Entre niños: Mi hijo es un optimista al tomar su leche
Kaitlyn, mi hija de seis años, tiene mucha inventiva. Cierto día me mostró un dibujo de toda la familia durmiendo en sus camas.
¡Vaya sensatez!
Kaitlyn, mi hija de seis años, tiene mucha inventiva. Cierto día me mostró un dibujo de toda la familia durmiendo en sus camas. Noté que sobre mi cabeza había un globo con unos dibujos dentro.
—¿Con qué estoy soñando yo? —le pregunté.
—Con paz y tranquilidad —respondió la niña.
—Ya veo —dije. Luego, señalando otro dibujo dentro del globo, intrigada le pregunté—: ¿Y qué es esto?
—Ésa soy yo, mami —respondió la pequeña—, con un cierre en la boca para no hacer ruido.
Teresa Alexander, Canadá
Un día, tras beberse rápidamente la mitad de un vaso de leche, mi hijo de 10 años dijo:
—Soy un optimista: ¡ahora el vaso está medio vacío!
—Ver el vaso medio vacío es señal de pesimismo —respondí.
El niño me corrigió:
—No, si no te gusta lo que tiene dentro.
Pratik Pandya, Estados Unidos
Cierta vez le ayudé a mi hijo de siete años a resolver unos ejercicios de aritmética, pero me equivoqué en el resultado de uno de ellos. Al darse cuenta de mi enorme error, el niño me miró con cara de pocos amigos y, furioso, exclamó:
—¡Papá, lo hiciste mal! Ahora la maestra se va a dar cuenta de que tú hiciste la tarea.
Claudio Chávez, Lima
Duda legítima
Mi nieto, de cuatro años, le preguntó a su mamá por qué no podía llevarlo ese día a la guardería.
—Porque tengo que darle el pecho a tu hermanita —respondió ella.
—¿Y por qué no puede hacer eso la abuela? —preguntó el niño.
Su madre le explicó que su abuela no tenía leche en el pecho.
—Entonces, ¿qué es lo que tiene allí dentro? —quiso saber mi nieto—. ¿Jugo, o algo parecido?
Kimberly Hopper, Canadá
De niño, mi vecino Pablo era muy travieso, y lo que más le gustaba era comer. Por eso, sus padres pensaron que el castigo ideal sería no enviarle almuerzo para el recreo durante varios días. Así transcurrió una semana, pero el niño seguía portándose exactamente igual. Entonces su mamá decidió ir a visitar a la maestra.
Cuando llegó a la escuela y entró al salón, la maestra la miró con profunda lástima y le dijo:
—No se preocupe, señora. Su hijo nos contó que usted y su esposo perdieron sus empleos, y todos los compañeros de Pablito comparten con mucho gusto su almuerzo con él a la hora del recreo.
Ileana de Obaldia, Panamá