La reina Isabel II falleció a los 96 años, en su residencia de Balmoral, rodeada por toda su familia, de acuerdo al anunciado del Palacio de Buckingham.
A pesar de las tormentas y contratiempos vividos por la Casa de los Windsor durante la segunda mitad del siglo XX y de las dos primeras décadas del XXI, la popularidad de Isabel II se mantuvo robusta hasta el final de lo que los historiadores definen ya como la “segunda era isabelina”.
Isabel II, el símbolo universal de lo que representa una casa real europea, fue la demostración más evidente de que la supervivencia de la institución monárquica depende siempre de la personalidad de quien ostenta la corona.
La primogénita de Jorge VI e Isabel Bowes-Lyon, que nació en Londres el 21 de abril de 1926, heredó un imperio y se convirtió a los 25 años en la clave de bóveda de su arquitectura constitucional. Acabó siendo la representación visible y el anhelo de estabilidad y unidad de un país fragmentado.
Isabel II accedió al trono lejos del Reino Unido. Se enteró de la muerte de su padre en Kenia. Realizaba la primera etapa de una larga gira junto a su esposo, el duque de Edimburgo, por varios países de la Commonwealth.
En la noche anterior, dormían ambos sobre la copa de una gigantesca higuera en el Parque Nacional de Aberdare. “Por primera vez en la historia de la humanidad, una joven subió a un árbol como princesa y bajó al día siguiente como reina”, escribió el naturalista británico Jim Corbett, que se hospedaba por entonces en el mismo hotel.
La noticia cambió su vida, pero, a diferencia de Jorge VI, ya estaba preparada para su destino. “Ante todos ustedes declaro que mi vida entera, sea larga o corta, estará dedicada a su servicio, y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”, había dicho la princesa por radio desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, un 21 de abril de 1947, al cumplir 21 años.
Su verdadera prueba de fuego no fueron ni las sucesivas crisis económicas que le tocó afrontar, ni las guerras, ni el malestar social de los años setenta, ni el terrorismo del conflicto norirlandés.
Su momento más delicado fue la muerte de Lady Di, cuando la voluntad de mantener en la esfera privada el duelo familiar —y su evidente escaso apego hacia la “princesa del pueblo”— chocó de bruces con un sentimiento popular de dolor que rozó la histeria, y culpó sin matices al palacio de Buckingham del desdichado final de quien hubiera podido ser ella misma reina.
Isabel II tuvo la virtud, a medida que avanzaba su reinado, de transmitir a los británicos, con su mera presencia, con su cumplimiento estricto del papel que le correspondía, esa sensación de que “todo estaba bien”. Aunque no lo estuviera.
Sobre todo, porque no siempre supo gestionar correctamente los desmanes de los miembros de su familia. O no siempre le correspondieron sus descendientes con el respeto debido.
Aguantó hasta que resultó inaguantable la sórdida amistad de su hijo Andrés —el favorito, según han afirmado durante décadas los medios británicos— con el millonario pederasta estadounidense Jeffrey Epstein. Y solo decidió despojarle de títulos y honores, y apartarlo de la vida pública, cuando su proximidad se convirtió en un peligro para la institución.
O decidió también despojar de rango y privilegios a su nieto Enrique cuando desde la distancia estadounidense emprendió una campaña de acusaciones de abuso y de supuesto racismo contra su esposa, Meghan Markle.
Ni una palabra de la reina en uno u otro caso. No existe ni una entrevista de la monarca durante 70 años de reinado. Las dio su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, fallecido el 9 de abril de 2021. Las dieron sus hijos Carlos o Andrés. Las han dado sus nietos, Guillermo o Enrique.
El reinado de Isabel II fue la imagen constante de una pareja cómplice e inseparable. Felipe de Edimburgo fue la única persona capaz de cantar a la reina las verdades del barquero, y de arrancarle en público la mayor de las sonrisas.
“Ha sido, simplemente, mi fuerza y mi apoyo durante todos estos años (…) y tengo con él una deuda mucho mayor de la que nunca me reclamará, o de la que nunca nadie sabrá”, dijo de su esposo en 1997, al cumplir sus bodas de oro.
Cuando el 17 de abril de 2021 los británicos vieron a su reina sola, de negro, embozada en una mascarilla, velando el féretro del duque de Edimburgo en la capilla del Castillo de Windsor, muchos percibieron el fin de una era. Por entonces, Isabel II llevaba más de un año confinada en ese castillo, junto a su esposo.
Su agenda pública se había reducido drásticamente, y la incrementada presencia en primera línea de Carlos de Inglaterra, su hijo y heredero, o del príncipe Guillermo (segundo en la línea de sucesión) y su esposa, Kate Middleton, hacía pensar que la monarca iba entregando poco a poco el testigo a otra generación.
Pero la pandemia concluyó, e Isabel II fue incrementando su actividad oficial a medida que se acercaba la gran celebración del Jubileo de Platino, en 2022. La promesa de servicio a sus ciudadanos hasta el final de sus días, que realizó en su 21º cumpleaños, llevaba implícita la idea de que un monarca británico solo abandona el trono cuando fallece.
Los últimos años de la reina estuvieron plagados de rumores sobre su retirada de la vida pública y la decisión de dar vía libre al reinado de su hijo Carlos. Nunca se confirmaron.
La muerte de una persona siempre es complicada, avisar a la familia, planear un funeral en menos de 24 horas, sobrellevar el dolor que le llega al corazón de repente y probablemente el paso más difícil, seguir con nuestra vida.
Realmente nada en la vida se puede planear y mucho menos podemos saber cuándo vamos a morir para poder adelantar los planes, pero esto no pasa cuando eres la reina de Inglaterra y existe la operación London Bridge.
Elizabeth Alexandra Mary Windsor tenía 96 años de edad y era la soberana que más años ha estado en el trono de Inglaterra. Después de que su tío, el rey Eduardo VIII, abdicara para poder contraer matrimonio con la estadounidense Wallis Simpson. Subió al trono el padre, el rey Jorge VI, convirtiendo así a Elizabeth en la heredera directa al trono.
Tras la muerte de su padre, el 6 de febrero de 1952, se convirtió en la soberana del Reino Unido y los reinos de la Commonwealth.
Desde hace 70 años Isabel ha sido la cabeza de la corona, con su hijo y sus nietos caminando siempre a su espalda. Ha vivido guerras, el paso de primeros ministros, papas en el vaticano y presidentes de Estados Unidos, su aliado más importante. Más que una soberana es uno de los símbolos más importantes y fuertes de Inglaterra, siempre presente, de pie y entera.
Recientemente, el 20 de febrero la Reina Isabel II dio positivo a covid-19 y lo que originó dudas acerca de la salud de la monarca quien ya tiene 95 años de edad.
Es importante mencionar que conforme con el Palacio de Buckingham los síntomas de la Reina Isabel II son “leves y similares a los de un resfriado”. El contagio de la reina se dio después de que convivió con su hijo mayor, el príncipe Carlos, quien dio positivo a la semana pasada.
Pero si no es una enfermedad, el tiempo, un cruel enemigo que no perdona, ni siquiera a la monarca más longeva, podría ser la causa para activar el protocolo, ya no tan secreto, que se pondría en marcha en el instante mismo en que la reina muera, esa operación se llama ‘London Bridge.
La primera acción se dará por parte del primer ministro Boris Johnson, quien deberá llamar al primer ministro a través de una línea telefónica reservada y decir las siguientes palabras “London Bridge is down” que significa ‘el puente de Londres ha caído’.
La oficina del primer ministro debe dar la noticia a los líderes del parlamento y desde el Centro de Respuesta Global del ministerio de exteriores se comunicará con los 15 gobiernos en los que la reina es la cabeza del Estado así como los 36 países que conforman la Commonwealth.
La primera cadena televisiva y de radio en enterarse será la BBC quien a su vez, se encargará de dar el mensaje a los súbditos. Todas las transmisiones del país se interrumpirán al mismo tiempo, y en la pantalla aparecerá la leyenda “ This is BBC from London”.
Todos los programas en vivo recibirán la indicación de dar paso al broadcast directo de la BBC a través de las luces azules que se encienden en los foros ingleses en caso de catástrofe.
En este momento, un lacayo vestido de luto abrirá las puertas del palacio de Buckingham y colocará un aviso luctuoso que será posteado también en la pagina web y redes sociales.
El día siguiente de la muerte de la monarca su hijo, el príncipe Carlos, se convertirá en el nuevo Rey de Inglaterra con el nombre de Carlos III, cambiando así una vez más el himno a “Dios Salve al Rey” ese mismo día se espera un discurso de su parte para dar seguridad y alivio a su pueblo y será coronado tres meses después de la muerte de su madre.
Habrá un luto nacional de diez días, cinco de ellos estarán expuestos los restos mortales de la cabeza de la iglesia en el salón de la abadía de Westminster.
Pero no importa cuanta preparación exista, este suceso irá más allá de cualquier protocolo, una reina que a sus 95 años tiene una salud de hierro y una actitud maravillosa siempre presente en los actos públicos, pero que también tiene algunos hechos escandalosos.
Con información de El País
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