Historias de cuatro patas
Un entusiasta grupo transforma la vida de decenas de animales maltratados. Desde pequeña, Graciela Ruiz se aterró ante la crueldad hacia los animales. “La gente que está en el negocio de la carne se...
Un entusiasta grupo transforma la vida de decenas de animales maltratados.
Desde pequeña, Graciela Ruiz se aterró ante la crueldad hacia los animales. “La gente que está en el negocio de la carne se insensibiliza, ve a los animales como mercancía, así que los sacrifica para consumo humano de formas terribles”, cuenta esta mujer de 36 años.
Y aunque desde niña quiso aliviar el sufrimiento de los animales, Graciela se decidió a actuar cuando vio en la calle a “Mochis”, un perro criollo. “Días antes de que yo visitara a mis padres en su rancho en Tabasco, un perro vagabundo perdió una pata debido a que un hombre le dio un machetazo como escarmiento por haberle ladrado a unas personas”, recuerda.
El perro pasó días desangrándose y con la herida expuesta, hasta que Graciela lo encontró. “Lo subí al carro y lo llevé con un veterinario”. El rescate de “Mochis” sería el primero de muchos. Posteriormente, el destino la pondría en el camino de Berta Galván de Pitashny, encuentro que le cambiaría la vida.
Cuando Berta recogió un par de perros callejeros, jamás imaginó que durante 30 años cambiaría la vida de más de 6,000 animales; de tener unos cuantos perros y gatos heridos en casa, pasó a albergar a decenas.
Al ya no poder atenderlos en su domicilio, adquirió y acondicionó un terreno para sus “inquilinos”; después abrió otro albergue en Villa del Carbón, Estado de México, al que llamó Villa Feliz, donde animales gravemente enfermos o lesionados pa-saban sus últimos días entre mimos y una estricta vigilancia médica.
Curar, alimentar, vacunar, esterilizar y dar en adopción a los animales era una tarea ardua, así que Berta
requirió de toda la ayuda posible; poco a poco, el destino se encargó de unir a Berta con Graciela Ruiz, Teresa Vázquez, Greta Kolarik, Irene Cohen, Sara Gilibert, José Luis Genis, un veterinario apasionado por los animales desvalidos, y Raúl Ortiz, un trabajador amante de los perros; el grupo, llamado Presencia Animal, laboraría hombro con hombro desde 2001.
Aunque Berta murió en 2008, su labor no se truncó; el equipo siguió adelante. Perros de todas razas y tamaños corren libres por los 1,500 metros cuadrados de las soleadas instalaciones de Presencia Animal. En ese lugar no hay encierro ni vejaciones; los animales viven entre mimos y cuidados médicos. Es más, en los días calurosos, los animalitos se refrescan en una pequeña piscina en forma de hueso.
A pesar de las imágenes de felicidad que se ven en el “chalet de los perros”, como también llaman al lugar, la situación no es fácil, pues la rehabilitación de un animal abandonado o lastimado es larga y tortuosa.
“Perdita”, una pastor alemán, tiene tumores, así que debe recibir quimioterapia; “Lina”, una perra mestiza rescatada a la orilla de una carretera, presenta desnutrición, parasitosis y deshidratación provocada por vómito y diarrea constantes, de modo que para recuperarse necesita alimentación especial, suero, antibióticos y vitaminas; “Keyla”, una mastín napolitano, llegó a Presencia Animal pesando 12 kilos, en vez de los 50 que suelen pesar los animales de esa raza; y “Sammy”, un perrito mestizo, vivió en tal abandono que desarrolló raquitismo, así que fue necesario enyesarle las cuatro patas mientras sus huesos se fortalecían.
A la atención médica le siguen amor y, sobre todo, paciencia. “Necesitan tiempo para volver a socializar”, señala Graciela, quien en su casa tiene a cinco gatos y dos perras, todos rescatados. Por ejemplo, a “Skippy”, un french poodle, hay que sedarlo para bañarlo, pues no tolera el contacto humano.
Lee más sobre ese artículo en: Selecciones, julio 2010, pág. 25
Eliesheva Ramos/Foto: Ramón Sánchez Belmont