Un día en la vida de tus pies
Me reprochas los juanetes y el dolor de talones, y revientas mis pobres ampollas. ¡Basta! Aquí te digo cómo darme los cuidados que merezco.
No hagas caso del despertador. Estoy muy a gusto acurrucado entre los pies de tu esposo, siempre más calentitos que yo (dice la teoría que el cuerpo femenino concentra el calor en el interior, lo que nos fastidia a mi compañero de la izquierda y a mí).
Te espera un día ajetreado, y casi todo él vas a apoyarte en mí, así que, por favor, sólo unos minutos más en la cama.
Te felicito por no saltarte el ejercicio de la mañana aunque se te haga tarde (no es mi culpa; fue la otra extremidad la que apagó el despertador). Me alegra que tomes en serio esto de adelgazar. Un sobrepeso de apenas 450 gramos puede aumentar la presión en caderas, rodillas y tobillos hasta en 3.6 kilos, lo que me somete a un esfuerzo excesivo.
Me gustaría que reconocieras que, por cada paso que das, yo coordino una compleja red de 26 huesos, más de 30 articulaciones y un centenar de músculos, tendones y ligamentos. Es un trabajo de mucha responsabilidad que, francamente, a veces tú dificultas sin querer.
Treinta segundos. Es lo único que te habría llevado ponerte los nuevos zapatos para caminar que acabas de adquirir, pero, con las prisas, preferiste los viejos y gastados tenis que estaban junto a la puerta trasera. Sé que te sentirías mal si los tiraras, pero, créeme, yo me siento mucho peor calzándolos.
La suela está ya tan delgada que fuerza mis huesos y articulaciones cuando caminas y me expone a una lesión. Además, necesito el acolchamiento adicional de hule espuma bajo la parte carnosa de mi planta. Esa zona está repleta de diminutas cámaras de grasa que sirven para amortiguar los impactos, pero se va adelgazando a medida que envejeces, y esos 10 kilos de más que quieres reducir han acelerado el proceso.
Al cabo de 50 años y tras haber andado unos 120,000 kilómetros (como tres vueltas al mundo), creo que me he ganado el derecho a gozar de un soporte extra.
¡Ah! Menos mal que te acordaste de aplicarme antitranspirante antes de salir. Como sudo mucho, que me lo pongas en la planta (donde residen mis 125,000 glándulas sudoríparas) reduce al mínimo la humedad y el mal olor.
Aunque hoy nos levantamos, perdón, con el pie izquierdo, me encanta el omelette de brócoli y queso bajo en grasa que desayunaste. El calcio extra del lácteo y la verdura es esencial: los pies alojan la cuarta parte de todos los huesos del cuerpo. Además, el brócoli es antiinflamatorio; si alivia el dolor quemante que me agobia, por mí puedes comerlo también en el almuerzo y la cena.
Empecé a sentir ese ardor hace unos meses. Es señal del neuroma de Morton, en el que el nervio situado entre los huesos de mis dedos tercero y cuarto se comprime, inflama y agranda. Los dedos de los pies a veces te hormiguean y se te adormecen cuando caminas, y el dolor se irradia a la parte anterior de las plantas.
Una causa del trastorno es que nací con muy poco arco, lo que quita firmeza a las articulaciones de los dedos e irrita el nervio. Luego te pasaste años llevando casi todos los días a la oficina esos zapatos puntiagudos de tacón y apretando los huesos y nervios de mis dedos hasta que no aguantaron más.
Como hace unos años tomaste la sabia decisión de dejar los tacones (¡muchas gracias!), la inflamación ha comenzado a ceder, pero quizá nos lleve un poco de experimentación encontrar los zapatos adecuados para que no empeore. Como hoy: el zapato es bajo y está bien acolchado, pero la punta es demasiado angosta, lo que pellizca el nervio y lo hace arder. Las zapatillas de ayer eran muy amplias, pero la suela era demasiado delgada para absorber impactos. Puedes ponerles unas plantillas de la farmacia para reducir la compresión y aliviar el dolor.
Si los experimentos con el calzado no te resultan, lo siguiente será que consultes a mi persona favorita —tu podólogo— sobre tratamientos como infiltrarme una mezcla de un esteroide y un anestésico para reducir la inflamación y el dolor.
Te molesta que tu reunión de la tarde se alargue, ¡pero a mí no! Después de la presión que he sufrido todo el día, es muy grato quitarme un peso de encima.
Pero, ¿me harías el favor de descruzar las piernas? A veces eso comprime el nervio peroneo de la corva, lo que me entumece temporalmente. El hormigueo que detestas ocurre cuando el nervio recupera su función. ¿Hace falta que me golpetees contra el suelo para “despertarme” más pronto? ¡Ay!
Llegó el fin de semana, apagaste la computadora, te quitaste los zapatos de tacón y te pusiste tus chancletas favoritas para salir a comprar lo que falta para la fiesta de cumpleaños de tu esposo, que es mañana. Tenemos que acelerar el paso para llegar a todas las tiendas antes de que cierren. Tu esposo ha estado decaído desde que le diagnosticaron diabetes, y quiero ayudarte a subirle el ánimo.
Pero estas chancletas de plástico baratas no están hechas para un maratón de compras. Para que no salgan volando tengo que aferrarlas con los dedos, lo que me impone una tensión innecesaria. El dolor que sientes desde el tobillo hasta el arco es la protesta del tendón tibial posterior, una de mis principales estructuras de sostén.
Como soy plano, ese tendón ha tenido que trabajar de más toda tu vida para ayudarte a caminar. Está cansado, y para hacer su trabajo necesita el apoyo de un calzado con arco, no estas chancletas endebles. Por favor, déjalas para andar por la piscina, o, mejor aún, cámbialas por unas sandalias más firmes (elige unas que no puedas doblar fácilmente a la mitad).
¡Ay!, sigues adelante a pesar de mi dolor y hasta pasas a comprar un par de zapatos a juego con tu atuendo de fiesta para mañana. Me alegra que te los pruebes: no calzas del 24.5 desde hace más de una década. Entre tus embarazos, que me aflojaron los ligamentos, y años de sostén y desgaste que debilitaron mis tendones, soy un poco más grande que antes. El aumento de media talla es un gran alivio.
Antes de acostarte vas al baño a ducharte y encuentras a tu esposo sentado en el suelo examinándose los pies con tu espejo de bolso. Hace eso todas las noches desde el diagnóstico de diabetes, ¡y cómo se lo agradecen sus pies!
El exceso de glucosa en la sangre puede causar lesiones nerviosas y mala circulación, de modo que hasta la menor grieta o cortadura, sin atención oportuna, podría convertirse en llaga y acabar en… mi peor pesadilla. Es mucho más común de lo que piensas. Más de la mitad de las amputaciones de extremidad inferior (exceptuando accidentes) las sufren adultos diabéticos. ¿Qué importa que tu marido use tu espejo de maquillaje, con tal que se cuide?
En cuanto a mí, los zapatos que compraste para mañana son sin talón, y mi talón no está como para lucirse. No sólo está reseco por la edad, sino que el roce del zapato ha vuelto la piel gruesa y escamosa.
La piedra pómez que usas en la ducha es excelente para eliminar las callosidades (sólo recuerda pasarla en un solo sentido, pues hacerlo en ambos parte las capas de piel y propicia la aspereza y la resequedad). De hecho, prefiero que lo hagas en casa y no en el salón, donde puede resultar un tanto agresivo.
¡Ah! Mil gracias por bañarme en crema para pies en cuanto saliste de la ducha, sobre todo la que está hecha a base de urea y ácido láctico. Estas sustancias penetran mi piel gruesa y la suavizan.
Sin embargo, no se puede hacer gran cosa por la uña gruesa de mi dedo gordo. Se debe en parte a los muchos años que usaste tacones altos, lo que la deformó. La mejor manera de recortarla es en línea recta y no demasiado corta, y el esmalte le viene muy bien.
Llega por fin la hora de tu sueño de belleza. Te pones calcetines para mantenerme caliente. Bien pensado: esto puede ayudarte a dormir más y mejor. Cuando estoy caliente, mis vasos sanguíneos se dilatan y ayudan a distribuir mejor el calor por todo tu cuerpo. Eso te ayuda a dormir sin interrupciones, y a mí me da más tiempo de descanso reparador.
¿Cómo es la relación con tus pies? ¿Los cuidas y mimas constantemente? ¿Sabías todo lo que le puedes ocasionar después de leer la historia de estos pies?