Yo fui el bebé milagro

Su madre trató de salvarle la vida, aunque eso le costó perder la suya.

En 1972 Kerry Lee Albright fue arrastrado por una inundación en el poblado donde vivía. Ésta es la historia…

Mientras pasea por la calle cerca de su apartamento en Brooklyn, Nueva York, con el pelo cortado al rape para disimular una calva incipiente y vestido con una camisa polo y pantalón de mezclilla, Kerry Albright, de 41 años, parece sencillo, casi ordinario. Al hablar, su acento suave lo identifica como sureño, pero no muestra la típica timidez pueblerina. Habla con un estilo dramático que hace evidentes los 19 años que se ha dedicado al teatro musical, actuando en escenarios internacionales. Es un ávido usuario de Facebook, tiene 1,000 “amigos” y a menudo comparte con ellos historias acerca de sus viajes y otros pasatiempos. “Soy una de esas personas que sólo quieren divertirse con sus amigos”, dice.

Si no le preguntan, no cuenta nada de su infancia en el humilde pueblo minero de Lorado, Virginia Occidental, y guarda sólo una vieja foto del querubín de pelo rubio que alguna vez fue. Sin embargo, siempre tiene presente la catástrofe que se llevó a la mitad de su familia, y el hecho de que él apenas sobrevivió. Era demasiado pequeño para recordar el suceso que le valió el sobrenombre de “bebé milagro”.

El viernes 25 de febrero de 1972 amaneció con cielo azul, un respiro de la lluvia y la nieve que durante semanas habían azotado el valle de Buffalo Creek, una cuenca de 27 kilómetros de largo situada en las estribaciones de los montes Apalaches, en Virginia Occidental. Dentro de su casa de madera en Lorado, Sylvia Albright, de 39 años, apremió a su hijo Steven, de 17, para que saliera y tomara el autobús escolar, y luego dirigió su atención al bebé Kerry Lee, de nueve meses de edad. El pequeño acababa de pasar por una racha de cólicos, y Sylvia pensó que, con el día soleado, podía sacar al bebé un rato. Las nubes se habían disipado, al menos por el momento, y también parecían haberse esfumado las preocupaciones por la presa de Buffalo Creek.

La presa había sido construida ocho años antes, para contener y filtrar las agua residuales de la mina de carbón que operaba en la zona. En realidad eran tres presas, todas hechas de pizarra, grava y carbón sobrante, construidas de manera escalonada sobre la colina que daba al valle de Buffalo Creek. A principios de 1972, la presa superior contenía un lago de casi 10 metros de profundidad y 500 millones de litros de aguas lodosas, suficien-tes para llenar más de 200 piscinas olímpicas. Al llegar febrero las tres presas se habían llenado tanto que casi se desbordaban, y los residentes estaban preocupados.

Sylvia, cocinera de la escuela primaria de Lorado, y su esposo, Robert, minero, tenían otras cosas en mente. Su hijo mayor, Terry, de 21 años, había muerto a manos de otro soldado 16 meses antes, en Vietnam. La desgracia llevó a Sylvia a pasar unos días hospitalizada por depresión. Para tratar de recuperarse, la pareja se concentró en educar a Steven, quien había obtenido una beca para estudiar música en una universidad cercana.

Unos meses después de la muerte de Terry, a principios de 1971, una joven pariente telefoneó para decirles que estaba embarazada y que no podría criar al bebé. Ofreció dárselo a ellos, y cuando el pequeño nació, en mayo, los Albright volvieron a casa con un recién nacido rubio con cara de ángel, a quien llamaron Kerry Lee. Siempre habían querido tener otro hijo, y el bebé fue un rayo de luz en la oscuridad que la muerte de Terry había dejado en sus almas.

Pero al final de aquel día de febrero de 1972, los nubarrones reaparecieron. Los truenos sacudían la casa. Cerca de la medianoche, mientras los rayos iluminaban el camino asfaltado por el que transitaba, Robert se dirigía en su auto Gremlin a la mina cercana para trabajar el último turno.

Las condiciones de la presa superior se habían vuelto una amenaza en los días previos. En las 24 horas que transcurrieron entre la tarde del jueves y la del viernes, el nivel del lago lodoso había aumentado casi medio metro. Al anochecer del viernes el agua estaba subiendo 2.5 centímetros por hora, y cuando de nuevo empezó a llover con fuerza, a mayor velocidad: primero a cinco centímetros por hora y después a más de siete.

Los directivos de la empresa minera Pittston Coal no habían ordenado que se evacuara el valle, pero la gente ya había abandonado la mayoría de las 18 casas y dos remolques que había en Saunders, el pueblo situado río arriba de Lorado. En este último, casi cinco kilómetros al sur, las luces de las casas seguían encendidas, pues la gente esperaba noticias acerca de la presa. Sylvia y Robert, en cambio, pensaron que esta vez sería como las otras: mucha inquietud sin motivo. 

La mañana siguiente, temprano, se formó una grieta de nueve metros de largo y tres de ancho en el borde superior de la presa más alta. El muro de contención frontal se hinchó como cartón mojado. Los directivos de Pittston Coal ordenaron que se reparara la grieta, pero ya era muy tarde. Antes de que pudieran empezar a trabajar, el costado derecho de la presa comenzó a desintegrarse como un castillo de arena. El agua salió con violencia, haciendo la rotura cada vez más grande.

En cuestión de minutos la presa se colapsó por completo. Las lodosas aguas del lago se precipitaron hacia las dos presas inferiores, y produjeron una serie de explosiones cuando chocaron contra algunos montículos de carbón ardiente. En unos cuantos segundos, las dos presas inferiores quedaron destruidas.

Ya no había nada que contuviera las aguas. El torrente golpeó el pueblo de Saunders y arrasó la Iglesia Baptista del Libre Albedrío, a la que asistían los Albright. En ese punto el valle tenía apenas 60 metros de ancho en algunas partes, y las montañas que lo bordeaban formaban un embudo e impulsaban el aluvión de seis metros de altura a una velocidad de dos metros por segundo. Edificios, casas, autos, postes telefónicos, cables eléctricos y árboles enormes eran arrancados del suelo y arrojados a un río de fango oscuro. Saunders fue totalmente devastado en pocos minutos.

Entre tanto, la mañana del sábado había empezado con calma en casa de los Albright. Sylvia, quien pensaba asistir con Steven a un concierto en la ciudad de Charleston, se enteró de que habían cancelado el evento por lluvia. Jugó un poco con Kerry Lee y luego encendió la cafetera. Robert llegaría a casa hacia las 8:15 para desayunar con la familia.

Minutos después de las 8 las luces parpadearon, y después se apagaron. A veces fallaba la energía eléctrica, pero en esta ocasión Sylvia y Steven oyeron bocinazos de autos y gritos de personas. Steven salió a averiguar qué ocurría y vio una montaña de agua y desechos de seis metros de altura que se abalanzaba hacia la casa. Se movía como una marejada, y en su cresta las cabañas que había arrancado del suelo se sacudían como barquitos de juguete. Aún había personas en algunas de ellas; se aferraban a las ventanas con el rostro petrificado de terror. Entre el rugido del torrente, Steven alcanzaba a oír el ruido seco de las construcciones de madera cuando se partían en pedazos. Corrió de vuelta a la casa y gritó:

—¡La presa se rompió!

Sylvia tomó en brazos a Kerry Lee, quien sólo llevaba puesto un pañal. Steven sujetó a su madre del brazo y los tres salieron por la puerta trasera al patio, donde el nivel del agua estaba subiendo rápidamente. Su única vía de escape posible era subir a lo alto de una colina cubierta de árboles que se encontraba a 15 metros de la casa. Algunos de sus vecinos —entre ellos, Timmy Bailey, compañero de clase de Steven— ya estaban arriba.

Sylvia abrazó con fuerza al bebé y dejó que Steven la guiara por el agua. La cima de la loma no se veía lejos, pero cada paso que daban parecía hundirlos en el viscoso líquido oscuro. Cuando por fin se acercaron al pico de la colina, el lodo les llegaba a la cintura. Los vecinos estiraron los brazos para ayudarlos, pero ni Sylvia ni Steven lograban alcanzarlos.

Desesperada por salvar a Kerry Lee, Sylvia intentó balancearlo hacia adelante y hacia atrás para arrojarlo a sus vecinos, pero se había quedado sin fuerzas y el agua ya casi le llegaba al pecho. Soltó al bebé, quien cayó al agua y al instante fue arrastrado ladera abajo. El torrente se llevó también a Sylvia y luego a Steven.

 

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