En Estados Unidos, AA todavía es el principal grupo de ayuda para vencer el alcoholismo. 

En 2008 pasé por una estresante mudanza de un lado al otro del país con mis tres hijos, pues mi esposo había conseguido un empleo nuevo. En la primera noche me encontré bebiendo una inusual tercera copa de vino para olvidarme de la desgracia de haber dejado Oregon para irnos a vivir a un lugar del noreste de Estados Unidos. Moderé mi forma de beber antes de que se convirtiera en un problema, pero mi experiencia me hizo darme cuenta del estrecho vínculo que existe entre el consumo de alcohol y el hecho de ser mujer hoy día.

Lo vi en mi nuevo vecindario: había mujeres que ocupaban puestos de trabajo de gran responsabilidad que tomaban ellas solas una botella de vino durante la cena. Conocí a mamás que llenaban termos de viaje con licor irlandés para beberlo después de llevar a sus hijos a la escuela.

También lo vi en la televisión: mujeres que brindaban con copas de vino demasiado grandes en series como Real Housewives, Cougar Town y Scandal. En Facebook me topé con grupos como “Mamás que beben y maldicen” y “Mamás que necesitan vino”. Yo estaba tan impresionada por el enorme papel desempeñado —mas no analizado— por el alcohol en la vida de las mujeres, que me pasé tres años investigando sobre el tema y escribí un libro, publicado recientemente: Her Best Kept Secret (“Su secreto mejor guardado”).

Mis observaciones fueron confirmadas por las estadísticas de 2011 de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, que mostraron que el consumo excesivo de alcohol —cuatro o más bebidas en una sentada— era común entre las mujeres del país: una de cada ocho se daba atracones de bebidas alcohólicas de manera habitual. Y a medida que su consumo de alcohol ha aumentado, también lo han hecho los efectos negativos: cada día más mujeres son detenidas por conducir en estado de ebriedad, y más mujeres en edad universitaria terminan peligrosamente intoxicadas en salas de urgencias.

Al decir de los epidemiólogos, el consumo excesivo de alcohol de muchas mujeres comienza en la universidad, donde intentan comportarse como los hombres, y continúa hasta que envejecen. Las mujeres de hoy tienen los medios económicos y las condiciones para beber, y el estrés puede llevarlas al exceso. El alcohol puede parecerles una válvula de escape ante la presión de cumplir con plazos para terminar trabajos, las demandas de atención de los hijos y el agobio de ver envejecer a sus padres. Añadamos a esto dos hechos: que la incidencia de trastornos de ansiedad diagnosticados es dos veces mayor entre las mujeres que entre los hombres, y que las mujeres a menudo ingieren medicamentos y alcohol, una mezcla peligrosa.

La biología también desempeña un papel en este asunto: los efectos intoxicantes del alcohol son mayores en las mujeres porque el cuerpo femenino contiene más grasa (la cual no puede absorber el alcohol, así que éste entra directamente al torrente sanguíneo) y menos agua (que diluye el alcohol). Las mujeres también producen menos deshidrogenasa, una enzima que ayuda a asimilar el alcohol, por lo cual se emborrachan más rápidamente que los varones.

En un estudio realizado en Estados Unidos a principios de los años 80, una de cada 10 mujeres contestó que sí a la pregunta “¿Está preocupada por su manera de beber?” Para 2002, una de cada cinco respondió que sí. En la última década, una cantidad sin precedentes de mujeres de edad madura ha buscado tratamiento por abuso de alcohol. Muchas otras han acudido a grupos de apoyo y recuperación, en la mayoría de los casos a Alcohólicos Anónimos (AA).

Por mucho, AA es la asociación de ayuda más grande y conocida para vencer el alcoholismo en Estados Unidos (hasta 2013, contaba con casi 1.3 millones de miembros en ese país, de los cuales uno de cada tres es mujer). Sin embargo, su metodología ha sido la misma desde los años 30, cuando fue fundada por dos hombres estadounidenses que tenían experiencias personales de abuso de alcohol. La literatura de AA define el alcoholismo como “una enfermedad progresiva e incurable”, y el objetivo de la organización es que sus miembros logren la “recuperación”, lo que significa abstenerse de por vida de seguir bebiendo y una adhesión incondicional a los 12 pasos de su programa de tratamiento. En el primero de ellos, los miembros deben reconocer su impotencia ante el alcohol, y en el segundo, expresar su creencia de que la ayuda sólo puede provenir de “un poder superior a nosotros mismos”.

AA ha ayudado a incontables personas, proporcionándoles un programa de tratamiento y el apoyo de una comunidad; sin embargo, muchas mujeres, desalentadas por la rigidez de AA, están acudiendo a nuevos grupos que no consideran el alcoholismo una enfermedad incurable, sino, más bien, un comportamiento no saludable que se puede modificar. Al igual que AA, esos grupos son gratuitos y ofrecen reuniones dirigidas por los propios miembros, pero son diferentes en algunos aspectos clave: la gente puede participar en línea; las técnicas que utilizan los grupos se basan en la psicología del comportamiento y las neurociencias, y hacen hincapié en la responsabilidad personal.

A muchas mujeres las actitudes de AA les parecen fuera de sintonía con los tiempos actuales; por ejemplo, no asimilan fácilmente que les digan que no tienen ningún poder sobre su manera de beber. Las mujeres se recuperan más rápidamente del abuso de alcohol cuando son capaces de tomar el control de su situación, y no renunciar a hacerlo, dice Mark Willenbring, psiquiatra y ex director de investigación terapéutica de los Institutos Nacionales sobre Abuso de Alcohol y Alcoholismo de Estados Unidos. “El entrenamiento en asertividad y el empoderamiento las están curando”. He aquí las historias de algunas mujeres que rechazaron la ortodoxia de AA y buscaron una mejor solución a sus problemas con la bebida.

Donna Dierker, neurocientífica residente en Saint Louis, Missouri, empezó a abusar de la bebida en 2001, cuando dio a luz a su primer hijo. “Los viernes o los sábados, si había tenido un mal día, el alcohol era mi recompensa después de que el bebé se quedaba dormido”, recuerda. En el verano de 2002, la recompensa fue un paquete de seis cervezas, seguido por varias copas de vino. Confiesa que a medida que intentaba dejar el hábito por su cuenta, beber menos le costaba cada vez más trabajo.

Esta mujer, hoy día de 51 años, leyó los 12 pasos de AA, pero no estuvo de acuerdo con lo que significaban: no creía que el alcohol hiciera su vida ingobernable, no se sentía impotente ante él y no quería abstenerse de beber por el resto de su vida. “Cuando leí que nunca más podría beber, supe que lo único en que podría pensar sería en eso”, afirma.

Donna leyó un artículo sobre MM, siglas de Moderation Management  (“Manejo de la moderación”), un grupo civil fundado en 1993 que, al igual que AA, ofrece un programa que empieza con un periodo de abstinencia de alcohol. Pero, a diferencia de Alcohólicos Anónimos, MM limita la prohibición a un mes y no exige a sus miembros someterse a un poder superior para alcanzar la sobriedad. En vez de eso, se enfoca en el autocontrol para que las personas puedan llevar una vida mejor (que puede incluir cantidades moderadas de alcohol). Los miembros de MM deben realizar ejercicios sencillos como “anotar sus prioridades en la vida” y “llevar un registro de la cantidad, frecuencia y circunstancias en que beben”.

“MM me enseñó a prestar atención al sabor de cada bebida y a cómo me sentía después de tomarla”, dice Donna, quien tiene dos hijos. Desde 2008 alterna un mes de abstinencia con dos meses de consumo moderado de alcohol (grado que, en el caso de las mujeres, MM define así: “Hasta tres bebidas al día y no más de nueve a la semana”). “A mí me funciona”, dice Donna. “Beber se ha convertido nuevamente en un gusto”.

“Me gusta beber”, dice Jane, de 54 años, quien pidió mantener su apellido en el anonimato para proteger su vida privada. “Me gusta alegrarme”. Haber perdido su empleo en 2008 llevó a esta mujer de negocios de Virginia a buscar consuelo en el alcohol. “No me di cuenta de lo mucho que dependía de mi trabajo para sentirme contenta y realizada. Cuando me quedé sin empleo, me sentí perdida”, afirma. Le gustaba tomar una o dos copas de vino por la noche para relajarse, pero en el transcurso de un año y medio cambió el vino por el vodka, del cual bebía hasta medio litro en una sentada.

Su punto de inflexión se produjo —dice— cuando empezó a sentirse “terriblemente todo el tiempo”. Jane estaba familiarizada con AA (varios familiares suyos eran miembros), pero no le agradaban su inclinación religiosa ni su insistencia en declararse impotentes ante el alcohol. “Yo veía mi hábito de beber como una decisión”, señala. Hizo una búsqueda de alternativas en Internet y descubrió el grupo HAMS, acrónimo en inglés de Apoyo para la Reducción de Daños, la Abstinencia y la Moderación.

La orientación del programa de este grupo, fundado en 2007, es más pragmática y alentadora que la de MM. HAMS “reconoce la intoxicación recreativa como una realidad y busca reducir los daños asociados con ella”, según declara en su sitio web, y “no obliga a las personas a cambiar de maneras que no eligen ellas mismas”. Los miembros se trazan un objetivo —beber de forma más segura, beber menos o practicar la abstinencia— y hacen un plan para alcanzarlo.

Participando a través de salas de chat, Jane se abstuvo de beber alcohol durante el periodo obligatorio de 30 días. Admite que fue un reto: “Tuve que aprender a disfrutar otra vez el estar en mi propia piel”. Leía libros, cocinaba y tocaba la guitarra.

Después de reintroducir el alcohol en su vida, siguió las sugerencias de HAMS y empezó a tomar notas cada vez que bebía. Cuando revisaba lo escrito al otro día, notaba que se sentía bien luego de las dos primeras bebidas, pero mal después de la tercera. Y aunque el alcohol le proporcionaba placer, se percató de que le impedía realizar las actividades que en verdad la hacían feliz: tocar la guitarra y leer. “De vez en cuando aún tengo noches en que rebaso mi límite de dos bebidas”, reconoce, “pero es raro. Me gusta tener acceso a mi cerebro”.

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