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Zimapán, tierra de gigantes

El municipio más grande de Hidalgo tiene enormes atractivos naturales como un monolito, una presa hidroeléctrica y el cañón El Infiernillo.

El camino de Zimapán a La Encarnación sigue una línea sinuosa flanqueada por encinos, enebros y pinos que se adentra en formaciones rocosas surgidas durante el jurásico superior. El imponente paisaje de montaña es el preámbulo a la llegada a una pequeña pero increíble población que revela, a través de su arquitectura, su fastuoso pasado minero.

Ese camino es un tramo, ahora poco transitado, de la Panamericana, una carretera histórica que nació del ideal de conectar al continente americano desde Alaska, Estados Unidos, hasta Buenos Aires, Argentina.

Cuentan que cuando se construyó, el entonces presidente de México acudió a Zimapán a supervisar las obras. Lázaro Cárdenas quedó tan fascinado con las barrancas de mármol por las que se desplazan jaguares, pumas, boas y ardillas voladoras que creó un decreto a fin de preservarlo.

Así nació, en 1936, el Parque Nacional Los Mármoles, con una extensión de más de 23,000 hectáreas, en donde los amantes de la aventura pueden deleitarse con la sorprendente vista de la barranca de San Vicente y con el cerro de Cangandhó, cuya elevación roza los 3,000 metros y carga una piedra imantada de 24 por 12 metros que, dado su alto contenido de hierro, no solo atrae objetos metálicos, sino también a infinidad de personas en busca de sanación y energía.

En el corazón de ese parque se erige La Encarnación, un pueblo casi desierto que aún conserva las ruinas de lo que le dio fama: una importante fundidora de hierro. Su productividad era tal que le valió a la región la categoría administrativa de cabecera municipal. Para dar una idea de su prosperidad, basta con decir que sus banquetas son ¡de mármol!

Aunque la naturaleza ha ganado terreno poco a poco, todavía es posible admirar y recorrer las ruinas de la industria de fundición y laminado establecida por los ingleses.

Hidalgo, la tierra de los dioses

Maravillarse ante el resplandor hidalguense no es nada nuevo; este territorio es parte de la zona que en la época prehispánica se conocía como Teotlalpan —la tierra de los dioses—, pues a cada paso los lugareños hallaban oro, aguas termales, obsidiana verde, barrancas y cumbres.

Su gran legado cultural salta a la vista gracias a sus 2,400 vestigios arqueológicos, mientras que sus 160 haciendas históricas —verdaderas máquinas del tiempo que transportan al visitante al día a día de su época de esplendor— dan cuenta de su glorioso pasado virreinal.

Hidalgo se precia, además, de albergar a un nutrido conjunto de balnearios, de los cuales más de 100 son alimentados por aguas termales. “Si te propusieras conocer uno por semana, tardarías dos años en recorrerlos”, asevera Eduardo Javier Baños Gómez, secretario de Turismo del municipio.

Una buena parte de su belleza natural se relaciona con su ubicación geográfica. La parte central del estado se halla sobre una caldera volcánica de 20 kilómetros de diámetro; por ello, en Tecozautla existe un géiser —fenómeno geotérmico raro en el altiplano central mexicano— cuyas emanaciones alcanzan los 94 grados Celsius.

Hidalgo es la tierra de los tenangos, piezas de manta bordadas con hilos de colores que son creadas con amor, pero también con sangre y dolor por los múltiples pinchazos que sufren las bordadoras; de la barbacoa, exquisito platillo con elementos prehispánicos como la cocción en penca de maguey y en un horno que usa el vapor —el mismo principio de los temazcales—, y del pulque, una ancestral bebida fermentada que incluso estudios alemanes aseguran brinda grandes beneficios al cuerpo humano y de la que Hidalgo busca obtener la denominación de origen.

Sus bellezas le dieron el honor de ser el primer estado mexicano en tener un Pueblo Mágico: Huasca de Ocampo; después vendrían otros cinco; Zimapán es el más reciente.

El Vigilante

Descendiendo, colgado de cuerdas, a lugares nunca antes explorados; arrastrándose a fin de acceder a cuevas que posiblemente celan pinturas rupestres; platicando con cuanto paisano se encuentra, aprendiendo lecciones de arqueólogos y antropólogos que trabajan en su terruño. Así ha sido de un tiempo a la fecha la vida de Juan Lucas Ángeles, quien descubrió una extraordinaria maravilla que sería clave para que a Zimapán se le otorgara la distinción de Pueblo Mágico.

Tal vez lo más conocido de la localidad sea la hidroeléctrica Fernando Hiriart Balderrama, una de las más grandes de México, localizada en el cañón El Infiernillo —entre los estados de Querétaro e Hidalgo— y convertida en destino turístico por su singularidad. Pero Juan Lucas —periodista gráfico y ahora cronista de su municipio— sabía que Zimapán, con sus cinco siglos de historia, tenía lo necesario para convertirse en un sitio turístico y se propuso demostrarlo.

El 1 de julio de 2014, mientras exploraba parajes de la comunidad Llano Segundo, Juan descubrió una formación rocosa que lo dejó sin aliento. “Fue tal mi sorpresa que regresé al día siguiente a constatar si era real”, recuerda. Y no solo él dudó de su existencia, pues cuando publicó en redes sociales el hallazgo, la gente dudaba de la existencia de una piedra con esas características en la zona.

No obstante, cuando volvió, confirmó que era real. Con la vista hacia el horizonte y bañado por el Sol, se erguía lo que más tarde bautizaría como El Vigilante, un monolito de 15 metros de altura que apunta al poniente.

El Vigilante —que se presume fue un ídolo venerado por los pame, un grupo chichimeca— muestra dos perfiles perfectamente formados: el derecho, a decir de Juan, parece un Cristo con una expresión tranquila y serena; el semblante del izquierdo, en cambio, es sombrío y malvado. “Ese monolito representa la dualidad, el bien y el mal”, asegura María Isabel Hernández Vega, de la Coordinación de Turismo de Zimapán.

Este accidente es uno de los seres fantásticos llamados gigantes —poseedores de la fuerza de 100 hombres— que, según la leyenda, compartían su sabiduría con los lugareños. Los moradores antiguos creían que las montañas eran colosos caídos. En honor a dicho credo, el monolito forma parte de la La Ruta del Gigante, un recorrido turístico arqueológico que inicia en la cueva del Toro, donde se resguardan pinturas rupestres, y finaliza en el museo comunitario El Saucillo, emplazamiento de un desarrollo ecoturístico con cabañas ubicadas a un costado del embalse del cañón El Infiernillo.

No solo El Vigilante es cautivador —sobre todo si lo visitas al atardecer—, sino también el paisaje único que lo rodea: sus imponentes aguas, la infinidad de cajetes prehispánicos —deformaciones pétreas similares a cuencos o pozas— que eran usados para baños rituales; la vista increíble del cañón El Infiernillo —uno de los más caprichosos de la orografía local: cuenta con una estrecha boquilla que apenas permite el paso del río Moctezuma— y con la cascada conocida como La Guitarra, pues adopta tal configuración cuando corre el cauce.

Zimapán es el municipio más grande de Hidalgo, de modo que ofrece de todo y para todos. Si te trasladas al oeste, la senda de los mineros te llevará a las impresionantes angosturas de San Cristóbal y Las Adjuntas, un cautivador cañón de estrechos muros formado por caudales y barrancas que ha sido terreno de juego de competencias deportivas, así como locación de diversas filmaciones. Baños Gómez cree que atravesar ese sitio es una experiencia de vida, por lo que nadie querrá perdérsela.

En esta misma zona se localiza la mina La Purísima, donde se descubrió el vanadio, elemento químico que Zimapán le regaló al mundo. Su importancia en la metalurgia radica en que proporciona al acero resistencia a la tensión, elasticidad y dureza, así que es muy útil para la fabricación de aviones, automóviles y material quirúrgico.

Un árbol titánico

Una visita obligada en el centro de Zimapán es el parque El Sabino. Allí se levanta un enorme árbol de más de 500 años de edad que se disputa con El Tule, ubicado en Oaxaca, el título de ser el más grande de México. A diferencia del oaxaqueño, que son dos árboles unidos, el de Zimapán brotó de una sola raíz, precisa Baños Gómez. En sus ramas murió gente estrangulada durante la Revolución Mexicana; sin embargo, en la actualidad es un sitio romántico, pues sus largas ramas ocultan los escarceos amorosos. “Infinidad de zimapenses fueron concebidos en ese sitio”, afirma divertido Juan Lucas Ángeles.

Otro punto interesante de esta capital minera es el hotel Fundición. Se trata de una hacienda de beneficio donde se fundían el oro y la plata, y se producían los lingotes. Su propietario fue don Gerónimo de Labra, personaje central de la historia industrial del lugar. La posada guarda la armadura que perteneció al dueño, quien, se dice, el día de la boda de su hija mandó a hacer una alfombra de barras de plata desde la Casa Real de Moneda hasta la iglesia.

Si te interesa saber cómo serían unas ventanas creadas por el mismísimo demonio, acude a la monumental Parroquia de San Juan Bautista, considerada el monumento barroco más destacado de la Sierra Gorda. Cuenta la leyenda que la excentricidad oblicua de estos elementos fue el resultado de una lucha entre el bien y el mal de la que el diablo salió victorioso; la verdad es más sencilla y funcional: esa inclinación permite que, el 21 de junio de cada año, la luz solar penetre por ellas e ilumine la imagen de san Juan Bautista, santo patrono del municipio. Por nada del mundo dejes de contemplar el púlpito de este templo, elaborado con mármol de Carrara, que no tiene igual en el mundo.

Zimapán debe disfrutarse con todos los sentidos: su olor a manzana, piñones y chile rayado; la calidez de las cristalinas aguas que fluyen por las grutas de Xhajhá; sus agrestes vistas panorámicas; su tianguis sabatino en el que se ofertan hierbas que sirven como jabón o que adormecen la lengua al ser masticadas, los colores de los juguetes artesanales elaborados con madera y la fibra del ixtle.

Su gran extensión territorial le ha dado el prodigio de contar con diversos ecosistemas: desde pastizales y desiertos hasta zonas boscosas y tropicales, así que siempre habrá motivo para visitar este Pueblo Mágico.

Juan Carlos Ramirez

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