La cafeína aumenta la sensación de alerta neutralizando temporalmente la adenosina, un sedante natural del cerebro.
“Cuando no se duerme todo lo necesario, se despierta con más adenosina de lo normal en el cerebro”, explica Timothy Roehrs, del Centro de Trastornos e Investigación del Sueño del Hospital Henry Ford, en Detroit. Por eso el consumo de cafeína reduce la somnolencia.
Pero si sueles tomar mucho café, quizá necesites más de lo habitual para contrarrestar los efectos de una desvelada.
“Cuando se adquiere tolerancia a la cafeína, el cerebro crea más receptores de adenosina”, añade Roehrs. “La cafeína adicional se requiere para bloquear los nuevos receptores”.
Las personas que no toman cafeína a menudo “suelen ponerse mucho más alertas y aptas para realizar tareas cognitivas y motoras —por ejemplo, concentrarse en actividades rutinarias o aburridas como mecanografiar— si ingieren la dosis adecuada de cafeína”, dice Laura Juliano, profesora de psicología en la American University de Washington, D.C. Los consumidores habituales, en cambio, obtienen poco o ningún beneficio.
Según Matthew Ganio, profesor de quinesiología en la Universidad de Arkansas, “la cafeína puede mejorar el rendimiento físico en pruebas de resistencia como el trote, aunque su efecto es menor en esfuerzos intensos y breves como los sprints y alzar pesas”.
La cafeína nos hace quemar más reservas de grasa en vez de las limitadas reservas de carbohidratos de los músculos, que al quedarse sin ellas se fatigan. El beneficio quizá sea menor en los consumidores habituales de cafeína.
En un estudio de más de 300,000 hombres y mujeres estadounidenses, los que consumían al menos 600 mg de cafeína al día (una taza mediana de café contiene de 95 a 200 mg) corrían 30% menos riesgo de contraer el mal de Parkinson en un lapso de 10 años que quienes consumían el mínimo (menos de 20 mg al día).
Los enfermos de parkinsonismo pierden poco a poco las neuronas que produce el neurotransmisor dopamina. La cafeína protege esas células.
“En los ratones, la cafeína no sólo previene el deterioro de la memoria, sino que reduce notablemente la acumulación de betaamiloide, la proteína nociva que muchos expertos consideran causa fundamental de la enfermedad”, dice Gary Arendash, de la Universidad del Sur de Florida.
Los pocos estudios que se han hecho con seres humanos son contradictorios. En uno realizado en Hawai con casi 3,500 hombres maduros durante 25 años, los que dijeron tomar al menos 400 mg de cafeína al día corrían 55% menos riesgo de presentar al morir las lesiones cerebrales distintivas de la demencia senil que quienes dijeron tomar menos de 140 mg al día. Aun así, no era menor su riesgo de contraer demencia senil en vida.
Cuando sobreviene el dolor, los vasos sanguíneos del cerebro se dilatan. La cafeína los constriñe, y es, además, un analgésico ligero.
La fundación estadounidense March of Dimes aconseja a las mujeres gestantes o que quieren embarazarse no tomar más de 200 mg de cafeína al día porque “no se pueden descartar” los efectos nocivos de dosis mayores en la fertilidad y la salud fetal.
“Pocas personas saben cuánta cafeína les quita el sueño”, dice Laura Juliano. “Quienes la metabolizan despacio pueden tener todavía suficiente en el organismo para no poder dormir por la noche aunque hayan dejado de tomarla muy temprano”. Quienes dejan la cafeína suelen decir que duermen más y mejor, señalan Roehrs y Juliano.
En un estudio que dio seguimiento a más de 130,000 hombres y mujeres durante 30 años, tomar café (ya fuera normal o descafeinado) no aumentó el riesgo de contraer arritmias, ni siquiera entre los que padecían ya afecciones cardiacas.
Muchos laboratorios añaden cafeína a las píldoras para adelgazar porque acelera el metabolismo, al menos por un breve lapso. Aun así, “hay pocas pruebas de que la cafeína ayude a bajar de peso o a guardar la línea tras haber adelgazado”, dice Ganio.
Aunque los consumidores de cafeína sufren un leve aumento de la presión arterial, los estudios de largo plazo no demuestran una relación clara entre el consumo de café y el desarrollo de hipertensión, señala Rob van Dam, de la Universidad Nacional de Singapur.
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