Si alguna vez has probado una dieta baja en carbohidratos, es posible que te hayas sorprendido tanto por su efectividad como por la determinación que se necesita para minimizar el consumo de almidón. Sin embargo, una nueva investigación sugiere que si eres una persona con debilidad por los carbohidratos, como el pan, los muffins y la pasta, tu anhelo por estos alimentos no debe ser motivo de culpa. Entonces ¿por qué nos encantan los carbohidratos? De hecho, los antojos de carbohidratos podrían estar grabados en nuestros genes. ¡Te contamos!
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La revelación del estudio publicado en science
En un nuevo estudio publicado en la revista Science en octubre de 2024, investigadores de la Universidad de Buffalo y del Laboratorio Jackson han rastreado el amor humano por los carbohidratos durante más de 800,000 años. Han descubierto que el gen AMY1, encargado de producir la enzima amilasa que descompone el almidón en glucosa y que también otorga al pan su sabor, se ha estado duplicando en nuestro ADN desde la antigüedad.
Explicaciones de los expertos
Omer Gokcumen, PhD, autor del estudio y profesor de ciencias biológicas en la Universidad de Buffalo, explica: “La idea es que cuantos más genes de amilasa tengas, más amilasa podrás producir y más almidón podrás digerir de manera efectiva.” Este descubrimiento revela que la búsqueda de energía a través de los carbohidratos tiene raíces profundas en nuestra biología.
Antropología y secuenciación genética
Los investigadores utilizaron métodos avanzados de secuenciación genética para examinar el ADN de 68 humanos antiguos, que incluían muestras de Siberia de hasta 45,000 años de antigüedad. Sus hallazgos sugieren que los cazadores-recolectores preagrícolas ya tenían un promedio de cuatro a ocho copias de AMY1 por célula diploide. Esto significa que nuestros antepasados estaban preparados para digerir alimentos ricos en almidón, mucho antes de que comenzaran a cultivar.
El estudio también reveló que esta adaptación genética no era exclusiva de los humanos modernos. Los neandertales y los denisovanos, nuestros parientes lejanos, también poseían múltiples copias del gen AMY1. Según el Dr. Gokcumen, “Las duplicaciones iniciales en nuestros genomas sentaron las bases para una variación significativa en la región de la amilasa, que permitió a los humanos adaptarse a dietas cambiantes a medida que el consumo de almidón aumentaba drásticamente.”
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Crecimiento del AMY1 durante la agricultura
A medida que los humanos comenzaron a cultivar, especialmente en Europa, el número de copias de AMY1 aumentó en los últimos 4,000 años, probablemente debido a una dieta rica en cereales. Aquellos con un mayor número de copias de AMY1 eran más capaces de digerir el almidón, lo que les proporcionaba más energía, mejorando sus posibilidades de supervivencia y reproducción.
Entonces, ¿qué significa esto para nosotros hoy? Comprender la variación AMY1 ofrece una mirada más profunda a nuestro pasado evolutivo y podría proporcionar nuevos insights sobre la salud metabólica, particularmente en cómo nuestros cuerpos gestionan la digestión del almidón y el metabolismo de la glucosa. Investigaciones futuras podrían ayudar a explicar por qué algunas personas prosperan con dietas ricas en carbohidratos mientras que otras no.
Este fascinante intercambio entre genética y dieta nos invita a reconsiderar nuestras relaciones con los alimentos que elegimos consumir y a entender cómo nuestros orígenes influyen en nuestro presente.
Tomado de The Healthy.com Why Do We Love Carbs? New Research Just Found an Answer