Yellowstone: los burbujeos de la Tierra
¿La piedra amarilla? Está por todas partes, o casi... El primer parque nacional creado en nuestro planeta está pavimentado de estas piedras.
Rocas oxidadas por el agua y, sobre todo, por el azufre propulsado por los géisers que constituyen la particularidad más visible de este inmenso territorio silvestre: se cuentan casi cuatrocientos, es decir, ¡dos tercios de los que hay en el mundo! Y como un emblema, Old Faithful, el más famoso, entra en erupción a intervalos de entre cincuenta y ochenta minutos, a 40 m de altura, ante millones de turistas. En la inmensa escala del continente americano, la Tierra se convierte en un espectáculo impresionante y temible a la vez.
La historia comienza hace 65 millones de años. Como en un gigantesco esfuerzo por crecer, la corteza terrestre se renueva en un poderoso movimiento de elevación: es el fin de la era de los dinosaurios. En el oeste de América del Norte, las capas sedimentarias fracturadas y levantadas se pliegan para formar la parte sur de las Montañas Rocosas.
¿Las furias de la Tierra se aplacarán algún día? No: durante los 25 millones de años siguientes, los volcanes de la región de Yellowstone esparcen cenizas y ríos de lodo, petrifican lo esencial de la vegetación y dejan a los milenios futuros un número incalculable de fósiles. De hecho, pese a que hubo algunos períodos de remisión, las fuerzas telúricas nunca dejaron de manifestarse en el supervolcán que es, en realidad, Yellowstone.
Dos millones de años después, durante la era cuaternaria, cantidades considerables de lava se han ido acumulando regularmente bajo la capa terrestre, reventando tres veces la superficie. El último episodio conocido, hace 630,000 años, produjo casi 1000 km3 de cenizas: durante su famosa erupción del año 79, el Vesuvio había emitido ¡5 km3! La violencia de la erupción fue tal que la parte central de la región se desmoronó y formó un inmenso cráter de 45 km de ancho y 75 de largo.
Hoy es la meseta central del parque nacional, encerrada tras montañas de 3000 a 4000 m de altura. En cuanto a los géiseres, a las fumarolas o a los pantanos de lodo caliente, son el resultado de las altas temperaturas a las que llegan las aguas de infiltración, retenidas con una presión considerable.
En este universo fantástico, uno se maravilla al descubrir que hay vida: ríos y lagos, inmensos bosques donde reina casi sólo el pino torcido (Pinus contorta para los especialistas), zonas de estepa y una fauna abundante: ciervos, bisontes, muflones canadienses, antílopes americanos, osos grizzly (osos pardos de América), pumas, coyotes, linces canadienses, lobos grises…
El águila calva de cola blanca (el águila emblema de los Estados Unidos), la grulla blanca, el halcón peregrino, el cisne trompeta son los símbolos de Yellowstone.
¿Y los hombres? Algunos cazaron aquí hace 12,000 años, tallando puntas de flecha en fragmentos de obsidiana dispersos sobre la meseta. Y en cuanto a los primeros blancos en llegar al lugar, al inicio del siglo XIX, encontraron a los indios shoshones, crow y blackfoot, con quienes comenzaron el comercio de pieles.
Algunas décadas más tarde, audaces exploradores y científicos emprendieron un reconocimiento sistemático de la región, subrayando el carácter excepcional del lugar. Al punto de que, en 1871, el Congreso decidió proteger toda la región; al año siguiente, por un decreto del presidente Grant se creaba el Parque Nacional de Yellowstone.
Situado en la cuenca del Géiser Norris, es el más grande del mundo: puede alcanzar 90 m de altura; pero es imprevisible. En cambio, fiel a su nombre, el Old Faithful (el “viejo fiel”) en la Cuenca Superior, entra en erupción con regularidad. En cuanto al Gran Géiser (opuesto), es el más grande “previsible”: erupciona dos o tres veces al día a 60 m de altura durante un lapso de 9 a 12 minutos.
Es una cuenca de lodo de donde brota agua hirviente. Las fuentes de este tipo son numerosas en Yellowstone; las variaciones de los fenómenos geotérmicos se traducen aquí en sorprendentes juegos de colores de los minerales que allí se depositan.
“Una región llena de fuego y de azufre…”. En 1806, nadie cree a John Colter, miembro de la expedición de Lewis y Clarke, la cual, por primera vez, atraviesa América del Norte de este a oeste. Unos cincuenta años más tarde, Jim Bridger cuenta haber visto enormes chorros de agua, fuentes abrasadoras, montañas de hielo y piedras de increíbles colores… y de indios y cazadores…
Sin embargo, en medio de la indiferencia general, despierta la atención del geólogo y explorador Ferdinand V. Hayden. Pasada la Guerra de Secesión, una primera expedición topográfica y militar –los indios crow y blackfoot defienden sus territorios– empieza a establecer los relevos y a estudiar la comarca de Yellowstone; pero Hayden no está.
En compensación, al año siguiente, dirige una nueva expedición financiada por el gobierno estadounidense. Entre los miembros del equipo que la fotografía permite inmortalizar –aquí, durante una comida en Red Buttes– figuran dos pintores, un paisajista, un naturalista, un zoólogo y, por supuesto, un fotógrafo.
Al regreso, Hayden escribe un informe y convence a las autoridades de lo extraordinariamente interesante de la región.
Muy pronto, en 1872, se crea el primer parque nacional del mundo; en 1895 recibe 5000 visitantes. Son 50,000 en 1915… 500,000 en 1939.
Desde los años sesenta, Yellowstone recibe más de 2,000,000 al año: la mayor concurrencia a parques estadounidenses.
Tomando de libro: “Secretos de los lugares más extraordinarios”, Reader’s Digest