Mis papás le regalaron un pez dorado a mi hija. Mientras discutíamos un posible nombre para la mascota, la niña dijo que ya tenía uno: Discreción. Nos quedamos perplejos hasta que mi hija nos mostró el envase del alimento para peces, en el cual decía: “Alimente a discreción, dos veces al día”.
Joni Cooper, Reino Unido
Cierta vez estábamos cenando en familia cuando mi hijo José Manuel, entonces de cuatro años, de pronto me preguntó intrigado:
—Oye, papá, ¿y dónde guardan su pistola los perros policía?
Marco Antonio Galván, México
Mientras nos dirigíamos a casa por la carretera, vimos un buitre alimentándose de un animalito atropellado. Yo me horroricé, pero mi hijo lo tomó con filosofía.
—¡Vaya! —dijo—. Eres lo que comes.
Carol Sloan-Acosta, Estados Unidos
Cuando murió la mascota de la clase, Dela, un conejillo de Indias hembra, hice una ceremonia fúnebre para que mis alumnos pudieran despedirse de él. Tras pronunciar unas breves palabras, pregunté si alguien quería añadir algo más.
Se hizo un silencio prolongado, y luego uno de los niños dijo:
—Aquí yace Dela. Empezó su vida como conejillo de Indias y terminó como conejillo de tierra.
Scott Kostecki, Canadá
Un día estaba yo ayudando a mi hija, de seis años, con una tarea de matemáticas que incluía sumas y restas. En su libro venía un ejemplo que mostraba una mesa de comedor con ocho sillas, y hacía estas preguntas: “¿A cuántas personas puedes invitar a comer?” La niña escribió: “Ocho”. La segunda era: “¿Y si llegan 10 personas?” Mi hija contestó: “No caben todas”. La última pregunta
decía: “¿Cómo se puede resolver la situación?” Cuando leí la respuesta de la niña, no pude evitar reírme: “Mejor que vengan otro día”.
Paulina Porras, Costa Rica
Soy maestra de preescolar. Después de las vacaciones de Navidad, todos los niños regresaron con juguetes nuevos. Una pequeña tenía una muñeca en sus brazos y la arrullaba tiernamente. En eso se acercó una de sus compañeras, que era un poco presumida, y le dijo:
—Oye, ¿y tu muñeca llora? Porque la mía sí.
La otra niña no dudó ni un instante en contestarle:
—No, la mía no llora porque está contenta.
Laura Ledesma, México
Katelin, mi hija de seis años, y yo estábamos en la cocina preparando unos caramelos. Cuando saqué del cajón un termómetro para dulces, la niña lo miró e intrigada dijo:
—¿Qué es eso, mami?
Le expliqué lo que era, y ella, muy asombrada, volvió a preguntar:
—Entonces, ¿con ese termómetro puedes medir cuántos dulces tengo en la panza?
Heather Dach, Canadá
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