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Supermamás 2016 – Sembrar en la buena tierra

Supermamás 2016 – Sembrar en la buena tierra. Gracias a la escuela que Elizabeth Marroquín abrió hace 16 años en una colonia marginada, muchos niños tienen por delante una vida mejor.

Había una vez una colonia llamada Vicente Guerrero donde la pobreza y la inseguridad estaban tan arraigadas que muchísimas personas se resistían a internarse en sus calles lodosas por temor a los delincuentes.

Las necesidades de la gente que vivía en esa zona federal de Cuernavaca eran numerosas, pues así como un día dejaron de pasar trenes por las vías que atraviesan la colonia, el gobierno estatal dejó de preocuparse por sus habitantes.

Un buen día de 1998 una asociación civil abrió un taller de costura en esa colonia. Nadie imaginaba que ese acto sería el comienzo de una escuela que transformaría vidas. “Las mujeres de la zona estaban entusiasmadas por aprender un oficio para mejorar sus condiciones de vida, pero se les dificultaba atender en las clases porque iban con sus hijos”, cuenta Elizabeth Marroquín. La solución era conseguir una cuidadora, y la eligieron a ella por su tenacidad y disciplina. “Eran unos 25 niños, así que se me ocurrió crear un espacio lúdico para ellos”.

Aunque Elizabeth, quien tiene dos hijos, no pensaba abrir una escuela, se preocupó por el aprendizaje de los niños, pues algunos no sabían qué significaba “adelante” y “atrás” ni tenían los conocimientos matemáticos mínimos. “Los niños del rumbo que ya estaban en la primaria tenían un rendimiento muy bajo”, recuerda. “Había alumnos de tercer grado que no sabían leer”.

En aquellos años el kínder no era obligatorio, así que algunas madres de familia no inscribían en preescolar a sus hijos, y los niños ingresaban a la primaria sin una base de conocimientos. Esta carencia los hacía empezar a tomar clases con una clara desventaja respecto a otros alumnos.

Convencida de que las personas de bajos recursos lo único que necesitan para salir adelante es un empujón, Elizabeth tomó cartas en el asunto, y en septiembre de 1999, con la ayuda de algunas madres de familia, dos maestras voluntarias, el Colegio London y unas iglesias menonitas de Estados Unidos, terminó de construir dos salones de clases con láminas y un patio. ¡Había nacido El Centro Educativo La Buena Tierra!

El comienzo fue precario. Elizabeth, quien es oriunda de Monterrey, lo resume en estos términos: “Los primeros 11 niños tenían que ir al baño a sus casas porque aquí no había baños, sólo unas cuantas sillas”. Desde el principio, sin embargo, intentaron compensar las limitaciones económicas con educación de calidad. Además de las materias obligatorias, la enseñanza en La Buena Tierra se nutre de técnicas internacionales. El programa de valores, por ejemplo, es supervisado por la Universidad de Lancaster, Inglaterra, y tiene como fin hacer que los niños aprendan compasión, inclusión y tolerancia desde muy pequeños.

En la escuela también se enseñan artes marciales como el tai chi, que mejora la concentración y la coordinación motora, y el tae kwon do, que ayuda a adquirir disciplina y desarrollar el autocontrol.

En La Buena Tierra nada es fortuito, así que Elizabeth se asegura de contratar a profesores que tengan un origen similar al de los alumnos. “De este modo se convierten en modelos, y los niños ven que es posible salir adelante”, explica.

El otro pilar que sostiene a La Buena Tierra es un grupo de voluntarios, algunos de ellos extranjeros. Las maestras que dan las clases de inglés son originarias de Estados Unidos e Inglaterra; la bibliotecaria es una francesa que acerca amorosamente a los niños a la lectura, y los profesores de tae kwon do y de piano son mexicanos comprometidos con los más de 100 alumnos de la escuela.

Un lugar para la plena realización del ser

Convivencia armoniosa, respeto hacia los demás y resolución de desacuerdos en forma pacífica son los valores que rigen a La Buena Tierra. Un ejemplo de la civilidad que impera allí es el recreo. Los chicos salen en orden de sus salones, toman sus loncheras (que deben contener alimentos saludables) y por grado escolar se sientan a departir; cuando terminan, se dividen las tareas: mientras unos enjuagan los recipientes sucios, otros limpian las mesas y separan la basura. “No tenemos personal de limpieza, pero no hace falta porque los niños conservan impecable todo el lugar”, dice Elizabeth con orgullo.

La escuela tiene espacios tan reducidos, que los niños no tienen permitido correr; sin embargo, esta restricción ha favorecido a un alumno muy especial: Adrián Carbajal Flores, un “niño mariposa”.

Adrián padece epidermólisis ampular, un trastorno genético incurable. Las personas afectadas tienen la piel tan sensible y delicada —como las alas de una mariposa—, que al menor contacto físico se les desprende. Las ampollas que se les forman parecen quemaduras que no sanan, y son muy dolorosas e incapacitantes.

Adrián tiene una buena calidad de vida gracias a Elizabeth, quien se compromete con los alumnos más allá de las aulas y ha logrado que varios padrinos aporten dinero cada mes para comprar las medicinas y los alimentos especiales que el niño necesita, ya que son muy costosos.

Desde 2009 hay clases de primaria en La Buena Tierra, que actualmente da servicio a más de 100 niños de entre 3 y 12 años de edad. Elizabeth relata sin dramatismos la dura historia de la mayoría de los alumnos, quienes son hijos de taxistas, trabajadoras domésticas y algunos incluso de delincuentes.

Esta mujer disfruta ser la cabeza de la escuela, pero admite que hay dos tareas que la desquician: recaudar fondos y lidiar con la burocracia. “Lo más difícil que he hecho en la vida es conseguir dinero”, dice. Y es que cada niño le cuesta a La Buena Tierra 1,000 pesos mensuales, de los cuales 300 son aportados por los padres de los niños y el resto por donadores.

Para lograr que la gente apadrine a un niño, esgrime toda clase de argumentos: “Les digo que la educación impacta positivamente en la comunidad, y que si aportan 250 pesos, contribuyen a que haya un delincuente potencial menos en las calles”.

En cuanto a la burocracia, no sólo la ha vencido, sino que le ha sacado el máximo provecho. Luego de tres años de poseer claves de escuela privada, lo que afectaba seriamente a La Buena Tierra porque los niños perdían la oportunidad de beneficiarse de los programas sociales, Elizabeth logró que la Secretaría de Educación Pública les asignara nuevas claves como centro de trabajo. “Son las primeras claves asistenciales, y fueron creadas para nosotros”, dice. “Este cambio ha permitido que los niños no sólo tengan acceso a los programas sociales, sino prioridad en ellos”.

Pero los logros que más la enorgullecen son los valores que los alumnos aprenden. “Los bolsos del personal permanecen abiertos, y los niños que se encuentran dinero lo devuelven”, expresa. “Siempre les digo que un valor trabajado es una virtud”.

La transformación de la vida de los habitantes de la colonia Vicente Guerrero es evidente. “Antes se iban a Estados Unidos de braceros, mientras que ahora se quedan porque saben que hay oportunidades”, dice Elizabeth, hoy día de 59 años.

Esas satisfacciones son lo que mantiene motivada a esta mujer, quien se niega a cerrar los ojos ante los problemas. “Siempre he querido cambiar el mundo”, afirma. Su espíritu altruista se forjó en el seno de la iglesia evangélica. “Allí me enseñaron a ayudar al que tiene menos. Si posees un don, debes compartirlo”.

Elizabeth está convencida de que el mundo sería un lugar mejor para todos si las iglesias hicieran su trabajo. “Si las instalaciones que poseen se convirtieran en escuelas u orfanatos, la situación sería diferente”, señala. Aunque es inmensamente feliz en La Buena Tierra, sabe que su partida cada día está más cerca; por eso trabaja con mayor ahínco. “Quiero irme con la certeza de que la escuela seguirá marchando. No es fácil hallar gente con la pasión y el entusiasmo necesarios para sostener proyectos de esta envergadura”.

Tras 16 años de ardua labor, Elizabeth está a punto de ver cumplido un sueño: tener un kínder de cemento, en vez del recinto de lámina y tablarroca que hay ahora y que constantemente se inunda. “Por fin tendremos salones decentes para los niños de preescolar”, dice feliz.

Julio Cortázar alguna vez escribió que deberíamos obligar a la realidad a ajustarse a nuestros sueños. Sin duda alguna, Elizabeth Marroquín así lo ha hecho.

Si deseas apoyar a Elizabeth con un donativo, apadrinar un niño de su escuela o leer más acerca del Centro Educativo La Buena Tierra, visita: 


www.celabuenatierra.org


O bien, llama o envía un mensaje a: 01 777 316 5495 o al correo celabuenatierra@gmail.com

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