El rostro del perdón
Tras recibir un disparo de escopeta, Rais Bhuiyan luchó por salvar al hombre que había intentado quitarle la vida.
En 2001, 10 días después de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, Rais Bhuiyan sufrió también un ataque terrorista.
Este hombre nacido en Bangladesh llevaba cuatro meses residiendo en Dallas, Texas, adonde se había trasladado desde Manhattan en busca de una vida menos costosa.
Un año antes, había tenido un gran golpe de suerte: fue uno de los miles de ganadores entre millones que entraron al sorteo para obtener la tarjeta de residencia permanente en el país.
Aunque sus conocidos de la comunidad de inmigrantes le habían advertido que los tejanos podían ser un poco hostiles, Rais estaba decidido a hacer que su prometida se reuniera con él y formar una familia tan pronto como pudieran.
Como un amigo le había prometido un empleo y un lugar donde vivir, y previendo muchas oportunidades de continuar su educación, a Rais le pareció que Dallas era el sitio perfecto. Tenía 27 años de edad y se sentía listo para comenzar una vida nueva.
Justo después del mediodía del 21 de septiembre, Rais estaba trabajando un turno extra en la tienda de una gasolinera —supliendo a un amigo— cuando vio entrar a Mark Stroman, un sujeto de 31 años, padre de cuatro niños y adicto a las metanfetaminas.
Tenía la cabeza rapada, un largo historial delictivo y muchos tatuajes racistas en el cuerpo. Como declaró posteriormente, hizo “lo que millones de estadounidenses querían hacer” después del día 11: tomar venganza.
Cuando Stroman entró al local con el arma, Rais pensó que se trataba de un asalto. Ya había sufrido uno, y esa vez supuso que el ladrón quería venderle una pistola, pues a menudo entraban a la tienda individuos que querían vender televisores, relojes y otros objetos robados.
—¿Cuánto quieres? —le preguntó al sujeto, quien amartilló el arma.
Esta vez, Rais estaba preparado. De inmediato vació la caja registradora, en la cual, por instrucciones de su jefe, había sólo 150 dólares.
—Tome el dinero, señor —dijo—, pero no dispare, por favor.
Stroman le preguntó:
—¿De dónde eres?
Desde el 11 de septiembre, esa pregunta se oía en todas partes. De hecho, justo el día anterior Rais había hablado sobre islamismo y geografía con dos amistosos agentes de policía que solían entrar a la tienda por refrescos y bocadillos; les parecía interesante que una persona que no era árabe profesara esa religión.
Rais oyó un estallido. Al principio le pareció lejano, como los ruidos de disparos aislados que a menudo se oían en el vecindario, pero luego su cuerpo fue arrojado hacia atrás, y sintió “un millón de picaduras de abeja en el rostro”.
Miró hacia abajo y vio cómo la sangre le caía a chorros sobre el costado derecho. Quizá se me salga el cerebro pronto, pensó. No puedo dejar que pase eso. Con ambas manos se apretó la cabeza ensangrentada, y se preguntó: ¿Me voy a morir? Entonces cayó de bruces.
Más tarde Stroman le diría a la policía que estaba cazando árabes. Alegó que una hermana suya había muerto en una de las Torres Gemelas, pero esa afirmación nunca fue corroborada.
Rais fue una de sus tres víctimas. Las otras dos también eran hombres inmigrantes, uno paquistaní y el otro hindú. Ambos murieron, y entre los dos dejaron dos mujeres viudas y seis hijos huérfanos.
Stroman fue llevado a juicio por el asesinato del hindú, Vasudev Patel, de 49 años. El crimen, perpetrado también en una tienda y con un pistola calibre .44, quedó registrado en video.
Stroman no mostró ni el menor remordimiento durante el juicio. En 2002 se le declaró culpable y fue sentenciado a muerte. Su caso fue uno de los primeros en ser procesados bajo la nueva ley estatal sobre crímenes de odio, creada en parte como respuesta a la muerte de James Byrd, un afroamericano de Texas que fue arrastrado casi cinco kilómetros por una camioneta, lo que causó su decapitación.
Rais sobrevivió con 38 perdigones incrustados en la cara, el cuero cabelludo y el ojo derecho. Como no tenía seguro médico ni nadie que lo llevara a sus tratamientos, perdió la vista en el ojo y ahora sólo ve manchas de luz.
Los perdigones le irritan los nervios bajo la piel; no puede dormir sobre su costado derecho, y cortarse el cabello puede ser un martirio si el peluquero no tiene cuidado.
Desde el ataque, le han extraído dos de los perdigones más molestos, con ayuda de un procedimiento que lo hace sacudirse mucho y perder una gran cantidad de sangre. El perdigón que le provocaba más dolor estaba incrustado en el centro de su frente.
Como buen musulmán que es, oraba cinco veces al día, y cada vez que su frente tocaba el piso al inclinarse, el dolor era insoportable. Al impactarse contra su cráneo, la pequeña esfera de plomo se había aplastado totalmente. Su madre siempre le decía que tenía la
cabeza dura, y Rais ahora estaba seguro de que era cierto.
Cuando Stroman fue enviado al pabellón de los condenados a muerte, Rais siguió con su vida lo mejor que pudo. Debía decenas de miles de dólares en gastos médicos, y no tenía auto, dinero, ni un lugar donde vivir, pues el amigo que lo había llevado a Dallas con la promesa de darle empleo y un alojamiento, lo hizo sentir que era una carga.
Sin embargo, Rais era demasiado orgulloso para volver a su país. Había renunciado a un futuro en los altos círculos sociales de Bangladesh para probar suerte en Estados Unidos. Había prometido alcanzar el éxito a sus queridos padres, quienes apoyaron su decisión y con gusto financiaron el viaje.
Entre tanto, su prometida había continuado con su vida porque no se sintió capaz de esperar más, y Rais se quedó solo.
Permaneció en Dallas. Dormía en los sofás de sus conocidos, y durante mucho tiempo tuvo miedo de salir a la calle. Es probable que estuviera sufriendo el trastorno de estrés postraumático, pero no tenía dinero para acudir a terapia.
En 2003, después de mucho orar, decidió buscar empleo como mesero en un restaurante. ¿Qué mejor forma de aclimatarse a la gente? Empezó en el restaurante italiano Olive Garden.
Para entonces, la Cruz Roja había determinado que Rais no era candidato para recibir un pago del fondo del 11 de septiembre; sólo podía ofrecerle comida gratis, pero él no la aceptó.
Más tarde, con ayuda de un doctor comprensivo, los gastos médicos de Rais fueron cubiertos por un fondo estatal de compensación para víctimas. Una vez que sus deudas estuvieron casi saldadas, Rais pudo abrir una cuenta bancaria, alquilar un apartamento, solicitar un crédito y comprar un auto.
Para noviembre de 2009, tras estudiar sin costo alguno en una escuela de informática propiedad de un compañero de la mezquita (y de iniciar un negocio propio a fin de promover el programa de cómputo para restaurantes que había diseñado junto con su maestro), Rais se sintió lo suficientemente sano y fuerte para cumplir una promesa que había hecho a Alá por salvarlo de la muerte: ir de peregrinación a La Meca.
Como su padre ya había ido tres veces allí, se llevó a su madre, quien nunca había realizado la peregrinación sagrada, que es uno de los cinco pilares del islam. Los dos permanecieron un mes en La Meca, orando junto con millones de fieles.
Cuando regresó a Dallas, Rais era un hombre distinto. “Sentía que ya no me preocupaba por mí mismo”, explicó después. “En cambio, empecé a pensar en aquel tejano, Mark Stroman, quien llevaba nueve años tras las rejas en espera de la ejecución”.
Rais recuerda la reflexión que hizo en aquel momento: Ese hombre cometió un error terrible; no cabe la menor duda. Pero es un ser humano como yo, y el Corán establece muy claramente que si uno se encuentra en una situación como la que afronté, puede exigir justicia, solicitar una compensación económica o perdonar.
Y cuando uno decide perdonar, significa que la otra persona queda exculpada, y no tendría que cumplir ninguna condena en prisión. Si yo decido perdonar a ese hombre, ¿qué sentido tiene imponerle la muerte como castigo? Ésa es la enseñanza del islam.
Ya sufrí lo peor que pude haber sufrido. También sufrieron las dos mujeres que perdieron a sus esposos, y los hijos que se quedaron sin un padre, pero nada ganamos con privar de la vida a Mark Stroman. Tenemos que salvarlo.
Hombre sonriente, de trato afable y con un acento melodioso del sur de Asia, Rais se dispuso a iniciar una campaña pública a favor de Stroman. Buscó información en Internet, asistió a programas de recaudación de fondos, escuchó conferencias y empezó a crear una red de partidarios.
Finalmente, conoció a Rick Halperin, profesor de la Universidad Metodista del Sur, quien tenía un largo historial de lucha contra la pena de muerte en Texas.