Parkinson: alternativas y tratamientos que necesitas conocer
El Parkinson es la segunda afección neurodegenerativa más común después del Alzheimer; dos tercios de los diagnosticados son hombres.
En la Navidad de 2011, martin van Lokven, profesor holandés, notó un temblor en su brazo derecho. Estaba ensayando una obra de teatro con sus alumnos. “Sabía que no era porque estaba nervioso”, comentó Van Lokven, entonces de 62 años. Las sacudidas no cesaron. Cinco meses más tarde, tras una consulta, el neurólogo encontró al culpable: padecía la enfermedad de Parkinson.
Nicolai Hesdorf, de Copenhague, Dinamarca, tenía un importante cargo que le demandaba entre 60 y 80 horas semanales; era jefe de la División Escandinava de Monitor Deloitte, firma transnacional de consultoría estratégica.
En la primavera de 2016, aparte de fatiga, padeció rigidez y dolor en los hombros; pensó que era estrés laboral. No obstante, en junio, un procedimiento especial de neuroimagenología llamado DaTscan mostró que sus niveles de dopamina, neurotransmisor que regula el movimiento, las emociones y las sensaciones de placer, habían disminuido 80 por ciento. Tenía 41 años y padecía Parkinson.
En 2013, Emma Lawton, diseñadora londinense de 29 años, experimentó rigidez y entumecimiento en el brazo diestro. Pensó que se trataba del síndrome del túnel carpiano y lo ignoró varios meses.
Cuando por fin acudió al médico, la diagnosis la sorprendió: Parkinson de inicio temprano.
Cada semana, unos 1,500 europeos reciben estas noticias. Se trata de la segunda afección neurodegenerativa más común después del Alzheimer; dos tercios de los diagnosticados son hombres, y la prevalencia en ambos sexos aumenta con la edad.
De acuerdo con la Asociación Europea de la Enfermedad de Parkinson, más de 1.2 millones de habitantes del viejo continente padecen ese mal. Conforme envejezca la población, se espera que las cifras se dupliquen en 2030.
Ahora se sabe que una de las causas del Parkinson es el impredecible comportamiento de una proteína llamada alfa-sinucleína, que empieza a aglutinarse y plegarse de manera irregular, entorpeciendo la transmisión de señales nerviosas, específicamente la emisión de dopamina, que también es esencial para la coordinación motriz.
Todavía se desconoce qué suscita tal conducta o por qué la enfermedad progresa a distintos ritmos en cada paciente. Una de las hipótesis actuales postula que un agente infeccioso (un virus, una bacteria o un prion [una partícula de proteína], por ejemplo) combinado con otros detonantes, podría dar pie a este padecimiento.
A medida que el Parkinson avanza, las manos pueden temblar de manera incontrolable, así que, a la larga, se pierde la capacidad de abotonarse o sostener un tenedor, un cuchillo o un bolígrafo.
La cara se puede tornar inexpresiva, y tal vez surjan dificultades al caminar —como quedarse tieso—, con la postura y el equilibrio.
Si bien el cirujano londinense James Parkinson describió por primera vez la enfermedad en 1817, aún se ignoran las causas y la cura. Desde los 60 han existido medicamentos que estimulan la dopamina y controlan algunos de los síntomas por un tiempo (la carbidopa y la levodopa), pero ninguna terapia puede detener, retrasar o reparar la neurodegeneración.
No obstante, la buena noticia es que una gran cantidad de investigaciones están ofreciendo perspectivas sobre la forma y evolución de la enfermedad en cada individuo, cómo podrían confluir los factores de riesgo para fomentar su aparición y nuevos objetivos para el tratamiento.
Además, dado que estos pacientes pueden vivir cuatro décadas o más, se hace hincapié en la capacitación y coordinación de los cuidados diarios, así como en los enfoques personalizados con objeto de mejorar la calidad de vida de quienes la padecen.
“El Parkinson no se presenta igual en todos; al tratar cada caso, debemos considerar las necesidades individuales”, enfatiza el doctor K. Ray Chaudhuri, quien es el director de investigación del Parkinson en el King’s College de Londres. “Esta es la tendencia del futuro”.
Estos avances son una buena nueva para quienes sufren de Parkinson.
Durante años se creyó que no era hereditario. Sin embargo, en 1997 se supo que aquejaba a más de 60 miembros de una familia de un pequeño poblado italiano.
Esto llevó a los científicos a descubrir el primer gen relacionado que codifica una proteína específica, llamada alfa-sinucleína, que al acumularse en el cerebro va destruyendo las células que segregan dopamina. Hoy en día se han encontrado más de 20 genes o variantes de estos.
“Estos descubrimientos nos indican dónde buscar desperfectos y lo que podríamos reparar para detener la enfermedad”, afirma Brian Fiske, vicepresidente de programas de investigación de la Fundación Michael J. Fox, creada por el actor estadounidense diagnosticado con Parkinson a los 29 años.
Lo anterior llevó a contemplar nuevos usos de fármacos antiguos, como la exenatida (para la diabetes), que en un ensayo clínico de 2017 lentificó el curso del parkinsonismo al alterar la producción de energía en el cerebro.
Uno de los resultados más importantes del enfoque genético es la certeza de que tener estos genes no garantiza una condena al síndrome. Es decir, deben existir detonantes adicionales.
Hasta la fecha se ha identificado una amplia gama de estos, entre ellos: lesiones en la cabeza e intoxicación por monóxido de carbono o toxinas ambientales. La diabetes tipo 2 y atravesar periodos de mucho estrés también incrementan el riesgo.
En 2003, Heiko Braak, anatomista alemán, propuso un modelo evolutivo de seis etapas: principia en la nariz o el tracto intestinal, y luego recorre los nervios hasta el cerebro.
“Tal hipótesis ha abierto líneas de investigación fascinantes”, anota Bastiaan Bloem, neurólogo del Departamento de Neurología del Centro Médico Nimega de la Universidad Radboud, en los Países Bajos.
La tesis explica los desconcertantes síntomas tempranos. Por ejemplo, casi el 90 por ciento de los aquejados reporta pérdida del olfato hasta una década antes de acusar temblores.
Un experimento reciente reveló que muestran, además, una contracción significativa y una alteración anatómica en la zona cerebral a cargo de este sentido. El estreñimiento es otro indicio prematuro; se ha vinculado a cambios potenciales en la microbiota, bacterias intestinales presentes en las heces.
Otro hallazgo relevante es que el 80 por ciento de los sujetos con un trastorno del sueño en el que se actúan las fantasías del reposo padecen una enfermedad neurodegenerativa como el Parkinson en un lapso de 10 años.
¿Será posible que ocurran las mismas mutaciones en la región cerebral que controla el sueño antes de afectar la producción de dopamina?
Estos síntomas iniciales no motores podrían desvelar los objetivos a vigilar y los medios para actuar pronto, mediante una vacuna, por ejemplo, con objeto de contener el deterioro generalizado.
Con 60 millones de dólares de la Fundación Michael J. Fox, se realiza un estudio a gran escala (33 sitios en 11 países) que recolecta sangre, tejidos, mediciones y otros datos biológicos y físicos. Unos 1,000 individuos con y sin Parkinson participan en él.
Se llama Iniciativa de Marcadores de Progresión del Parkinson y arrancó en 2010 acumulando información de los mismos sujetos con el propósito de observar si algún cambio biológico clave, o biomarcador, determina el ritmo al que avanza la condición. De ser así, sería posible diagnosticarla a tiempo o poner manos a la obra cuanto antes con nuevas terapias.
En los Países Bajos se ejecuta el Proyecto de Parkinson Personalizado, financiado con 13 millones de dólares del Estado y Verily, subsidiaria de Google dedicada a la investigación en ciencias de la vida.
Recolectará información de 650 pacientes con Parkinson durante 2 años, así como su plasma, sangre, ADN, ARN y líquido cefalorraquídeo; también obtendrá neuroimágenes de vanguardia.
Incluso se acopiará flora intestinal a fin de inferir posibles cambios cerebrales. Cada individuo portará un reloj inteligente que registrará movimientos, temblores, ejercicio y frecuencia cardiaca, entre otros indicadores.
Es el primer estudio que emplea sensores portátiles con objeto de rastrear y medir indicadores.
“La meta principal es obtener perfiles individuales detallados de la enfermedad y, así, personalizar el tratamiento”, comenta Bloem.
Los biomarcadores confiables son vitales para la prometedora investigación de vacunas que se lleva a cabo en Europa, señala Alexandra Kutzelnigg, directora de desarrollo clínico de AFFiRiS, empresa biotecnológica con sede en Viena que actualmente prueba dos fórmulas.
Los biomarcadores no solo determinarán si las inyecciones son eficaces, sino que se sumarán al destino final: idear un agente que prevenga el Parkinson por completo.
En junio de 2016, Emma Lawton recibió un obsequio especial: un reloj de pulsera piloto, conectado a una tableta, capaz de emitir una vibración que altera su temblor lo suficiente como para que ella pueda escribir y dibujar de nuevo.
“En verdad me ha devuelto el control”, celebra Lawton, quien trabajó con Haiyan Zhang, directora de Innovación de Microsoft Research, en Cambridge, Reino Unido, para desarrollar y probar el invento, que ya se está evaluando en otras personas que padecen Parkinson.
Hay más dispositivos novedosos: guantes giroscópicos que neutralizan las sacudidas; cubiertos estabilizadores y tazas antiderrames que facilitan la tarea de comer; aplicaciones que promueven el ejercicio en casa, marcan números telefónicos y brindan terapia del habla, así como audífonos que emiten tonos rítmicos o música a fin de mejorar las habilidades de marcha.
También hay zapatos que dan señales de luz láser, lo cual estimula un andar más fluido y menos propenso a las caídas.
El Parkinson destruye las funciones automáticas de movimiento internas del cerebro; no obstante, “si los pacientes ven franjas en el piso o escuchan un sonido rítmico, pueden dar pasos sin dificultades. Esto se llama señalización externa”, indica Bloem.
Se trabaja en sensores portátiles que registrarán los síntomas y, con el tiempo, predecirán patrones, lo que ayudará a sus usuarios a saber cuándo deben descansar, aumentar su medicación o realizar ciertas actividades.
“El Parkinson es voluble no solo entre individuos, sino también en cada paciente; hay días buenos y malos. Los dispositivos con memoria integrada para detectar patrones y predecir el futuro serán muy útiles”, comenta Lawton, que ahora es la estratega de aplicaciones y aparatos para la organización benéfica Parkinson’s UK.
El ejercicio incide en el cuadro del Parkinson. “Es como una medicina: estimula y aumenta la dopamina, reponiéndola en el cerebro”, dice Bloem; el efecto dura más que el tiempo de actividad, agrega.
Él y su equipo de la Universidad Radboud han efectuado estudios sobre el valor de diversos movimientos e hicieron una aplicación que motiva a entrar en acción.
Nicolai Hesdorf ha descubierto que puede mitigar sus síntomas y disminuir la dosis de medicamentos si se dedica, de manera vigorosa, a realizar entrenamiento de fuerza y cardiovascular cinco o seis veces por semana.
Una alimentación saludable también parece paliar las molestias, pero cada paciente necesita determinar qué es lo mejor para él. “Yo evito cualquier tipo de azúcar, el gluten y los lácteos.
También hago un ayuno prolongado al menos 2 veces a la semana: solo tomo agua, té y café durante 32 horas”, explica Hesdorf. “Trato de llevar una dieta rica en grasas saludables, como los aceites de coco y aguacate, y baja en carbohidratos”.
En los últimos 15 años, la ECP se ha convertido en una terapia aceptada que puede proporcionar notables mejoras al atenuar las secuelas del Parkinson y los efectos secundarios de los medicamentos.
“Si se administra a un candidato apropiado, supone un potente tratamiento que puede reducir el malestar y la discapacidad”, asevera Guenther Deuschl, neurólogo de Kiel, Alemania.
El paciente ideal es alguien menor de 70 años que ha recibido el diagnóstico al menos hace 4, presenta temblores y periodos en los que los fármacos no surten efecto y requiere dosis más altas.
Durante el procedimiento, que dura entre seis y siete horas, normalmente con el paciente despierto, se implantan electrodos en ambos hemisferios cerebrales.
Luego, los cables de los electrodos se insertan debajo de la piel junto con un neuroestimulador, una pequeña terminal con batería que se instala cerca de la clavícula.
Una vez en su lugar, el aparato se programa para satisfacer las necesidades específicas del caso. Después, emite impulsos eléctricos continuos al cerebro.
Si bien los descubrimientos de las investigaciones y los tratamientos de alta tecnología son emocionantes, lo que marca la diferencia en la vida diaria de alguien con Parkinson es la atención coordinada y de fácil acceso por parte de profesionales de la salud con capacitación y experiencia para ayudarle.
En 2004, tras darse cuenta de que este servicio era escaso, Bloem y su colega, el fisioterapeuta Marten Munneke, crearon una red multidisciplinaria de profesionales médicos en los Países Bajos que aglutina neurólogos, fisioterapeutas, nutricionistas, quiroprácticos, logopedas, enfermeros, psiquiatras y psicólogos, entre otros, con amplia trayectoria en el ramo.
Los reunieron en una plataforma web fácil de usar donde se puede buscar especialistas aledaños. La interfaz también permite recibir información actualizada, comunicarse con proveedores y comentar, lo cual aumenta las conexiones y el conocimiento.
Llamado ParkinsonNet, el galardonado modelo tiene ahora 69 centros regionales en el país y más de 3,000 profesionales de la salud. Algunos estudios han encontrado que el sistema reduce caídas y hospitalizaciones, y, según los usuarios, aumenta la calidad de vida. Los costos totales del tratamiento son más bajos en las regiones donde opera ParkinsonNet.
Una filial, ParkinsonTV, ofrece una transmisión en línea mensual en la que expertos y pacientes abordan problemas cotidianos del Parkinson. Ambas ideas se están emulando en otros países, como Noruega y Estados Unidos.
“ParkinsonNet involucra a los aquejados en su propia atención. Todos los cuidadores están especializados, lo que significa que siempre estarás en buenas manos”, señala Van Lokven. “Si uno está bien informado como paciente, puede participar activamente en su propio tratamiento”.