¿Cuándo fue la última vez que te adentraste en un buen libro o te quedaste tan maravillado con un proyecto que las horas volaron como si fueran minutos?
Esto sucede todo el tiempo en la niñez, pero al envejecer, la capacidad de concentrarse a fondo desaparece junto con la capacidad para hacer volteretas.
Nadie sabe con exactitud por qué ocurre, pero una de las teorías más populares es que la gente más joven tiene un sistema de inhibición que mantiene la información irrelevante o superflua lejos para que no afecte la atención.
Piense en este sistema como un mantillo en un jardín, para limitar las malezas. En la secundaria un niño tiene un “mantillo” tan grueso que puede hacer la tarea de matemática con la música a todo volumen y detenerse de vez en cuando para responder un mensaje de texto.
Con la edad, sin embargo, el “mantillo” se afina, lo que permite que irrumpan cada vez más distracciones. Cuando estas son demasiadas, pueden afectar qué tan bien aprendemos y recordamos, así como lo bien que realizamos ciertas tareas.
De repente, su concentración vuelve a la calle y nota que ha conducido kilómetros sin siquiera darse cuenta y, tal vez, incluso pasó de largo la esquina donde debería haber doblado.
Nadie le puede prestar atención a todo. La información arremete contra los sentidos todo el tiempo. Cada color, objeto, sonido, gusto, olor o sensación física es captada por el cerebro y procesada.
La mayoría de estos datos es ignorada, como corresponde ser; resultaría agotador estar hiperalerta a cada fragmento de información en todo momento y no hay una verdadera necesidad de acordarse de si el pájaro que pasó volando por la ventana era marrón, rojo o azul.
En cambio, uno elige a qué información prestarle atención; por ejemplo, al mensaje de correo electrónico que estaba leyendo cuando pasó el pájaro.
Esa es la información que se conserva en la memoria de corto plazo. Por desgracia, al envejecer, tienes menos memoria de trabajo (también llamada “memoria de corto plazo”); si no prestas mucha atención, la información ya no se fija con tanta facilidad como antes.
Esa es una de las razones por las que una persona mayor puede tener problemas para alternar entre dos tareas.
Supongamos que estás intentando leer por turnos dos capítulos de un libro. Cuando cambias de capítulo, podrías olvidar en qué parte del capítulo previo te quedaste y tener dificultad para reorientarte, mientras que una persona joven con una mejor memoria de trabajo tendría menos inconvenientes.
Un pariente cercano de la atención es la concentración. Si piensas que la atención es como encender la luz en una habitación a oscuras, la concentración es como apuntar un rayo láser sobre un objeto específico de la habitación.
La concentración es ese intenso nivel de atención que experimentas cuando tienes la sensación de que estás grabando a fuego recuerdos en tu cerebro.
Algo de esta capacidad también se pierde cuando envejeces. Los pequeños detalles simplemente desaparecen.
Si lees un fragmento de un libro, podrías recordar lo esencial, pero una persona joven tal vez sería capaz de recordar oraciones de memoria.
Uno no pierde por completo la capacidad de concentración; sin embargo, esto te exige más energía e interés. Lo que obtienes es la capacidad de absorber una visión del mundo más amplia y de mayores dimensiones: una suma de las partes.
Las personas jóvenes tienden a ver las partes, pero se les podría escapar la manera en que encajan en el panorama general.
Estos consejos están destinados a ayudarte a mejorar tanto la atención como la concentración.
Todos nos distraemos y perdemos la concentración de vez en cuando. Si esto te sucede seguido, acostúmbrate a usar estas estrategias para ayudar a compensar esa falta.
Escribir te obliga a prestar atención y también ayuda a trasladar la información desde la memoria de corto plazo hasta la memoria de largo plazo.
Y, por supuesto, te permite llevar un buen registro por si lo necesitas más adelante.
Hace años que los intercesores de los pacientes aconsejan llevar un pequeño grabador de cassette o digital cuando van al médico.
Cuando las personas están nerviosas o bajo estrés, quizá no recuerden con precisión o en su totalidad lo que les dijeron en el consultorio.
La misma estrategia puede ayudarte en la vida cotidiana. Si llevas un grabador, puedes usar la activación de voz para registrar conversaciones importantes o, incluso, memos personales para ti mismo.
Luego podrás repasar la grabación cada vez que quieras.
A diferencia de los tapones, estos aparatos reducen o eliminan el sonido del ambiente, y apenas amortiguan los sonidos distintivos.
Por ejemplo, si te los pones en la oficina, eliminará el murmullo de las máquinas y el parloteo de fondo, mientras que podrás oír a alguien que te hable o el timbre del teléfono cuando suene.
Maneja las distracciones controlables a tu alrededor: apaga la música, la televisión y la radio. Si tienes frío, ponte un suéter. Si tienes hambre, come. Si sientes que el aire está enrarecido, abre una ventana.
Cuanto más cómodo estés, mejor podrás concentrarte.
Si no tienes control total del ruido, vete a otro lugar. Las bibliotecas suelen ser silenciosas o, al menos, más tranquilas.
Investigadores de la Universidad de Arizona en Tucson descubrieron que las personas mayores de 65 años que sentían que su capacidad de atención era mejor en la mañana (en oposición a los “búhos nocturnos”, que se concentran mejor tarde a la noche) podían mejorar su concentración tomando un poco más de un cuarto litro de café.
El café descafeinado no funcionó. Este truco sirve sólo si ya eres bebedor de café. De lo contrario, los efectos secundarios de la cafeína —ese nerviosismo— solo perturbarán tu atención.
¿Tienes algún problema para mantener la concentración? ¿Cómo lo solucionas?
Extraído del libro “Cómo entrenar su mente”, Selecciones México, Reader’s Digest
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