Michael Phelps, una vida de romper límites
Michael Phelps siempre supo que haría historia.
En la vida del atleta olímpico más condecorado de todos los tiempos no hubo ni casualidades ni golpes de suerte sino grandes dosis de disciplina, esfuerzo, voluntad y pasión.
Cuando se retiró de las albercas a los 31 años de edad tras las Olimpiadas de Río en 2016, este joven originario de Baltimore había ganado 23 medallas de oro, tres de plata y dos de bronce a lo largo de cuatro Juegos Olímpicos, un récord que seguramente perdurará por largo tiempo.
¿Pero cómo logró este joven de 1.93 metros de estatura semejante hazaña? Él asegura que sólo necesito confianza, entrenamiento y el coach adecuado. “Como todo niño quería ser el mejor, y cuando a los 11 años me dijeron que tenía posibilidades de convertirme en atleta olímpico por una razón rara confié y cuatro años después ya estaba en las Olimpiadas” cuenta Phelps en su visita a México en el marco del World Business Forum realizado en la Ciudad de México.
En el 2000 Phelps asistió a los Juegos Olímpicos de Sidney y fue considerado el nadador más joven con 15 años de edad, pero regresó muy molesto con su desempeño porque no obtuvo una sola medalla. “Yo no quería regresar con un pedazo de papel que me acreditaba como participante, yo quería la medalla, y eso lo usé como motivación” cuenta.
Y seis meses después Phelps rompió su primer récord. “Esa experiencia me sirvió mucho, todo lo que no me gustaba lo usaba como motivación y así fue durante toda mi carrera”.
Cuestionado sobre si imaginó llegar a acumular tantas medallas, Phelps tranquilamente contestó que era una meta, que sabía que quería hacer historia y que trabajando lo lograría.
Recordó que su capacitación más rigurosa fue en 2002, cuando acondicionó a su cuerpo para resistir extenuantes jornadas de ejercicio.
“Tenía que estar preparado física y emocionalmente, así que cuidaba la dieta y cada detalle del entrenamiento. Todo tenía una razón así que debía hacerlo o no lo lograría. Fue un proceso gigantesco que me llevó mucho tiempo”.
Tras ese exhaustivo entrenamiento Phelps supo que tenía el potencial para hacer lo que nadie antes había hecho. “Yo quería ser el primer Michael Phelps, no el segundo Mark Spitz”.
A diario me preparé y sacrifiqué cosas. El secreto de su éxito es el establecimiento de metas. “Infinidad de personas se marcan metas, pero pocas las cumplen. Muchos quieren ser atletas pero no tiene ni un plan de largo plazo ni ganas de esforzarse”.
Michael Phelps comparó su método de entrenamiento con los negocios. “Es lo mismo, tienes que empezar planeando todo. Inicias con un sueño, luego determinas cómo lo lograrás y vas por él. Ese es el método básico de todo lo que he hecho. Si quería hacer las cosas diferentes en la historia del deporte tenía que estar dispuesto a hacer cosas diferentes dentro de la alberca”.
Este hombre, —que ganó un total de 73 medallas en las grandes competiciones mundiales de piscina larga— no dejó de entrenar a diario durante cinco o seis años consecutivos. “Estaba en la secundaria y no era un niño normal pero no me importaba porque yo tenía la oportunidad de hacer algo que a nadie antes se le había dado”.
Infinidad de estudios apuntan a que el poderío de Michael Phelps en el agua se debe a su anatomía sobrenatural: casi dos metros de estatura, unos brazos que extendidos tienen una longitud de 2.03 metros, un torso demasiado largo con respecto a sus piernas que le permitiría moverse en el agua sin que sus piernas desaceleren, doble articulación en los tobillos que le permite mover los pies como si fueran aletas, manos grandes que funcionan como remos, produce la mitad del ácido láctico que el promedio de la gente, lo que le permite recuperarse más rápido y alcanzar su máximo potencial y tiene un 4 por ciento de grasa corporal, lo que maximiza su fuerza y le da más velocidad en el agua.
Pero Phelps cree que sus triunfos históricos están hechos de sacrificio, constancia, perseverancia, esfuerzo. Recordó el dolor que experimentó por largos periodos. “Pasé por dolor físico diariamente tratando de ver cuál era mi máximo”.
También habló sobre cuánto se exige a sí mismo. “En el último verano quería romper un récord mundial en Río y mientras desempacaba mi maleta pensé que sí podía lograrlo, pero cuando empecé a revisar mis metas lo dudé, así que le mandé un mensaje a mi entrenador y él me dijo: “suelta eso, déjalo ir”, porque soy muy duro conmigo mismo, cuando algo me sale mal entrenó 10 veces más”.
Y ahí está parte de su secreto. “A veces tienes que hacer cosas aunque no te gusten, cuántas veces nadé aunque no podía ni levantar los brazos porque un día antes había hecho pesas en el gimnasio. Ahí es donde la gente se pierde.
El camino no es sencillo, a veces hasta duele, y no siempre eres feliz, pero tienes que ver qué tan significativas son para ti las metas que te trazaste, yo me imponía metas para tener ánimos para salir de la cama. A mí no me importaba ese sacrificio porque hice lo que quería, yo deseaba estar en la alberca”.
La otra parte crucial fue su entrenador, John Bowman, quien con tan sólo ver a Phelps jugando en la alberca con sus amigos cuando era un niño descubrió que era extremadamente competitivo y odiaba perder.
“Mi coach es como un padre para mí, tuve toda la fe del mundo de que él me llevaría al punto en el que yo quería estar, y funcionó”. Michael y John trabajaron juntos 24 años. “A veces nos queríamos matar, pero ambos buscábamos la perfección, ambos deseábamos ser los mejores” cuenta entre risas.
Este hombre siempre desafío a Phelps, siempre lo llevó más allá de sus límites. “John siempre me decía que nunca algo será lo suficientemente bueno y lo entendí, así que en el 2008 gané ocho medallas, fue sensacional, en ese momento queríamos asegurarnos que estábamos sobrepreparados. Sin un coach tan bueno ni el mejor nadador lo hubiera logrado, él presionaba los botones correctos”.
La parte más difícil para este medallista olímpico fue dejar la niñez. “La etapa de mi desarrollo fue dura, dejar de ser un niño de 11 años y graduarme de la preparatoria, vivir por mí mismo en la escuela, son cambios que todo mundo tiene pero me tomó tiempo darme cuenta que me estaba transformando”.
Michael Fred Phelps II, quien enfáticamente dijo que lo que más ama en la vida es competir, reconoció que tuvo pocas carreras malas pero aún esas desafortunadas experiencias le servían como combustible para seguir mejorando.
Phelps no sólo entrenó al máximo su cuerpo. “Desde pequeño se me enseñó a visualizar todo. En la mente siempre visualizó tres tipos de carrera: cómo podría ser, como no quiero que sea y como sí quiero, y me preparo para esos escenarios”.
Para reforzar su idea contó que en una competencia se le llenaron los lentes de agua y perdió visibilidad. “Mi coach me acostumbró durante 15 años a contar las brazadas, con esos movimientos tengo un timing, en 27 segundos doy 17 brazadas, sé cuántas brazadas tengo que dar en cada uno de los cincuenta metros de una competencia”. A pesar de ese contratiempo, Phelp ganó la medalla de oro.
Michael Phelps solo se compara con sí mismo. “Lo que cuenta es que yo haga el esfuerzo máximo”. Y aprendió que todo se puede lograr con esfuerzo y, sobre todo, pasión. “Sólo me enamoré de un deporte” dice con sencillez.
Y aunque vivió etapas de depresión que lo llevaron a encerrarse en su habitación durante días, Phelps ahora se define como una persona feliz, exitosa, sin arrepentimientos y, sobre todo, con una mejor condición mental que antes. “No lamento nada, tuve desafíos para avanzar hacia donde estoy ahora”.
Además de su red de apoyo familiar, Phelps dice que ha crecido como ser humano porque aprendió a reconocer los sentimientos y las emociones que ocasionaron que la depresión lo atacara en diversas ocasiones. “Ahora sé por qué me enojo o me entristezco y eso ha mejorado mi vida”.
Phelps está convencido de que visualizar los temores simplifica la vida. “Sólo cuando los materializamos podemos salir adelante”. Ahora tiene más claro hacia dónde quiere ir y ha aprendido más sobre sí mismo. “Justo ahora estoy determinando qué es lo más importante para mí”.
Alejado de las albercas, ahora este hombre dedica sus días a la Fundación Michael Phelps, —la cual creó con un bono de un millón de dólares que la marca de trajes de baño Speedo le otorgó por haber ganado ocho medallas olímpicas en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008—, a su hijo y a su esposa embarazada y a causas como la conservación del agua y la salud mental.
Cómodamente sentado en Expo Santa Fe, en la Ciudad de México, el atleta contó que ahora se prepara “para entrar en este mundo, para poner los pies sobre la tierra porque los tuve mucho tiempo en el agua. Ahora tengo una familia, causas, no nada más soy yo ejercitándome en el agua”. Ahora se toma tiempo para hablar y visita a un terapeuta.
Y la misma pasión que le imprimió al deporte y la misma metodología con la que entrenó por años siguen presente en su vida diaria. “Tengo una lista de cosas que son importantes para mí, y en la medida en que las visualice y las recuerde voy a poder cumplirlas y hacer lo que sea”.
“Mi vida es emocionante aunque mi carrera deportiva ya terminó” asegura este hombre que no se considera como todos lo quieren ver: un ser de otro mundo. “No es ciencia nuclear, con pasión, esfuerzo y sacrificio cualquiera lo puede lograr”.
Así es Michael Phelps, —el niño al que apodaban ‘La bala de Baltimore’ por su incapacidad para estarse quieto y a quien una de sus maestras le dijo que jamás llegaría a nada por esa hiperactividad— la leyenda más grande del agua.