El papa Gregorio Magno identificó siete pecados capitales: ira, codicia, envidia, pereza, soberbia, gula y lujuria.
Hace más de 1,400 años el papa Gregorio Magno identificó siete pecados capitales: ira, codicia, envidia, pereza, soberbia, gula y lujuria. Pero eso fue en 590 d.C. La ciencia moderna ha descubierto que el manto negro del pecado está cosido con hilos blancos.
Ira
Cada día Donna Alexander observa a un grupo de clientes entrar en su Cuarto de la Ira en Dallas, Texas, y destruir todo, desde televisores hasta maniquíes, y salir sonrientes y relajados. Además, le pagan hasta 75 dólares por ese privilegio.
“Vi muchas peleas cuando era niña, así que pensé que si hubiera un lugar para liberar la ira, el mundo sería mejor”, explica. La llamada “destructoterapia” es una forma de control de la ira que suscita controversia entre los profesionales de la salud mental, pero parece atraer a la gente común. En España, algunos empresarios organizan eventos al aire libre donde las personas pagan por destrozar autos, aparatos eléctricos y computadoras con mazos. En Berlín, dos artistas diseñaron una máquina automática que rompe platos ordinarios por un dólar o vasos de cristal por 20.
Los estudios indican que la supresión crónica de la ira puede causar enfermedades cardiacas, hipertensión arterial, depresión y trastornos del sueño. Desahogar los enojos permite liberar el vapor emocional de la olla exprés de la vida.
Si eres casado, un poco de ira incluso podría hacerte longevo. Según un estudio de la Universidad de Michigan, las parejas que ventilan sus problemas con regularidad viven más tiempo que aquellas que los interiorizan.
También en el trabajo la ira puede tener un impacto positivo. Los estudios muestran que alimenta la ambición, influye en las negociaciones y confiere una sensación de poder y estatus. Los empleados que reprimen sus frustraciones son hasta tres veces más propensos a sentirse decepcionados y estancados. Mujeres, tomen nota: expresar la ira en el trabajo parece ser aceptable sólo en los hombres. Los arrebatos femeninos de furia suelen atribuirse a un desequilibrio emocional. Si no están de acuerdo, expresen su indignación en el Cuarto de la Ira de Donna Alexander.
Codicia
En los últimos años mucha gente ha cometido este pecado. El insaciable deseo de acumular riqueza ha dado lugar a esquemas Ponzi, burbujas inmobiliarias y crisis bancarias. Sin embargo, J. Keith Murnighan, profesor de administración en la Universidad Northwestern, en Illinois, dice que la codicia posee algunas cualidades que la redimen. “Cuando impulsa a la gente, como lo hace en los sistemas capitalistas, tiene un valor positivo”, señala. “Y hay codicia de conocimientos, que nada tiene de malo. Así que reprobarla o no depende del tipo de codicia de que se trate”.
Incluso la codicia materialista pue-de ser positiva. Los estudios indican que cuando buscas y obtienes lo que deseas, te sientes muy bien. Esto tiene el potencial de beneficiarte no sólo a ti, con más felicidad y mejor salud, sino también a tus familiares, amigos y, dependiendo de tu negocio, a los accionistas y a la sociedad. Y aunque hayas amasado una gran fortuna (por méritos propios o no), al final los demás no te critican si haces donativos para causas altruistas.
En opinión de Murnighan, Andrew Carnegie y Warren Buffett se aprovecharon de la situación económica prevaleciente en su respectiva época. “Fueron capaces de adquirir enormes recursos por muy poco, porque los demás estaban en desventaja”, dice. Pero Carnegie es más recordado hoy por ser un gran patrocinador de las artes, y mucha gente admira a Buffett por haber destinado buena parte de su fortuna, de 44,000 millones de dólares, a obras de caridad.
“Sentir codicia es parte de la naturaleza humana”, dice Murnighan. “Que sea un pecado o no, depende de los límites que le pongamos”.
Envidia
Helen Jane Hearn, esposa, madre y bloguera (helenjane.com) de 37 años, tiene mucho a su favor. Es directora de contenidos de la red publicitaria en línea Federated Media Publishing, en San Francisco, California, y consultora de entretenimiento de medio tiempo en su hogar. No obstante, reconoce que a menudo envidiaba a otras mujeres y permitía que los éxitos que tenían se infiltraran en ella como “un odio tóxico”. Entonces leyó el libro El camino del artista, de Julia Cameron, y aprendió a hacer un “mapa de envidia”. Ahora, en vez de enfurecerse por lo que otros tienen y ella desea, traza tres columnas en una hoja de papel y escribe estos encabezados: “¿A quiénes?”, “¿Por qué?” y “Acción antídoto”. Después anota los nombres de las personas a las que envidia, por qué las envidia y qué hará para contrarrestar ese sentimiento. “Hoy día tomo la envidia como un llamado a la acción”, explica. “Es una herramienta para motivarme a mí misma”.
Lo que Helen Jane ha hecho, dicen los que estudian las emociones, es convertir la envidia nociva (el pecado) en envidia benigna (una virtud potencial). Investigadores holandeses hace poco determinaron que la envidia benigna nos motiva para mejorar. Y varios estudios realizados por la Universidad Cristiana de Texas revelaron que cuando las personas experimentan envidia tienen una mayor concentración que las lleva a recordar a la persona envidiada.
Pereza
¿Estás sudando? No sería extraño, dice Richard Wiseman, psicólogo británico que ha medido la velocidad de marcha de los peatones en todo el mundo. Según él, desde principios de los años 90 la raza humana se ha acelerado un 10 por ciento. Pero, ¿adónde nos está llevando tanta prisa? Cuando uno piensa que algunos de los más grandes descubrimientos se produjeron en momentos de inacción (Newton sentado bajo un manzano, Arquímedes tomando un baño), se percata de que ese ajetreo incesante es el verdadero pecado mortal.
La triatleta Chrissie Wellington es un buen ejemplo. Ha ganado cuatro veces el agotador Campeonato Mundial Ironman, prueba que consta de 3.86 kilómetros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42.2 kilómetros de carrera a pie. Chrissie acumula miles de kilómetros por año para mantenerse en forma, pero no hacer nada es tan importante como todo ese entrenamiento. “Normalmente me tomo dos días de descanso total al mes”, dice. “Me siento el día entero en el sofá. No es tiempo perdido. El cuerpo necesita reposo para consolidar los beneficios del entrenamiento. Descansar me hace mejor: más rápida, fuerte y resistente”.
De hecho, tomar las cosas con cal-ma puede acarrear otros beneficios, como no subir de peso. Los adultos que duermen cinco horas o menos cada noche tienen 55 por ciento más probabilidades de estar obesos. Los estudios revelan que no dormir bien altera las hormonas leptina y grelina, que intervienen en la regulación del apetito. Soñar despierto también tiene un efecto positivo. Investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara observaron que las personas que dejaban vagar su mente durante 12 minutos se desempeñaban 41 por ciento mejor en una tarea creativa que cuando no fantaseaban
La meditación, por supuesto, es una forma de relajación que aporta beneficios reales. En un estudio de la Universidad de Washington, personas que recibieron ocho semanas de entrenamiento en meditación fueron capaces de concentrarse durante más tiempo y con menos ansiedad. Por eso Mark Bertolini, presidente y director ejecutivo de la empresa de seguros de salud Aetna, empieza cada día con yoga y meditación. “Ése es mi programa de bienestar”, afirma.
Consulta la información correspondiente a los pecados restantes en Selecciones de agosto. 2013