
Me acerqué un poco a los sujetos, pero no alcanzaba a oír lo que decían. Pensé en llamar al personal de seguridad o al gerente, pues la pelea parecía cada vez más seria. Cuando por fin me acerqué lo suficiente para entender sus palabras, el carrito se partió en dos y, sonriendo, uno de los hombres le dijo al otro:
—¡Muchas gracias por ayudarme a separarlos!
Neville Laboso, Sudáfrica
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
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