Tips parar fortalecer el apego con tus adolescentes
Cuando nuestros hijos son bebés cuidamos que nada los lastime, pero cuando son adolescentes los adultos podemos ser poco empáticos.
Cuando nuestros hijos son bebés cuidamos que nada los lastime y que se sientan muy amados, pero cuando son adolescentes y empiezan a confrontar todo su mundo, los adultos somos poco empáticos, rígidos y huraños.
Desde hace algunos años se ha empezado a considerar el apego como un elemento importante de la vida personal, afectiva y social. El apego se forma desde las primeras experiencias infantiles con las personas que nos cuidan y nos quieren. Nos da seguridad, confianza y nos hace ver la vida con optimismo.
Cuando los hijos nacen nos enfocamos en este apego; procuramos hacerlos sentir bien con cada roce, con cada sonrisa, con cada mimo.
Si lloran enseguida nos avocamos a ver qué está mal con el objetivo de hacerles sentir seguros y, sobre todo, amados, pero cuando el tiempo pasa y esos chicos se convierten en adolescentes y comienzan a cambiar —productos de las hormonas y de sus nuevos sueños y necesidades— nos convertimos en unos padres huraños, estrictos y poco empáticos.
En la adolescencia inicia la narración de lo que uno ha vivido, sea esto bueno o malo. Si eres capaz de entender e interpretar las circunstancias por las que has pasado, harás de tu vida un relato coherente, único e irrepetible que te dará confianza y seguridad.
La calidad del apego es una parte del éxito en la vida, pero no lo único, y quienes no han tenido esa suerte no necesariamente están destinados al fracaso, pues la resiliencia —o capacidad de resistir la adversidad— puede suplir y superar una infancia infeliz y desgraciada.
La separación de las figuras vinculares, especialmente de las parentales, se logra cuestionándoles, magnificando las diferencias y rompiendo espacios que hasta entonces eran la base de la convivencia familiar. En ese momento, infinidad de adultos tienden a sentirse agredidos por ese rechazo y a dar un paso a atrás.
La primera clave —y en ocasiones la más difícil— es permanecer, estar ahí, no alejarse, seguir siendo el referente afectivo que se fue hasta entonces, aunque eso suponga ser cuestionado y esforzarse por mantener espacios de convivencia.
En esos espacios de convivencia, la labor clave del adulto ha de ser ayudar al adolescente a construir su propia narración, a poner palabras a sus vivencias. Pero cuidado, las palabras deben ser las del propio adolescente, no las del adulto.
La narración debe construirla en la medida de lo posible por el adolescente, así que la clave es la escucha, crear esos espacios de reflexión, proporcionar datos con una mirada positiva, no desde el miedo, la prohibición o la pelea. Pero es importante que el adolescente hable de sí mismo.
El paso de la heteroregulación emocional a la autoregulación emocional se culmina en la adolescencia. A nivel de funcionamiento cerebral, se acabará de cerrar la corteza prefrontal que nos permite controlar cognitivamente las emociones y modularlas, y poco a poco, irá disminuyendo la segregación de dopamina y otras hormonas, de forma que las vivencias ya no serán tan pasionales y radicales, y adquirirán matices, de forma que la persona puede autoregularse emocionalmente.
Pero incluso de adultos, en situaciones de crisis y de angustia sobre todo, necesitaremos cerca figuras vinculares que nos ayuden a heteroregular.
Por tanto, la clave para quienes acompañan a un adolescente debe ser siempre mantener la expresión de los afectos, el ajuste emocional a las necesidades del chico o la chica, y fomentar como hasta entonces su capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno, que en este momento del desarrollo puede ser más alto que nunca.
La alegría es una de las emociones básicas del ser humano que debemos promover de forma consciente.
Los adolescentes han de aprender a elegir la alegría como actitud vital, el optimismo frente a una visión apasionada pero destructiva de la vida, a quedarse con el vaso medio lleno.
La risa es una de las claves de la intimidad en una relación y se favorece en contextos grupales en los que los adolescentes participan. Hay que tener en mente que la persona siempre reacciona mejor ante motivaciones positivas que ante castigos, prohibiciones o miedo.
Estos paralizan, pero no modifican conductas, y en la adolescencia este es un factor clave. Si no se encuentran caminos, acciones, ámbitos o actividades que motiven al chico o a la chica, la posibilidad de que se incline hacia actividades destructivas es muy alta.
En este sentido, conviene recuperar este aspecto: Una vida placentera donde se cultiven las emociones positivas y el placer, corporal y espiritual, una vida que fluya donde las cosas se enlacen en un proyecto de vida propio que surja de modo natural y una vida significativa, con un sentido trascendente.
No debemos olvidar que la persona pone en marcha sus mecanismos de trascendencia siempre por motivaciones trascendentes, que tienen que ver no sólo consigo mismo, sino con los otros, entre los que se incluyen sus figuras vinculares de nuevo.
Pero la capacidad de reconstruirse frente a la adversidad tiene que tener un significado, un motivo para emprender ese proceso y ha de ser un motivo que tenga sentido, que trascienda a la persona y su propia supervivencia.
Acompañar a un adolescente, estar presente en su vida, sobre todo cuando se trata de figuras educativas, sean en las familias o en la escuela, no es transformar la relación en un intento de convertirse en un amigo, en un igual.
Los adolescentes necesitan preservar su seguridad, su núcleo relacional, en el que las figuras parentales no abandonen su función normativa, que es parte ineludible de la educación, por miedo a la ruptura del vínculo.
Las normas han de ser el reflejo de la coherencia y la fiabilidad de los adultos para brindar seguridad al adolescente.
En la medida que sean congruentes, se mantengan en el tiempo, el adolescente siente que los referentes afectivos, morales y sociales siguen siendo claros. La autoregulación no se logra en la rigidez, pero tampoco en el caos.
Es necesario que las figuras parentales sigan siendo un referente de seguridad y de cercanía.
Hay una última clave que tiene que ver con la existencia en sí misma. Los adolescentes en su camino hacia la adultez van a tener que afrontar los dos elementos básicos de la existencia:
También es una tentación constante esconderse de esa responsabilidad, dejarla en otros, comprar respuestas prefabricadas a las preguntas sin respuesta o sencillamente huir. Las figuras vinculares deben equilibrar ambos elementos.
Y en este camino, de nuevo la cercanía, pues la intemperie da miedo. A todas las personas, tanto más a los adolescentes que viven desde la intensidad emocional. Las figuras vinculares no deben negarla, ni disimularla.
Deben ser referentes afectivos que legitimen la duda y la incertidumbre como una vivencia cierta y ayuden a que puedan ver el arco iris que se esconde entre el blanco y el negro.
La intuición es una de las claves para que el adolescente rompa su análisis hiper racionalizador de los acontecimientos. Debe aprender a escucharla, fiarse de ella y utilizarla como criterio de protección.
La intuición anida en el cuerpo, se construye desde el cerebro reptiliano, las esferas primeras de desarrollo cerebral. Es la base de la supervivencia, además de que es una de las claves que convierte a cada persona en única.
Existen tres niveles de inteligencia, las cuales deben ser integradas por el adolescente, así como el funcionamiento de los dos hemisferios cerebrales, el izquierdo centrado en la lógica y el lenguaje y el derecho más centrado en las sensaciones corporales y emocionales.
El adulto que acompaña a un adolescente debe favorecer esa integración e incluir las actividades corporales y físicas en la relación, fomentando que pueda poner consciencia en la vivencia, la emoción y el cuerpo y narrarla. Desde ahí surgirá la auto protección y la auto regulación emocional.
Fuente: Apego y adolescencia: Narrándose en el espejo de los otros P. Horno Goicoechea Consultora en Infancia, Afectividad y Protección. Espirales Consultoría de Infancia.