Se mueven y propagan a través del aire, el tacto, la picadura de un mosquito, un estornudo, una incisión quirúrgica o unas manos mal lavadas. Se cuelan por la boca y la nariz, o a través de una llaga, y pueden provocar fiebre, neumonía, fallos orgánicos, dolor de articulaciones e incluso la muerte. Los virus y las bacterias no dejarán de mutar, se harán resistentes a todo lo que la medicina invente para combatirlos y seguirán en el mundo cuando nosotros ya no estemos.
Las vacunas contra la gripe que funcionan un año no son tan eficaces al año siguiente. A quienes viajan a la península Arábiga se les advierte sobre el síndrome respiratorio de Oriente Medio, causado por una cepa del siempre mutante coronavirus e identificado por primera vez en Arabia Saudí en 2012; muchos de los que lo contraen necesitan respiración artificial para seguir con vida. Antes se creía que la fiebre de chikunguña, enfermedad viral transmitida por un mosquito que produce dolor articular, a veces permanente, estaba limitada al África ecuatorial. Hoy se está propagando rápidamente a zonas templadas de todo el mundo.
Durante años hemos abusado de los antibióticos, que se recetan para todo, incluido el catarro y otros males virales para los que no funcionan. Y aunque se usen correctamente (por ejemplo, para infecciones urinarias), no destruyen todas las bacterias a las que están destinados. Eso es lo alarmante: en cuanto las bacterias se hacen resistentes a un antibiótico, aprenden pronto a resistir otros hasta que se convierten en superbichos.
“La propagación de los superbichos es como la de los virus de la gripe: muy lenta, de 10 a 20 años, pero implacable”, dice Herman Goossens, microbiólogo de la Universidad de Amberes y presidente del Programa Conjunto sobre Resistencia Antimicrobiana, iniciativa de 19 países para coordinar la investigación y el análisis de datos sobre el fenómeno.
Presentamos aquí información sobre algunas de las bacterias y virus que tienen a los especialistas buscando soluciones urgentes:
Mientras dormía…
En marzo de 2014, un español llamado Juan David Díaz Valenzuela llevaba 60 días en coma inducido para combatir los efectos de una pancreatitis grave, y estaba muy débil y delgado. En algún momento de la quinta semana, la bacteria Klebsiella pneumoniae invadió su cuerpo, probablemente a través del tubo de traqueotomía.
De entre las bacterias que han desarrollado resistencia a los antibióticos actuales, la K. pneumoniae es una de las que más preocupan a los expertos. Se trata de una bacteria gram negativa que prolifera en los intestinos, se transmite por contacto con las manos de los infectados y ataca a los más vulnerables: personas con el sistema inmunitario débil o aquejadas de diabetes o enfermedades pulmonares crónicas. Los daños que causa son terribles: esputo con sangre, fallos orgánicos y después la muerte.
A Juan David, de 39 años de edad y padre de dos niños, le indujeron el coma en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Reina Sofía de Córdoba, Andalucía, y no informaron a sus familiares sobre la bacteria hasta que tuvieron que trasladarlo a otra sección del hospital donde trataban infecciones similares.
Él sabe que tiene suerte de seguir con vida. “Sólo otro hombre y yo sobrevivimos al brote”, dice. “Los otros pacientes infectados murieron”. También está enojado: “Mi vida ha cambiado completamente. De tener un empleo normal pasé a no saber siquiera si podré volver a trabajar”.
A Goossens le preocupan países como Grecia, Italia, España y Portugal, donde, dice, “los pacientes mueren y los hospitales no informan sobre esas muertes por vergüenza”. En la actualidad la neumonía por Klebsiella se trata con unos antibióticos llamados carbapenémicos, pero Goossens dice que el número de casos de resistencia a los carbapenémicos está aumentando en la Unión Europea, sobre todo en los países del sur. “Podríamos decir: ‘¿A quién le importa? Se limita a regiones de Asia’, pero no es así; ya no”, señala. “La gente viaja”.
Aunque las campañas de higiene de manos han tenido éxito en lo que respecta a las infecciones causadas por bacterias gram positivas y estafilococos, no han servido mucho para prevenir infecciones estomacales bacterianas. Por eso se requieren pruebas rápidas de diagnóstico de estas enfermedades para identificar a las personas infectadas en los cruces fronterizos, y nuevos antibióticos, aunque esto llevará años. “En esencia, necesitamos una enorme inversión en Asia para limpiar las aguas residuales, purificar el agua potable y mejorar la higiene de la población en general”, concluye Goosens.
Cepas más peligrosas
Al principio Michael Frotscher, neurocientífico de la Universidad de Hamburgo, no le dio importancia a la diarrea que le sobrevino; pensó simplemente que se le pasaría. Luego presentó sangrado, y recibió informe de personas infectadas con una cepa especialmente virulenta de Escherichia coli resistente a los antibióticos, entre ellas 12 colegas de su departamento con quienes había pasado unos días en un lugar de retiro. Sus amigos y familiares le aconsejaron que fuera a un hospital, y eso hizo. De lo que ocurrió después sólo tiene algunos recuerdos vagos: un acceso de fiebre y dolores intensos; una enfermera solícita que se inclinaba para acomodarle la almohada; agujas en los brazos y bolsas de suero; médicos de bata blanca reunidos alrededor de su cama, deliberando…
Era mayo de 2011. Michael, hombre alto y delgado, tenía 64 años y pensaba correr el Maratón de Berlín en septiembre, pero se convirtió en una de las 4,075 personas afectadas por ese brote, que se originó en una huerta orgánica cercana contaminada por una cepa de E. coli que produce las letales toxinas shiga.
La E. coli existe desde siempre, y la mayoría de sus cepas no causan ningún daño a los humanos. Pero en ese brote murieron 50 personas. Como médico, Michael sabe exactamente lo cerca que estuvo de ser la víctima número 51. Más tarde se enteró de que lo pusieron en coma durante cinco días por insuficiencia renal, y que le inyectaron un antibiótico que no había pasado todas las pruebas clínicas porque no había otro remedio. Tenía una infección en el sistema nervioso central, y sobrevivió. “Fue una situación única”, dice. “Estuve en el sitio equivocado en el momento indebido. Le pudo haber pasado a cualquiera, en cualquier lugar”.
“Hay cosas que deberían preocu-parnos, como las cepas de E. coli ultrarresistentes”, señala el doctor Timothy Walsh, profesor del Instituto de Infección e Inmunidad de la Universidad de Cardiff, Gales. “Es una bacteria muy común. Algunas cepas no son particularmente agresivas, pero hay otras muy virulentas”.
Una racha terrible
Bas Jonker, contralor financiero de Leidschendam, una ciudad cercana a La Haya, Holanda, no puede pensar en un solo momento crítico, sino en una serie de ellos: la tarde, hace tres años, en que los médicos le diagnosticaron leucemia linfoblástica aguda; tener que dejar de montar en moto debido a una necrosis ósea que le costó la extirpación de los huesos de la cadera y quedar confinado en una silla de ruedas; el día que su esposa lo abandonó luego de 12 años de matrimonio porque cuidar de él era algo superior a sus fuerzas, y, por último, cuatro meses después, en agosto de 2014, cuando parecía que su salud ya no podría empeorar más, dio positivo en la prueba del estafilococo dorado resistente a la meticilina (EDRM), la principal causa en el mundo de infecciones resistentes a los fármacos contraídas en hospitales.
Pese a tener el sistema inmunitario debilitado por la terapia contra la leucemia, Bas, hombre delgado de 33 años, se sometió a varios tratamientos con antibióticos nuevos y más fuertes para prevenir el riesgo de que se le infectara la sangre con el EDRM. Los fármacos le producían muchas náuseas, pero sintió alivio cuando, siete meses después, los médicos le dijeron que estaba limpio de EDRM.
Se calcula que una de cada 100 personas es portadora del EDRM, pero la mayoría nunca contraerá una infección por estafilococos. Al igual que el bacilo Clostridium difficile, el EDRM afecta principalmente a personas hospitalizadas que toman dosis altas o prolongadas de antibióticos, que destruyen la flora intestinal y, por tanto, favorecen la proliferación de bacterias. Corres riesgo de contagiarte del EDRM y contraer una infección potencialmente letal si, como Bas Jonker, tienes el sistema inmunitario debilitado, usas una sonda urinaria o intravenosa, sufres una cortadura mientras practicas un deporte de contacto, o vives o trabajas en un ambiente comunitario, como un campo de entrenamiento militar.
Stephan Harbarth, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Ginebra, afirma que el EDRM estuvo mucho más extendido en el pasado que hoy, al menos en Europa. Muchos años de campañas para promover la higiene de manos en los hospitales de Alemania, Suiza, Reino Unido, Francia y los países escandinavos han contribuido en buena medida a mantener las infecciones bajo control, a hacer un uso más juicioso de los antibióticos y a idear pruebas de diagnóstico más rápidas.
“Creo que esta tendencia positiva continuará, lo que no significa que las cosas vayan bien en todas partes”, dice Harbarth. “Si, por ejemplo, me tuvieran que hospitalizar, me gustaría que fuera en Suiza o en Escandinavia, no en Grecia, ¡ni un solo día!”
No olvides llevar repelente de insectos
En mayo de 2014, poco después de que los ciudadanos franceses Fabien Duquenne, de 50 años, y su esposa, Nadine, de 52, llegaron a la cabaña que habían alquilado en Guadalupe para pasar sus vacaciones, el propietario les notificó que su hijo, de tres años, había contraído fiebre de chikunguña la semana anterior, a raíz de una picadura de mosquito.
—¿Chikun… qué? —repuso Fabien.
—Mi hijo ya está mejor, pero más vale que se pongan repelente de insectos todo el tiempo —les advirtió el dueño—. Supongo que no querrán enfermarse también.
Era la primera vez que Fabien, director del Consejo del Norte en Lille, y Nadine, empleada pública, oían hablar de esa enfermedad, descubierta en Tanzania en 1952. Y era normal que no supieran nada de ella. Hasta hace poco los brotes se limitaban principalmente a África y Asia; hoy día Italia, el Caribe, Brasil y Florida, Estados Unidos, son sólo algunos de los lugares donde han aparecido mosquitos tigre, portadores de variantes del virus chikunguña.
“En África no se sabía que ese virus mataba gente”, dice Bernard-Alex Gauzère, especialista en enfermedades tropicales del Hospital Universitario de La Reunión, isla francesa del Índico, y profesor visitante de la Universidad de Burdeos. El chikunguña se propaga rápidamente: entre 2005 y 2006, más de 272,000 personas de La Reunión (el 38 por ciento de la población) se infectaron con el virus, y durante un brote ocurrido en 2014 en el Caribe, 113 personas murieron y miles más se infectaron.
Al principio los Duquenne no se preocuparon. Llevaban repelente de insectos y tomaron precauciones. Tres semanas después, a los dos los habían picado los mosquitos y empezaron a tener síntomas. “Lo primero que me dio fue dolor de cabeza y fiebre, como si tuviera gripe”, cuenta Fabien. Cuando entraron a la sala de espera del consultorio de un médico local, la agobiada recepcionista les sugirió que fueran a la farmacia, donde lo único que pudieron darles fue aspirina.
—Volvamos a casa —dijo Fabien.
De regreso en Lille, los enviaron a las oficinas locales del Instituto Pasteur, organización internacional de investigación especializada en microbiología, enfermedades infecciosas y otros campos. Sin embargo, allí sólo les hicieron un análisis de sangre para determinar el avance de la enfermedad y les recetaron antiinflamatorios para mitigar los síntomas.
Mientras que Nadine ya se recuperó, Fabien presenta recurrencia regular de síntomas de chikunguña, sobre todo dolor de articulaciones. Toma aspirina o antiinflamatorios para calmar el dolor, y añora los tiempos en que podía hacer cosas que daba por sentadas, como montar en bicicleta, atarse los cordones de los zapatos y subirse los calcetines. “Me duele ya no poder patear un balón de futbol y jugar con mi nieto”, dice.
Gauzère señala que desde hace 20 años los investigadores buscan una vacuna contra la chikunguña, pero hasta ahora no lo han logrado. “Lleva tiempo”, dice. “Lo que necesitamos hacer bien ahora es impedir que los mosquitos se reproduzcan”.
¿Y hay buenas noticias?
Sí, dicen los especialistas. La investigación farmacológica promete versiones más fuertes de los antibióticos actuales en un periodo de entre dos y cinco años. Y procedimientos como el trasplante de heces fecales, como el que se hizo en 2013 a una mujer de 86 años en Bretaña, Francia, han resultado eficaces en casos persistentes de infección por C. difficile.
Las campañas de higiene exitosas realizadas en muchos países han logrado una disminución de los casos de infección por EDRM y C. difficile, señala Harbarth. Y se ha progresado en el desarrollo de procedimientos de diagnóstico, así que los médicos pueden saber con qué habrán de lidiar sin tener que esperar varios días los resultados de laboratorio.
En lugares como la isla de La Reu-nión, los expertos están buscando maneras de detener la reproducción de mosquitos, y quizá algún día habrá una vacuna para protegernos del virus chikunguña. “Tengo un optimismo cauto respecto a lo que va a ocurrir en los próximos 5 o 10 años”, dice Harbarth. “Pensémoslo así: durante ese lapso morirán más personas en accidentes de tránsito que a causa de superbichos. Pero si me preguntan qué bacterias o virus existirán en el mundo en el año 2030, no podría predecirlo con exactitud. Cuando uno se especializa en enfermedades infecciosas, se enfrenta a un enemigo que lo supera en astucia”.