¡Se acabaron las dictaduras patriarcales! El jalón de orejas y/o patillas, la chancla voladora y el control con la mirada y la ceja hasta la nuca, son prácticamente cosas de antaño.
El péndulo de la autoridad se volcó a tal grado en un supuesto “a favor de los niños” que, en muchos casos, la crianza y la educación de nuestros pequeños se ha convertido en una jungla ingobernable. Y para muestra un botón.
Por razones de trabajo mi marido, mi hijo Sebastián de 5 años de edad y yo, nos fuimos a vivir un año a Detroit, Michigan, en el año 2016.
Llegamos un día extremadamente frío y muy nevado, acababa de pasar una de las peores tormentas de esa temporada invernal. Nunca me imaginé que ese día iba a recibir una gran lección de “cómo hablarle a mi hijo para que me obedezca”.
Estábamos en el pasillo antes de recoger las maletas y pasar a migración cuando Sebastián se echó a correr, ¡se me escapó! Fui detrás de él, (es algo que hace muy seguido, a manera de juego, lo sé pero me pone muy nerviosa), normalmente reacciono gritando, amenazando y al final lo acabo lastimando con una nalgada o un jalón de orejas.
En la mayoría de los casos esos episodios acaban en drama. Esta vez no fue diferente, Sebastián estaba tirado en el piso haciendo un gran berrinche porque no se quería regresar y yo a punto de perder el control, darle una nalgada y llevármelo a jalones, cuando de repente…
Un caballero que venía en el avión en el asiento de enfrente de nosotros, alguien que para mí había pasado inadvertido, venía caminando en el mismo pasillo, seguramente observó el episodio y sin más ni más, se acercó y me dijo: “¿me permite?”. Se inclinó al nivel de Sebastián, lo tomó del brazo firme pero sin lastimarlo, lo levantó, lo miró a los ojos y le preguntó: “¿Cómo te llamas?” – “Sebastián” –respondió mi hijo.
El señor continuó en tono muy firme –”Bien, Sebastián, lo que estás haciendo no está bien, tu madre tiene prisa por recoger las maletas, no es tiempo de jugar, ahora dale la mano a tu mamá y vayan a buscar tu padre que seguro está preocupado ¿ok? Ya habrá tiempo de jugar. ¿Me entendiste?”.
Sebastián sólo obedeció, me dio la mano y empezó a caminar tranquilo. El caballero siguió su rumbo, ni tiempo hubo de agradecerle. ¡La quijada casi se me va al suelo! Atónita, sorprendida, seguí caminando mientras pensaba que, Sebastián cuando está enojado no le hace caso a nadie y menos a un desconocido, pero esta vez, como arte de magia, obedeció y se calmó. Después como metralleta en mi mente continuaron las interrogantes:
¿Por qué los hijos muchas veces no obedecen a sus padres? ¿Por qué, para que esto suceda, necesitamos gritarles, amenazarlos o pegarles?
Para volver al equilibrio es necesario tener lazos de amor firme. Cualquier persona sin importar su edad, su clase social, cultura o religión, cuando es tratada con cariño reaccionan en forma positiva. Es mucho más fácil lidiar con niños contentos que con niños enojados; es más factible que los niños se porten bien y obedezcan, cuando se sienten bien con sus padres. ¿Saben por qué? Porque la mayoría de los niños, y también los adultos, aceptan hacer algo, aunque a veces no nos beneficie o no nos guste, sólo por cariño a la persona que nos lo pide.
El verdadero significado de un padre líder
Es muy fácil caer en el error de convertirnos en jefes (autoritarios) de nuestros hijos en lugar de ser unos verdaderos líderes. La diferencia entre un jefe y un líder es que el jefe manda, tiene metas claras en función de un interés que puede estar lejos de beneficiar a la persona porque cuando uno es jefe no necesariamente tomamos en cuenta los sentimientos y necesidades de nuestros hijos. En cambio, un líder cumple con las siguientes características:
1. Elogia más que criticar
Los padres líderes elogian a sus hijos por lo que sí hacen bien. Cuando se equivocan, en lugar de juzgarlos o criticarlos, los ayudan a hacerse responsables del error y les facilitan soluciones.
2. Tiene expectativas apropiadas de su hijos
Es muy importante observar a nuestros hijos para saber cuáles son sus verdaderas fortalezas y debilidades, un padre que observa a su hijo sabrá elegir mejor lo que a su hijo le conviene. El niño será capaz y tendrá más oportunidades de alcanzar sus metas.
3. Actúan más que hablar ¡Olvídense del sermón!
Todos los niños necesitan parámetros para aprender a diferenciar “lo correcto” de “lo incorrecto” y, para ello, los padres deben ser su mejor ejemplo.
4. Dan instrucciones con reglas claras, consistentes y flexibles
En los hogares donde hay reglas justas, claras y consistentes con un cierto grado de flexibilidad -sobre todo cuando cada uno sabe lo que se espera de sí mismo-, es más fácil que los hijos las sigan y comprendan el concepto.
5. Saben que sus hijos funcionan más con recompensas que con castigos
Un hogar donde el logro de los hijos es recompensado, no sólo en lo económico, sino con actividades que impliquen más tiempo de estar juntos, como salir a pasear o ver una película, ayuda a los hijos a esforzarse ya que van a tener mucho más beneficio al portarse bien y eso les elevará su autoestima y su sentido de auto valor.
Ser padre es una aventura llena de subidas y bajadas, saber, conocer y reconocer en qué parte del camino vas, te ayudará a ser una mejor guía emocional para ti y los tuyos, de ahí la importancia de encontrarte rodeado de cariño, tú también lo necesitas. No estás sólo.