Tres tratamientos experimentales son una luz de esperanza para quienes tienen trastornos oculares causantes de ceguera.
François Bonifay* espera en una sala de consulta del edificio que aloja el hospital oftálmico más importante de Francia, el Quinze-Vingts, en París. Ha venido desde su casa, cerca de la frontera con Luxemburgo, a una cita que podría cambiarle la vida: le dirán si es apto para recibir un ojo biónico.
Él no espera nada. Hace 20 años quedó ciego debido a la retinosis pigmentaria, un conjunto de trastornos oculares hereditarios que aquejan a 1.5 millones de personas en el mundo; todos producen la muerte gradual de las células de la retina, encargadas de convertir la luz que pasa por la parte anterior del ojo en señales eléctricas y enviarlas al cerebro.
François solicitó el implante sólo por complacer a un amigo, también invidente, quien lo enteró de la labor del equipo que encabeza el doctor José-Alain Sahel en el Instituto de la Visión de Francia, para devolver una vista rudimentaria a las víctimas de retinosis. François tuvo que someterse a una serie de pruebas a fin de evaluar su aptitud para recibir la retina artificial Argus II, creada por la firma estadounidense Second Sight. Durante las pruebas, Sahel, director del instituto, insistió en que sólo las personas que conservan la función del nervio óptico pueden recibir el implante. François no cree estar en esa reducida minoría.
—Todo parece estar bien —le dice el médico en tono afable.
François se queda atónito, pero se alegra al recibir la noticia.
—¿Quiere intentarlo?
François titubea. ¿Le dolerá? ¿Dará resultado? ¿Le trastornará la vida? Finalmente, animado por su esposa, Edith, comprende que si no acepta podría lamentarlo para siempre.
Cuatro años después, en enero de 2013, François de nuevo se encuentra en una sala de consulta del Hospital Quinze-Vingts rodeado de tableros de optotipos y aparatos oftalmológi-cos. Aparenta menos de sus 63 años de edad, y parece llevar gafas para sol. Pero si uno mira más de cerca, ve un botón en el puente del armazón. Es una videocámara en miniatura que capta los objetos a su alrededor y envía las imágenes a un procesador de video que François sostiene con las manos. Esta minicomputadora convierte las imagenes en señales digitales que se transmiten por cable a una antenita con forma de disco sujeta a la patilla derecha de las gafas.
De allí las señales se retransmiten de manera inalámbrica a la retina del ojo derecho de François, donde un microchip provisto de electrodos envía impulsos eléctricos a las células retinianas aún vivas. Éstas entonces transmiten las señales por el nervio óptico hasta el cerebro, que percibe formas luminosas.
Gracias a un largo adiestramiento y a la práctica, François puede interpretar lo que el cerebro le dice. “Se ve, aunque de modo distinto”, comenta mientras dos ingenieros de Second Sight meten en estuches sus instrumentos. Acaban de dar mantenimiento al pequeño procesador de video.
Sahel, quien se siente complacido con el éxito de la Argus II —no sólo para François, sino para otros tres pacientes franceses—, asoma la cabeza por la puerta para verificar que todo va bien.
“Se ven sobre todo contrastes”, aña-de François. “Se ve luz y luminosidad. Uno tiene algo enfrente, pero no sabe exactamente qué. Hay que averiguarlo con deducción y práctica”.
De hecho, los 64 electrodos del implante retiniano corresponden más o menos a 64 pixeles. En teoría, un ojo normal tiene una resolución de decenas de millones de pixeles.
“Va a ver una puerta”, le dijeron los médicos del Hospital Quinze-Vingts a François la primera vez que lo guiaron por el pasillo con las gafas especiales puestas, pero las formas en blanco y negro que aparecían ante él no le decían nada. Ahora localiza puertas y ventanas con facilidad e identifica cuadros en paredes blancas.
Lo que más aprecia es la autonomía que el aparato le da cuando sale con su perro guía. “Me oriento bien”, dice. “Si me concentro, percibo los autos estacionados a la orilla de la calle. Me gusta tocar lo que veo. En mis paseos cotidianos paso junto a un poste pequeño; me gusta encontrármelo”. También le encanta ver las hojas de los árboles, que percibe como sombras móviles.
Por otra parte, su mundo ahora es más seguro. Un día advirtió un bulto oscuro frente a sus ojos. Se detuvo y vio que el bulto se quedaba allí. Intrigado, extendió la mano. El bulto resultó ser una señora mayor que, al no saber de qué lado rodearlo, se había quedado esperando en silencio a que él pasara. Gracias a la Argus II, François evitó chocar con ella.
François empezó a tener problemas de visión en su juventud, cuando conducía de noche. El oftalmólogo que le diagnosticó retinosis pigmentaria le dijo que no se quedaría totalmente ciego —lo cual ocurre en menos de un tercio de los enfermos—, pero su visión siguió deteriorándose.
Poco antes de cumplir los 40 años ya no pudo seguir trabajando como mecánico —la empresa automovilística de la que era empleado lo pasó a su tienda de piezas de recambio—, pero logró capacitarse como telefonista y después como programador de computadoras. A los 40 años ya no veía nada. Con todo, la retinosis pigmentaria también lo condujo a la felicidad. Mientras se adiestraba conoció a Edith, quien también padece de la vista. Tienen dos hijos: Olivia y Julien.
Uno de los grandes temores de François era perder su independencia, y otro, no poder leer. Así, aunque había aprendido el braille y usaba con soltura una computadora y un sintetizador de voz, lo emocionaba sentarse frente a una pantalla en el Hospital Quinze-Vingts y, con las gafas Argus II, señalar las letras con el dedo.
Es un adelanto con el que los médicos ni siquiera soñaban. Una o dos de los otros pacientes receptores de ojos biónicos pueden incluso leer palabras completas y frases sencillas.
De hecho, la Argus II ha superado todas las expectativas, y Second Sight está perfeccionando la resolución y el procesamiento para ofrecer imágenes mucho más nítidas. Hasta ahora sólo 60 personas en cinco países —entre ellos Francia, Suiza y el Reino Unido— usan el ojo biónico, pero un día podrían ser millones.
Quizá los dispositivos de la próxima generación ayuden a quienes padecen degeneración macular asociada con la edad, la cual es causa común de pérdida visual y ceguera entre los adultos mayores.
Un tratamiento por completo diferente, la terapia con células madre embrionarias, podría contribuir a la lucha contra la retinosis pigmentaria y la degeneración macular asociada con la edad.En enero de 2012 Marcus Hilton, de Wakefield, Inglaterra, fue el primer europeo en recibir esta terapia en una operación de 45 minutos que consiste en inyectar, en una zona minúscula de un ojo, células madre de embriones humanos excedentes de tratamientos de fecundidad.
Este hombre de 35 años, propietario de un bar, desde niño padece la enfermedad de Stargardt, una afección de la retina que destruye poco a poco la visión central. Oficialmente ciego, Marcus no puede conducir autos ni leer el periódico.
Aunque la terapia con células madre embrionarias, que se aplica en el Hospital Moorfields de Oftalmología, en Londres, no se ideó para curar la enfermedad sino como tratamiento experimental, Marcus está convencido de su eficacia. “Cuando veo las noticias en la televisión puedo localizar la zona del ojo tratada por los subtítulos en la pantalla, que son pequeños, de pronto crecen y luego se achican otra vez”, explica.
La terapia fue desarrollada por la empresa biotecnológica estadounidense Advanced Cell Technology, y el doctor James Bainbridge, del Hospital Moorfields, se la aplicó a Marcus. “Las terapias regenerativas podrían beneficiar a millones de personas que padecen enfermedades de la retina causantes de ceguera”, dice. “El potencial a largo plazo de las células madre embrionarias despierta mucha esperanza y entusiasmo”.
La maravilla de estas células es que podemos transformarlas en cualquier tipo de célula humana. Se espera que, al usarlas en el ojo, sustituyan a las células retinianas destruidas.
Marcus espera el día en que pueda leer con su hija, hoy de cinco años. “Si los médicos encontraran una solución práctica, sería fantástico para mí y para otras personas”, señala.